jueves, julio 21, 2011

Jaime Ornelas Delgado : La crisis que sigue ahí


La crisis que sigue ahí
Jaime Ornelas Delgado

Según los funcionarios del gobierno de Felipe Calderón (gobierno al que, por fortuna, le queda poco menos de un año y medio de vida), la mexicana es una economía “robusta” (ni le digo quién hizo esta ridícula afirmación, pero no es difícil saber que fue quien acostumbra decir este tipo de dislates y cuyas iniciales son Ernesto Cordero). Algunos indicadores, sin embargo, desmienten las afirmaciones faltas de seriedad hechas por los miembros del gabinete de Calderón, quien por cierto es autor de otra frasecita del mismo talante; “este es el año de la consolidación”, ¿de qué o de quién?, a saber.

Por ejemplo, la CEPAL en un “Estudio Económico para América Latina y el Caribe” publicado recientemente, afirma que si bien el crecimiento promedio del Producto Interno Bruto (PIB) de la región será este año de 4.7 por ciento, la economía mexicana apenas si crecerá 4 por ciento, el quinto crecimiento más bajo de latinoamericana. La razón se ha dicho muchas veces, y ahora se reitera, la dependencia de la economía mexicana a la estadounidense, situación que si bien heredaron los gobiernos neoliberales del PAN, poco han hecho para reducirla y, por el contrario, la han incrementado y reforzado.



En efecto, desde que se decidió en el gobierno de Carlos Salinas que la economía del país tendría que crecer ampliado sus exportaciones al mercado estadounidense dejó de importar el mercado interno, los salarios perdieron poder adquisitivo lo cual poco preocupó a los economistas del régimen, pues el sector más dinámico de la economía, el exportador, sostenía su expansión y crecimiento en el poder adquisitivo del mercado estadounidense, incluido el “mercado de la nostalgia”, formado por los mexicanos que masivamente han emigrado en busca de ese “sueño americano”, que en muchos casos se ha convertido en inaudita pesadilla.

Una economía así, carente de motores internos que permitan el crecimiento (mercado doméstico con fuerte poder adquisitivo, producción agropecuaria que satisfaga las necesidades de la autosuficiencia alimentaria; expansión de las empresas creadoras de empleo productivo; ahorro interno canalizado a la construcción de infraestructura productiva; desarrollo de la ciencia y la tecnología adecuado a las necesidades del país; sistema de seguridad social con cobertura universal, creación de empleos bien remunerados y el apoyo del sector energético al desarrollo nacional) resulta muy vulnerable a las vicisitudes externas que afectan las posibilidad, de por si limitadas, de crecer. Por supuesto, esta falta de crecimiento, o de un lento crecimiento económico, se traduce en destrucción de puestos de trabajo, reducción de la oferta de nuevos empleos con salarios decorosos y prestaciones suficientes (no son gratuitas las presiones patronales para que la Cámara de Diputados apruebe la nueva ley laboral que atenta contra los derechos de los trabajadores); finalmente esta situación ahonda las desigualdades socales, desigualdad que hace propicia la violencia y la desesperanza que empieza a cundir en la sociedad mexicana.

A pesar de los dichos de Agustín Carstens (por cierto, ¿cuánto le costaría al erario nacional su frustrada aspiración personal de ser director general del Fondo Monetario Internacional? El pueblo de México tiene el derecho a saber el costo de esa campaña, puesto que los recursos usados salen de sus impuestos), en el sentido que la crisis en Estados Unidos sólo provocaría un leve “catarrito” a la economía nacional, nos damos de cuenta que el paciente está tan débil que ese catarro puede convertirse en una pulmonía de gravísimas consecuencias para el país. Y en estos días la economía estadounidense muestra los síntomas de una recaída de la crisis iniciada en 2007, tan mal atendida por las autoridades financieras internacionales que sólo se preocuparon por atender las necesidades del gran capital y descuidaron las carencias de la economía real y ahí están las consecuencias, cuando despertamos la crisis seguía ahí.

¿Modernidad?

La modernidad debe entenderse como un proceso donde el gobierno dialoga permanentemente con la población y como no la imposición de proyectos inconsultos que destruyen la identidad de los ciudadanos con su ciudad.

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