sábado, septiembre 19, 2009

Daniel Kostzer escribió este artículo



¿Qué es ser progresista?


Daniel Kostzer y Ricardo Aronskin

¿Cuál es la línea que divide a heterodoxos y ortodoxos? ¿Cómo calificar a un economista enrolado en el primer grupo, pero que al mismo tiempo pide acordar con el Fondo y ajustar tarifas? Los especialistas consultados dan su visión sobre el tema. Producción: Tomás Lukin

Luchar contra la desigualdad
Daniel Kostzer


Si en los años ’60-’70 se interrogaba a alguien acerca de qué era ser progresista en lo económico, no quedaban dudas: promover la propiedad social de los medios de producción, sea ésta mediante la utilización de figuras como las cooperativas o por parte del Estado. Cualquier intento de consolidación de la propiedad privada en este sentido era visto como retardatario de un proceso histórico casi lineal. Se podía debatir el papel de las empresas públicas, de los impuestos, de las empresas mixtas, pero quedaba claro dónde y hacia dónde marchaba el progresismo.

A la feroz represión de las dictaduras de todo el continente de esos años se suman las crecientes fisuras que mostraba el socialismo realmente existente en el Este, como cuestionadores de la viabilidad del modelo que se defendía desde el progresismo. La caída del Muro de Berlín termina ese proceso con la aparición del denominado discurso único, o el modelo neoliberal, o el Consenso de Washington, como expresiones de los tiempos que se venían: los tiempos de los mercados, los tiempos del precio correcto, sin intromisiones.

Dentro de ese marco, la defensa de la intervención estatal, de las regulaciones a los monopolios y de los sistemas de protección social parecían la trinchera de la resistencia a un modelo que parecía imparable. Cuestionar las recetas únicas del FMI y del BM, verdaderos decálogos del sistema, se convertían en eje de la misma.

La crisis en nuestro país, pero en especial la global que se empezó a desencadenar a fines del 2007, dio la razón a aquellos que mostraban que las restricciones al modelo de apertura y desregulación estaban en la naturaleza misma del sistema capitalista y aparecieron las recetas para superarla evitando una destrucción mayor del mismo.

Dentro de este contexto histórico, ¿qué constituiría un pensamiento progresista? Obviamente no la regulación del sistema financiero, que es promovida por todos, así como la asistencia directa a las entidades y firmas en peligro de quiebra, o inclusive la nacionalización (estatización) de las mismas para evitar el daño que tamañas caídas provocarían. Estos puntos son casi consensos globales.

Esto abre la puerta para cualquier tipo de inversión-intervención pública, orientada a sostener los niveles de actividad económica a costa de transferencias desde el sector público a esos segmentos de la economía global.

Los paquetes de estímulo no son vistos como distorsivos de los mercados y la intervención del Estado con subsidios de desempleo, compensaciones a las personas y empresas para mantener el empleo ya no son rigideces que afectan la eficiencia productiva.

Políticas de contención social, que protejan a los más vulnerables en este proceso tampoco, son discurso exclusivo de los más progresistas, hasta los sectores más concentrados de la economía defienden políticas más o menos masivas o universales para evitar que la debacle continúe.

¿Se robaron las banderas? En algunos casos sí, como suele suceder cada vez que hay una crisis profunda y la gente debe concurrir en ayuda del capital. Socializan las pérdidas y privatizan las ganancias, como se dice habitualmente.

Hoy ser progresista, en mi humilde opinión, pasa por apuntar y fortalecer cambios profundos y estructurales en lo que representa la principal limitación a un modelo de crecimiento sostenido y es la exclusión social y la inequidad entre personas, clases, regiones, etc. No se puede pensar en un futuro conjunto como país si, aunque se reduzca la pobreza, no se reduce la desigualdad que mata las expectativas, en particular de los más jóvenes, si no se reconstruye la ilusión de una construcción social que provea ciudadanía.

Progresismo es garantizar como derecho ciudadano el acceso al mercado de trabajo a todos los que quieran hacerlo. No por la moralina de “enseñar a pescar”, sino por su carácter estructurador de la sociedad. En definitiva el mercado de trabajo, en casi todas las sociedades, es la polea de transmisión que vincula la estructura y la coyuntura económica, el patrón de crecimiento, la inserción internacional, con el bienestar de los hogares, definiendo los niveles de equidad y de pobreza de las sociedades. Instituciones que garanticen el derecho de trabajar son imprescindibles.

Progresismo es reducir la diferencia que existe entre los más ricos y los más pobres incorporando a todos a un proyecto de país inclusivo donde los intereses de todas las partes sean compatibilizados. Progresismo es que la gestión del Estado no ignore a nadie, conceda derechos y no favores pero, fundamentalmente, consigne ciudadanía a través de la potenciación de la autogestión de la población en aras del desarrollo humano en sus múltiples dimensiones.

Estos objetivos pueden requerir medidas del más variado tenor. Muchas de ellas aparentemente neutras o desteñidas de color ideológico, pero sin lugar a dudas se pueden evaluar y medir poniendo al desarrollo humano en su sentido más amplio, en el centro de las decisiones políticas, sociales y económicas.

* Docente FCE-UBA.

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