El patriotismo de los borrachos
Federico Arreola
16 de Septiembre, 2010
Federico Arreola
16 de Septiembre, 2010
La colonia Polanco, en el Distrito Federal, es muy ruidosa, sobre todo los fines de semana o días festivos. La noche de este 15 de septiembre no fue la excepción, aunque, en honor a la verdad, diré que hubo bastante más alboroto de lo normal. Dormí poco ya que, triste mi suerte, hasta las seis de la mañana me vi obligado a escuchar a decenas de patrióticos borrachos cantar las de José Alfredo Jiménez. Terrible. Me pregunto si este patriotismo alcoholizado ayuda en algo a la sociedad mexicana, que no solo pasa por una grave crisis económica que ha elevado el número de pobres a unos 50 millones (¡demasiados!), sino que también vive ahora aterrorizada por una guerra absurda.
No presencié ni en vivo ni por televisión los actos hollywoodenses organizados por el gobierno de Felipe Calderón, que no pudo terminar a tiempo un monumento digno para celebrar el bicentenario de la Independencia (se inaugurará en 2012), pero que echó la casa por la ventana en un desfile a la Disney y en una exhibición de cuetes digna del arranque de unas Olimpiadas, según dijo un entusiasmado panista en Twitter.
Desde luego, con la mala copia de los desfiles de Disneylandia México no gana nada, sino pierde. No tengo la menor duda de que con tanto patriotismo a la Walt Disney México no avanzará, sino retrocederá. Y bueno, en cuanto a los cuetes "espectaculares" a la Juegos Olímpicos, debo citar al tuitero @Poblett07: "Por lo menos en las Olimpiadas (después de los llamados "fuegos artificiales") siguen los juegos; ¿aquí qué sigue?". Lo único que pude responderle fue que en México lo que sigue, porque eso no ha terminado, son más balaceras.
Tenía razón el anarquista Proudhon: Hace falta patriotismo, pero no demasiado. Como en todo, la dosis importa. Lo dijo con sensatez el tuitero @CoUdErMaNn: "Se invoca el patriotismo cuando en la práctica regalan al país". Es un hecho, como nunca antes México depende del extranjero, no solo por la enorme cantidad de empresas de otros países que operan en sectores clave de nuestra economía, sino porque, para más o menos poner orden en su perdida guerra, Calderón cada día tiene que recurrir a más apoyo militar de Estados Unidos.
Estamos en manos de extranjeros, no hay duda, y el colmo es que, por la fallida guerra contra el narco, el gobierno de Estados Unidos recomienda a sus ciudadanos no visitarnos y a sus empleados en varios consulados, como el de Monterrey, les exige sacar a sus niños de nuestro peligroso país. Nos dominan y se burlan.
México es un desastre. Por eso lastima tanto el patriotismo barato que se vivió la noche del 15 de septiembre en el Paseo de la Reforma y en el Zócalo de la Ciudad de México. A la gente que disfrutó los cuetes y el desfile a la Disney se le olvidó que en muchos lugares de la nación, controlados por el crimen organizado, los ciudadanos por miedo no se atrevieron a salir a la calle a celebrar. Estamos haciendo de nuestro patriotismo, diría el anarquista Bakunin, una mala y funesta costumbre.
Cito a anarquistas porque al pensamiento de ellos, de manera natural, me llevó el exceso de gritos sin sentido de "¡Viva México!". Escuchando a los borrachos celebrar a la patria le di la razón a Bakunin: Ese patriotismo tiene su origen no en la humanidad del hombre, sino en su bestialidad. El mismo autor dijo que eso conduce al egoísmo colectivo que hace del patriotismo un reflejo del culto divino, lo que es necesariamente malo ya que tiende a convertir al estado en un hermano menor de la iglesia.
En mi opinión, el patrioterismo es la antesala de la dictadura porque el culto al estado solo puede llevar a la muerte de las libertades personales. Este es el riesgo, y hay que entenderlo.
Prefiero el patriotismo mesurado, menos festivo, más modesto del Grito de los Libres en Tlatelolco. Este acto lo encabezó Andrés Manuel López Obrador y los que ahí estuvimos nos sentimos orgullosos de haber escapado a la locura de las fastuosas celebraciones orquestadas por Felipe Calderón y su malogrado gobierno, que no alcanzaron el nivel de las conmemoraciones de Porfirio Díaz por el centenario de la Independencia, pero que serán recordadas por su derroche y frivolidad.
No, el bicentenario de Calderón no estuvo a la altura del centenario de Porfirio Díaz. Así que, si los hechos en la historia se repiten, deberemos prepararnos para una época de gran turbulencia. En 1910 Díaz encabezó, orgulloso y satisfecho, espectaculares festividades por los cien años de la Independencia. Inauguró edificios y monumentos, organizó bailes y banquetes y, desde luego, también un magno desfile al que asistieron personajes importantes de todo el mundo. ¿Qué siguió a todo eso? Una revolución.
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