jueves, septiembre 23, 2010

Guillermo Fabela Quiñones : La ingobernabilidad, el gran flagelo

La ingobernabilidad, el gran flagelo
Por Guillermo Fabela Quiñones
Apuntes



El completo divorcio entre gobernantes y gobernados, que nunca antes en la historia contemporánea había sido tan obvio, se manifiesta en la actuación del gabinete de seguridad, completamente desvinculado de la realidad nacional, como quedó de manifiesto en la comparecencia conjunta ante el Senado que tuvieron el martes el procurador general de la República, Arturo Chávez Chávez, y el secretario de Seguridad Pública federal, Genaro García Luna. Parece que vivieran en otro país, y que a México sólo vienen de visita, por lo absurdo de sus puntos de vista, ajenos a lo que está ocurriendo en el territorio nacional.
Ambos funcionarios afirmaron que su trabajo lo están haciendo de manera eficaz, con buenos resultados, sobre todo en lo que respecta a la lucha contra los cárteles del narcotráfico, flagelo que “está minando las estructuras del Estado mexicano”. Según el procurador, “esa realidad fue la que orilló al gobierno a tomar la decisión de salir con toda su fuerza”. Afirmó que de no haber actuado así, “estaríamos enfrentando otro tipo de consecuencias”. Le faltó decir cuáles, para tener una idea clara de lo que nos salvó la fallida estrategia impulsada por Felipe Calderón. Lo único cierto es que en estos cuatro años el crimen organizado se activó como nunca antes.
Peores consecuencias de las que hemos sido testigos los mexicanos en este lapso son difíciles de imaginar. Lo indudable es que podremos vivirlas pronto de continuar por la ruta seguida hasta ahora por el inquilino de Los Pinos.
Estamos al borde de un gran estallido social, situación que por lo visto no conocen los referidos funcionarios, pues son muchas las regiones donde el Estado mexicano fue desplazado por las bandas delictivas, las cuales imponen sus propias reglas a sangre y fuego, sin que haya nadie que los enfrente, ni siquiera tropas del Ejército y la Marina.
El Norte de la República es ya un territorio sin ley, donde lo único que hace falta es que los cárteles emitan su propia moneda, como sucedía cuando la Revolución mexicana estaba en su apogeo y los bandos en pugna imponían sus normas particulares cuando tomaban esa plaza. No es una exageración tal aserto, pues los eventos que logran colarse a los medios dan una idea de que la fuerza del Estado es prácticamente inexistente en amplias zonas de la vastedad norteña. Sin embargo, la realidad es mucho más dramática, como lo saben los habitantes de cientos de poblaciones que han tenido la fortuna de escapar antes de ser víctimas de las bandas delictivas.
Como en los tiempos del movimiento revolucionario de 1910, llega una banda a imponer sus demandas a un pueblo, y cuando le son satisfechas se retiran sus miembros, a veces grupos de más de quinientos sujetos fuertemente armados. Dejan una estela de muertes y odios profundos no sólo contra los facinerosos, sino especialmente contra el gobierno por su incapacidad para acabar con esa terrible lacra de criminales despiadados. Apenas se están aliviando de las heridas que dejaron los primeros asesinos, llegan otros, incluso más crueles, a someter a los pocos pobladores que se ven obligados a entregar sus pocas pertenencias para salvar la vida. Esta realidad no trasciende a los medios noticiosos, pero se sabe por los testimonios de las víctimas.
De ahí lo absurdo de la afirmación de García Luna de que “para el gobierno es un éxito” la estrategia anticrimen que ha seguido desde diciembre de 2006. Puso como ejemplo de ese supuesto éxito la detención de Edgar Valdés Villarreal, “La Barbie”, “de los pioneros de la violencia de alto impacto”, según el funcionario. Seguramente debe suponer que los mexicanos seguimos siendo niños ingenuos que se dejan engañar fácilmente. La realidad es muy distinta, pues hay muchos indicios de que tal delincuente es en realidad un informante de la DEA, o hasta un agente encubierto, quien es un buen samaritano junto a los verdaderos criminales que se enseñorearon del territorio nacional agrupados en poderosas bandas de cientos de sujetos.
Tal es la magnitud de la tragedia que desató Calderón con su “guerra” contra el crimen organizado. En cuatro años puso al país de cabeza, y en los dos que faltan para que finalice el sexenio los riesgos de algo peor son evidentes. Las consecuencias que estaríamos enfrentando, si el inquilino de Los Pinos hubiera actuado con sensatez y no obliga a los delincuentes a organizarse, serían muy diferentes: no estaríamos padeciendo la violencia extrema que caracteriza al país en esta hora, no habría tanto desempleo como consecuencia del dramático cierre de fuentes de trabajo y la expulsión masiva de habitantes de pueblos victimados por las bandas delictivas, seríamos un país competitivo y las grandes ciudades, como Monterrey y Torreón, por ejemplo, estarían produciendo como siempre lo hicieron sus habitantes.
No es el narcotráfico el que “está minando las estructuras del Estado mexicano”, sino la ingobernabilidad que activó el panista.

(gmofavela2010@hotmail.com)

No hay comentarios.: