Julio Hernández López
Astillero
¿Qué hacían los agentes?
Se enreda la versión original
La FBI entra en acción
Repudiar intervencionismo
La versión aséptica que originalmente se dio de las circunstancias en que fueron atacados dos agentes estadunidenses cerca de San Luis Potosí se enreda y enturbia en la misma proporción en que los mandos centrales de la potencia invasora aprovechan la coyuntura para afianzar impúdicamente su control sobre la colonia en llamas avivadas.
No era un simple viaje carretero entre la ciudad de México y Monterrey, sino el cumplimiento de una enigmática cita de trabajo con “funcionarios” estadunidenses en un punto intermedio, San Luis Potosí, y los atacados no iban hacia la capital neoleonesa sino que regresaban al Distrito Federal, y en el contexto de esa extraña reunión de trabajo se haría entrega de un “equipo” cuyas características y funciones no se han precisado. Demasiadas correcciones al planteamiento original, más la confesión oficial de que en SLP se realizaba una sesión con “funcionarios”. ¿Qué hacían esos agentes y funcionarios extranjeros en San Luis Potosí? ¿La pareja atacada a la altura del balneario potosino de Ojo Caliente conocía a sus agresores o incluso tuvo o tenía comunicación con ellos? ¿La reacción violenta tuvo que ver con el “equipo” entregado o por entregar? ¿La agresión se produjo no solamente a sabiendas de que eran policías gringos sino justamente a causa de ello y en razón de los “trabajos” que habían realizado en esa región? ¿Los atacantes eran narcos o policías mexicanos?
A pesar de todos los puntos oscuros o poco convincentes (la camioneta blindada, por ejemplo, habría quedado a merced de los atacantes porque los seguros de las puertas se desactivaron automáticamente al orillar el vehículo y colocar la palanca de velocidades en parking), la historia del agente asesinado, y su acompañante ya a salvo, se ha convertido en oportuno combustible para incentivar la histeria de la clase política del país de las barras y las estrellas contra el traspatio incendiado a causa de una absurda “guerra” que pretende frenar el flujo de drogas hacia los consumidores gringos que siguen disfrutando sin problema de las mercancías supuestamente satanizadas. La voz más destacada de la acometida estadunidense es la secretaria de seguridad interior, Janet Napolitano, quien afirmó ayer que el gobierno de su país está “indignado”, ultrajado y triste por lo sucedido en SLP y se permitió extender una suerte de amenaza ejecutora implacable: “Que nadie se equivoque: los involucrados serán llevados a la justicia”, extrañamente confiada en la efectividad judicial mexicana, que según las estadísticas es aplicadamente ínfima, o convencida de que “a la memoria” del caído habrán de intervenir a sangre y fuego las fuerzas “justicieras” imperiales para cumplir su misión en tierras baldías.
Un primer apunte de ese libreto de intervencionismo insolente se produjo ayer mismo en San Luis Potosí, a donde llegaron las avanzadas de la FBI para encabezar, en la práctica, a un grupo binacional de investigación. La aceptación calderonista de esas manos extranjeras en un proceso judicial que debería ser soberano es una confesión tajante de la incapacidad institucional nativa y del sometimiento de Los Pinos a las directrices provenientes del país vecino. Toda la enjundia declarativa que Calderón asesta constantemente a públicos cautivos, asegurando que su estrategia de guerra sirve “para recuperar espacios públicos” y que se está restableciendo la capacidad del Estado mexicano para resolver sus problemas, debería aplicarla al caso de uno más de las decenas de miles de personas caídas en su absurda “guerra”, sin permitir tutelajes explícitos de policías extranjeros ni la consecuente descalificación tajante del sistema judicial mexicano.
La autorización felipista para el entrometimiento de la FBI merece una repulsa social y política organizada, por la gravedad específica que entraña, pero, sobre todo, porque forma parte de una estrategia anunciada y en curso que busca tomar el control de México a partir del desastre causado por el calderonismo sangriento y destructor, y porque inocula sombríos virus en el proceso electoral de 2012 que ya de por sí tiene encima múltiples amenazas internas (los arrebatos de Los Pinos en busca de conservar a cualquier costo el poder, el abatimiento de los órganos institucionales de organización y calificación electoral, el poderío económico desbordado en ambiciones y el narcotráfico como veto y voto que pocos podrán rechazar, y, ahora, el puño estadunidense que toma posiciones para impedir otra vez sueños de alternancias hacia la izquierda).
Urgente también es el transparentar y redefinir, con pleno respeto a la normatividad mexicana, la acción de los diversos grupos de agentes estadunidenses que a cuenta de Iniciativas Mérida, comités binacionales de trabajo, agregados diplomáticos y otros disfraces,se han convertido ya en un factor incontrolado de expansionismo y una amenaza latente de desestabilizaciones y provocaciones. México no es colonia, ni estado libre asociado; ni la claudicación calderonista significa la aceptación popular de sus tratos entreguistas.
Astillas
En otro flanco internacional, la “justicia” y la eficacia institucional mexicanas están siendo sometidas a un bombardeo descalificatorio. El caso de la francesa Cassez no pasa obligadamente por la definición de inocencia o culpabilidad, sino por el punto fino del derecho a un juicio justo, a un proceso sin producciones cinematográficas de García Luna ni la integración de un expediente judicial a partir de acomodos o reacomodos... Jesús Ortega está en el centro de las exigencias de redefiniciones en el PRD. Con el estado de México en el centro de las discusiones, crece la exigencia de que el actual presidente de ese partido cese en sus funciones para que no siga impulsando las alianzas electorales con el PAN que tan malos resultados han reportado a la hora de la integración de los equipos de gobierno y del ejercicio práctico (como Oaxaca lo está demostrando de manera contundente)... ¡Feliz fin de semana!
Fax: 5605-2099 • juliohdz@jornada.com.mx
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