Manuel Bartlett
Mojiganga derechista
La conmemoración histórica por excelencia, 200 años del inicio de la guerra por nuestra Independencia, nuestra identidad soberana, culmina con el grito convertido en mojiganga, “fiesta pública con disfraces ridículos… burla evidente”. Se expulsó al pueblo de su fiesta más sentida, conminado a recluirse en casa y ver por televisión el espectáculo celebrado en un Zócalo reservado a los “notables” invitados del Presidente y a quienes pagaron altos precios por aposentarse en balcones de los hoteles circundantes con viandas y bebidas abundantes.
Innumerables críticas tupieron a aquel grotesco evento: obras conmemorativas inconclusas, encomienda del show a extranjeros, dispendio, elevación del inexplicable “coloso”, presentada como clímax por las televisoras que atiborraron de cortes comerciales la transmisión, otro regalo presidencial.
Mojiganga derechista
La conmemoración histórica por excelencia, 200 años del inicio de la guerra por nuestra Independencia, nuestra identidad soberana, culmina con el grito convertido en mojiganga, “fiesta pública con disfraces ridículos… burla evidente”. Se expulsó al pueblo de su fiesta más sentida, conminado a recluirse en casa y ver por televisión el espectáculo celebrado en un Zócalo reservado a los “notables” invitados del Presidente y a quienes pagaron altos precios por aposentarse en balcones de los hoteles circundantes con viandas y bebidas abundantes.
Innumerables críticas tupieron a aquel grotesco evento: obras conmemorativas inconclusas, encomienda del show a extranjeros, dispendio, elevación del inexplicable “coloso”, presentada como clímax por las televisoras que atiborraron de cortes comerciales la transmisión, otro regalo presidencial.
Pero más importante que la forma que distrae, es el fondo. La operación montada por Calderón para deslavar el Bicentenario y desnaturalizar la Revolución de Independencia de Hidalgo, acontecimiento contrario a los principios sostenidos por su partido, su clase, su progenie, aunados a la ideología neoliberal que sustenta su actualización conservadora.
No ha sido la Independencia que celebra la derecha, la de Hidalgo, del 16 de septiembre de 1810, sino la Consumación por Iturbide en 1821. El grito de Hidalgo detona una Revolución no sólo para lograr la independencia de España, sino la demolición del orden colonial, desencadenando las más profundas fuerzas de la sociedad, propagadas vertiginosamente a toda la nación. Hidalgo encabezó a multitudes crecientes, abolió la esclavitud y las castas, decretó confiscación de bienes, restitución de las tierras arrebatadas a los indígenas, perfiló un nuevo orden, reivindicó la soberanía popular. Y la lucha se continúa entre los principios de Hidalgo y Morelos y el viejo orden.
La Consumación de la Independencia por Iturbide fue al contrario del movimiento popular de Hidalgo, el triunfo de la oligarquía criolla, de las clases sociales que se opusieron a la insurgencia desde el grito de Dolores, pero que ante el giro liberal de la metrópoli, concluyeron que la preservación del orden colonial requería romper la dependencia de España peligrosa para la estructura de privilegios. El Ejército se convirtió en el factor dominante agrupado en torno de Iturbide. Los objetivos de las élites criollas se coagulan en el Plan de Iguala que el alto clero y los propietarios sostienen económica y moralmente. “Los insurgentes que quedaban aceptaron sumarse al plan del adversario enmascarando su propio proyecto hasta negar abiertamente el otro”. Pronto Iturbide los elimina de la “Junta Provisional” que establece.
La conmemoración montada por la derecha elude esta confrontación, presenta una Independencia novelesca, despojándola de su carácter de lucha, de violencia, de feroces batallas y reivindicaciones populares contra el sistema racista, de castas. Elimina las causas sociales, la concentración de la riqueza y la inaudita pobreza popular, el sentido de la guerra antiimperialista. Presenta deliberadamente a Hidalgo como figura insubstancial, desideologizada y despoja a la Independencia de su esencia nacionalista.
No profundiza Calderón sobre la Independencia, enfrentaría el dilema entre descubrir su aversión a la revolución popular o reconocer más allá del discurso, esa lucha inconclusa y aceptar que nacimos para crear una nación soberana en la justicia social, principios que la realidad conculca. Exposición inconveniente, el pueblo podría despertar de la manipulación a la que lo somete. Pero es innecesario, la ideología conservadora ve la solución de la pobreza en el mercado, a los privilegios oligárquicos como competitividad, al neocolonialismo transnacional que auspicia sometiéndose al imperio, como globalización. Por eso insiste en acuerdos de unidad, lógicamente en torno a su modelo adversario de la Independencia nacional. Que siga la mojiganga.
mbartlett_diaz@hotmail.com
Ex secretario de Estado
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