Somos una vergüenza
Por María Teresa Jardí
Se aprestan los senadores a legalizar lo que en la práctica ya se lleva a cabo, la aplicación de la Ley Arizona en territorio mexicano. No tienen vergüenza los bien comprados legisladores a la mexicana. Les contaba en una entrega anterior de mi columna que entre San Cristóbal y Oaxaca fue parado el camión donde viajaba en dos retenes de Migración, que se dedican a cazar migrantes. Tan deshonrado que está el Instituto de Migración y en manos del desprestigiado y mucho más temible, muy presumiblemente capo secuestrador, Genaro García Luna, van a poner los Senadores -¿a cambio de qué?- la vida de centroamericanos pobres, que por ser pobres, como somos cada día más millones de mexicanos, se ven obligados a transitar, a pesar del conocimiento que se tiene de que van a tener que enfrentar a la bestia, por nuestro territorio, en aras de llegar al país que ofrece una vida inalcanzable para la mayoría, que el imperio quiere que siga dominada, a costa de la vida de millones que no han cometido más crimen que el de nacer pobres. ¿De qué se trata el aprobar aquí la misma Ley Arizona que se combate, de dientes para afuera, queda claro, cuando se aplica en contra de los mexicanos? ¿De convertir a México en un país todavía más bananero? ¿A cambio de qué se puede caer tan bajo? ¿A cambio de que de tanto en tanto les paguen un viaje para comprar chorradas en los United States? ¿De qué? ¿Qué cantidad de dinero puede justificar el criminalizar la pobreza de otros pueblos, legalizando la conversión de nuestro país en filtro del imperio?
Me declaro incompetente para entender cómo puede pudrirse también la mente de quienes se venden por 3 monedas. El becerro de oro, queda claro, convertido en el dios de la clase política a la mexicana. Por Dios, ni un voto más, nunca en la vida, en tanto no se refunde una república que ya da grima incluso sabiéndola tan bananera. Una vergüenza son los debates camarales. Como los de la Corte que, sólo, y quizá, a los ministros interesan.
Pero no toda la culpa es de la clase política, que se ha podrido de manera, tan brutal, porque la sociedad lo ha permitido.
Mientras seguimos jugando al cambio, vía las elecciones, cambio que cada día se torna a todas luces más inalcanzable, la corrupción sigue imponiendo las reglas del juego destructivo del entramado ético institucional en un país en el que cada día la ciudadanía se percata más claramente de la cancelación de futuro a largo plazo para las próximas generaciones, que a la inconcebible generación nuestra le sobrevivan.
Se avecinan cambios en el Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal y la propuesta para la elección de magistrados enviada a la Asamblea está integrada por un personaje que fue representante del sindicato del tribunal y por dos secretarias proyectistas que nunca han sido jueces. Y en especial una de ellas, me hace saber un juez, es una secretaria de Acuerdos de Sala que cuando concursó para ser juez no pasó ni a la primera etapa; es decir, es gente que no está preparada. Y mientras a los buenos jueces se les relega porque, quizá, como magistrados se les podría ocurrir el querer impartir Justicia. Y aquí la Justicia, condenada también ha sido a morir impunemente ejecutada. Por dedazo se dan los nombramientos. ¿Por quién? ¿Por qué? Por dinero, porque son amantes de alguien, vaya usted a saber. Pero lo que queda claro es el arte para desarmar la estructura ética del Poder Judicial en pleno. El reto parece ser que no se salve nada. Ojalá, hago votos para que así sea, mejor suerte haya tenido ayer el Tribunal Superior de Yucatán por lo que a la elección de sus magistrados toca.
En el Distrito Federal, como sucede en Yucatán también, por cierto, sus habitantes solemos pensar que son lugares privilegiados con relación a otros estados de plano elegidos para ser arrasada en ellos hasta la menor posibilidad de vida digna. Pero de a poco, incluso en los lugares aparentemente privilegiados, se van convirtiendo en lo mismo que a los otros ya se han convertido. Se trata de que no se salve nada. En lugar, de por como están las cosas en nuestro país, casi cincuenta mil asesinados impunemente en ningún lugar son una broma, de a poco, aunque fuera, tanto en materia de impartición de justicia, ya que no tenemos manera de salvar lo que a la procuración se refiere, y de migración, luego de haber azorado al mundo con el cementerio de migrantes, que no ameritó ni un sólo funcionario preso, se fueran nombrando, al menos, donde gobiernan el PRI y el PRD, a los mejores como jueces, a la par que creando, por los imperdonables legisladores, las leyes justas que nos regresara al país solidario que fuimos, en lugar de legalizar a México como el criado del imperio gringo, convertidos también en el filtro de pobres que de países hermanos se ven obligados a pasar por nuestro territorio para llegar a la impresentable nación vecina, como hacen nuestros paisanos, aspirando a alcanzar una vida aunque sea un poco menos indigna de la que en sus entidades tienen.
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