jueves, septiembre 08, 2011
JAIME ORNELAS DELGADO : Intolerancia
TENDAJÓN MIXTO
Intolerancia
JAIME ORNELAS DELGADO
En México, durante los 70 años del régimen de partido único, había en la prensa instituciones y personajes intocables; uno de ellos, al que no se le podía tocar ni con el pétalo de la más ligera crítica, era el presidente de la República. Los casos de persecución política o criminal contra quien o quienes se atrevían a hacer pública alguna diferencia, de cualquier tipo, con el gobernante en turno eran frecuentes y no sólo se acosaba a la oposición, sobre todo a la de izquierda, sino también a los miembros del partido en el poder. En este sentido, el caso de Carlos Madrazo es emblemático. A todos en el partido y en el gobierno, se les exigía lealtad, incondicionalidad y sometimiento.
Los mexicanos, resignados a creer que eso era así y no podía ser de otra manera, se vengaban de la realidad haciendo chistes sobre ella. “¿Qué hora es?”, preguntaba el presidente y la respuesta de sus funcionarios–súbditos no se hacía esperar: “La que usted diga señor…”. No era el único chiste, había otro de los cocodrilos que volaban porque así lo decía el presidente. Otras veces se decía, con mucha seriedad, que en México no se movía la hoja de un árbol sin autorización del Ejecutivo. El avasallamiento de conciencias y dignidad era brutal y se toleraba porque nadie quería salir de las nóminas del presupuesto, pues como decía cínicamente el Tlacuache César Garizurieta, priísta de toda la vida: “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error.”
Por supuesto, esa misma situación se trasladaba a todas las entidades de la República. Pero el cambio de partido en el gobierno de la República –que algunos apresuradamente llamaron transición democrática y se forjaron expectativas que al poco tiempo se frustraron–, no significó cambio alguno y los gobiernos han seguido siendo, como las bautizara don Daniel Cosío Villegas, “dictadura sexenales”, donde la lealtad al presidente se premia con jugosos negocios hechos al amparo del gobierno y con recursos públicos. La riqueza trasladada del sector público al sector privado por la vía de las privatizaciones ha sido enorme y en las nuevas empresas hay muchos funcionarios de ayer y hoy.
Pero en todo este ambiente de frustración colectiva, surgió la esperanza de gobiernos emanados de la izquierda posible. Particularmente, en la ciudad de México, primero Cuauhtémoc Cárdenas y luego Andrés Manuel López Obrador no sólo intentaron, sino que hicieron gobiernos democráticos, sometidos a la crítica y tolerantes co los críticos. Nunca hubo persecuciones o granaderos contra quienes disentían de medidas, acciones o políticas emprendidas por el gobierno de una de las ciudades más grandes del mundo. Pero el encanto no dura toda la vida. Ahora resulta que a Marcelo Ebrard le salió el talante priista que lleva adentro y no fue capaz de admitir que se disintiera políticamente con él y sin más le pidió a Martí Batres la renuncia al cargo de secretario de Desarrollo Social que ocupaba en el gobierno del Distrito Federal. El argumento fue sencillo, si yo soy el jefe de gobierno, soy también el gobierno, por tanto toda crítica a mi persona es una crítica al gobierno. ¿Qué tal?
Este argumento es similar, mejor dicho igual, al que durante siete décadas utilizaron los gobiernos priistas. Según ellos, los “gobiernos emanados de la Revolución representan los intereses de la nación.” En consecuencia, quien se atrevía a enfrentar al gobierno o a los gobernantes, naturalmente, atentaba contra los intereses, no del gobierno, de la nación. Y eso, por supuesto, legitimaba la persecución, la represión y los despidos. La cláusula de expulsión existente en los sindicatos corporativizados, se aplica a los enemigos del régimen, a los disidentes.
Eso ha hecho ahora, en un acto más de autoritarismo, Marcelo Ebrard, quien de verdad cree estar arriba en las encuestas que lo animan a buscar una candidatura que su autoritarismo le niega, no sólo en el caso de Martí Batres sino en el de muchas otras acciones donde ni ve ni escucha a la ciudadanía. Que pena, podría haber sido un buen candidato… para 2018.
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