Contra el miedo: la confianza
María Teresa Jardí
María Teresa Jardí
La característica de los gobiernos autoritarios, como es el caso de la usurpación de la derecha encabezada por Calderón, es que desconfían del pueblo. Que le tienen miedo al pueblo. Que no creen en el pueblo. Lo que les propicia una sordera enajenante, que aunque les resulta muy útil para imponer “el orden”, desde arriba sin escuchar a nadie y como mejor conviene a sus intereses, que sólo comparten con el grupo “selecto” que los rodea, los hace sentir un miedo aún mayor que el que ellos imponen al pueblo, que convierten en su enemigo.
Quizá lo más admirable de Don Samuel fue confiar siempre en la gente. La no violencia consiste en desarmarse uno para desarmar al otro. Contra el miedo la tarea es enseñar a recobrar la confianza creyendo cada uno en sí mismo y creyendo en el otro como se cree en sí mismo.
La labor de la enajenante telebasura es justamente la de entrar cada noche a convencer a los telespectadores de que nada valen porque no son “los bonitos ni los ricos”, las flacas anoréxicas y los machos musculosos dorados por el sol en exóticas playas, los que lo tienen todo, aunque en el fondo no tengan nada.
Un gobernante que no tiene el respeto del pueblo, como le sucede a Calderón, es el más miserable de los seres. Quien se ve obligado a vivir en un bunker por lo mucho que debe, es un ser digno de lástima, aunque ni siquiera merezca que se sienta pena por él. Quien obligado se ve a salir acompañado de un ejército, está más preso que el injustamente encarcelado, que mantiene libre la mente.
Los sinvalores tendrían que ser analizados como los antivalores, que son fomentados desde el poder, en lugar de ser copiados. Pero... si los mexicanos hubiéramos llegado a esa etapa ya nadie encendería al enemigo silencioso que en cada casa, en la “tele” se tiene, con el permiso de los que en ella viven.
Contra el miedo, la enseñanza es a confiar en sí mismo. La enseñanza cancelada por mafias que controlan el poder, desde el jardín de niños. La enseñanza en casa, con el ejemplo de los mayores, la que deberían promover las iglesias en lugar de enseñar los mismos antivalores, que a través de la enseñanza escolarizada, hace varias décadas, en México se promueve por las mafias neoliberales que controlan el poder al servicio del imperio gringo.
Así pues, una tarea pendiente de urgente aprobación para los mexicanos es la de recobrar el sentimiento de valer, que nada tiene que ver con el tener, ni con el ser algo diferente a lo que cada uno es.
Los crímenes atroces que contemplamos azorados, por fin, la población entera. Y vaya que se tardaron los a modo mexicanos en enterarse de que se está haciendo una limpia de mujeres y de jóvenes en Ciudad Juárez o de que no es posible continuar tratando de manera criminal a los migrantes que se ven obligados a entrar en territorio mexicano para llegar por el Sur al Norte, que acabará por ser colonizado por los latinoamericanos. De ahí que también el miedo de los gringos, tan igual al miedo del resto de la derecha fascista, donde quiera que ésta se encuentre y como quiera que se encuentre, sea enorme. Quizá mayor aún que el miedo de los pueblos. Los gringos saben que los pueblos pueden, cuando se deciden, acabar con las mafias gobernantes, por más poderosas que sean. Que los muchos pueden acabar con los pocos.
En el caso de México la derecha fascista, que usurpa el Poder Ejecutivo con el PAN a la cabeza, también tiene miedo. Derecha que puede ya mirarse en el espejo que la iguala a los responsables del Holocausto que los sionistas hoy repiten en contra de sus propios hermanos árabes.
El miedo de los pueblos se fomenta desvalorizando a la sociedad. El miedo de la derecha fascista se va tatuando en la piel de sus desgobernates con cada crimen cometido en contra del pueblo. El miedo de los pueblos se controla fomentando la confianza de cada persona en sí misma. Los desgobiernos sólo tienen en la mira el aumento de su miedo.
El miedo es una forma de arroparse. También la jerarquía católica tiene miedo. Frente al crimen desorganizado y frente al crimen organizado por el desgobierno, desde el Estado, frente a la involución patética de la jerarquía de las iglesias, el trabajo inminente, que a la sociedad le toca hacer, es despojarse de la anticultura fomentadora de antivalores, incluso, para volver a ser libre.
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