Pactar con el narco
José Gil Olmos
MÉXICO, DF, 6 de abril (apro).- No hay un solo lugar en el país donde no exista la presencia del crimen organizado. Lo mismo lo vemos en los niños y jóvenes que son reclutados como halcones o sicarios que en las familias enteras que han hecho de sus casas tienditas, donde, día y noche, se surte de drogas a los adictos de todas las clases sociales. También lo vemos en el campo, donde se prefiere sembrar amapola o mariguana que maíz, y en las ciudades, donde los criminales son capaces de bloquear avenidas y calles.
Los grupos del crimen organizado han hecho de México su territorio y se disputan todos los días las plazas como lo hacen los grandes emporios monopólicos. Sólo que en lugar de spots y de marketing político, usan metralletas, granadas, bombas y todo tipo de armas para marcar su territorio con señales de miedo (colgados, mutilados, etcétera), creando un imperio de terror.
Si ponemos un mapa del país sobre la mesa y usamos un color para identificar cada uno de los principales grupos del crimen organizado --cárteles del Golfo, Sinaloa, Juárez, Zetas, Beltrán Leyva, La Familia y los Valencia--, veríamos cómo cada uno de ellos domina una región y a veces los colores se mezclan o combinan en ciertas áreas que son las más disputadas, como Ciudad Juárez, Acapulco, Reynosa, Cuernavaca, Torreón, entre otras, ya sea porque son de producción de drogas o son mercados rentables de consumo o porque son los mejores espacios de tránsito.
Siguiendo las pautas clásicas del modelo capitalista, el narco mexicano, como lo fue en su momento la mafia italiana y la norteamericana, ha ido evolucionando poco a poco y, de ser productores y transportistas de droga, ahora han incursionado en el tráfico de inmigrantes, de niños y mujeres, de armas y de ropa, de autos y de música y películas. También en el cobro de impuestos, la extorsión y la prostitución.
La expansión de estos grupos ha hecho del crimen una industria que genera hasta 30 mil millones de dólares anuales, según cifras de El Colegio de la Frontera Norte. Dinero que, sin duda, inyecta dinamismo a la economía nacional.
No es casual ni un error, entonces, que la revista Forbes haya incluido a Joaquín Guzmán Loaera, El Chapo, en su lista de los hombres más ricos del mundo, porque en realidad el sinaloense es uno de los participantes más destacados en la generación del capital, del modelo económico basado en la libre circulación de mercancías en todo el mundo.
Tampoco es casual que para una juventud que no tiene muchas posibilidades de empleo, educación y de progreso personal y social, la figura exitosa del narcotraficante sea el modelo a seguir. Es preferible vivir 20 años con dinero, mujeres y auto, que viejo, enfermo y pobre, es la idea que ha permeado en muchos de los jóvenes mexicanos que son reclutados por el crimen organizado.
La pobreza, el desempleo y la falta de espacios educativos están generando el Ejército de reserva para los distintos grupos criminales que ofrecen sueldos atractivos para quienes no tienen un horizonte de esperanza en su vida.
Pero no sólo a la juventud la están cooptando, también a los policías y soldados, a profesionistas y comerciantes, a inversionistas y especuladores financieros y, sobre todo, a las autoridades atraídas por el dinero fácil.
El sistema de corrupción que por años ha sido alimentado por todos y cada uno de nosotros, es el mejor terreno para el florecimiento de la sociedad narca, de la sociedad mafiosa, en la cual las instituciones políticas, sociales, económicas y religiosas tienen una responsabilidad, ya sea por acción o por omisión.
El crimen organizado ya tiene hoy en día un poder enorme y eso nadie puede negarlo. La guerra declarada por Felipe Calderón ha incrementado más ese poder, y lo ha fortalecido al no derrotarlo. Así suele pasar en cualquier guerra. Lo que no mata, fortalece.
Ante este panorama, plantear un acuerdo con el crimen organizado para detener la violencia a la que nos ha sometido resultaría un error de graves consecuencias en el futuro. Sería darles más poder, empoderarlos aún más, erigirlos como verdaderas autoridades y darles la legitimidad. Significaría cederles terreno y poderes reales.
Esto es lo que en el fondo quieren. Crear un “cogobierno” y compartirlo con el poder político. La tentación para el próximo presidente de la República es precisamente ésa, caer en la idea de realizar un pacto con alguno de los grupos del crimen organizado y, mediante una autorregulación de los propios cárteles, alcanzar la paz que tanto exigen los mexicanos.
Pero esto significaría darles las funciones que el Estado tiene como atribuciones, como es la seguridad, el territorio y el cobro de impuestos. Y esto representaría el surgimiento de un Estado paralelo.
El miedo, el terror y el agobio nos están orillando a pensar que la salida a este infierno es el pacto con el narco, y no hay nada más falso e ilusorio que creer que éste tiene el código de honor como para respetar ese pacto si se llegara a hacer. Al contrario, se le estaría otorgando una licencia para seguir matando y para seguir edificando el imperio de terror en el que se basa su poder.
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