sábado, enero 28, 2012
La patria del exterior : Porfirio Muñoz Ledo
Porfirio Muñoz Ledo
La patria del exterior
MORENA celebró en Zacatecas una exitosa reunión sobre política exterior: secuencia de maduras reflexiones en torno a nuestra inserción del país en la globalidad, nuestras relaciones con Norteamérica y diversas regiones del mundo y consideraciones sobre las naciones emergentes, y los organismos multilaterales. Para concluir, un proyecto alternativo del candidato presidencial, sin estridencias pero con firmeza y patriotismo, resumido en diez puntos.
Me correspondió abordar la cuestión de las comunidades mexicanas en los Estados Unidos. Afirmé que se trata de una sucesión de capas diversas y acumulativas de pobladores que integran un solo universo a pesar de sus distintas antigüedades y condiciones migratorias. A comenzar por los que se quedaron allá después de la guerra de 1847 y cuyos descendientes, estimados en más de un millón de personas, están protegidos por el Tratado de Guadalupe Hidalgo.
Ocurrió después una penetración por goteo en ambos sentidos conforme se iba encogiendo el desierto. La primera gran oleada migratoria se registra durante los tres primeros decenios del siglo XX, cuyas causas son el ferrocarril, la revolución y los cambios en el régimen de propiedad, estimada en 900,000 personas. Vinieron más tarde los programas de braceros entre 1942 y 1964 evaluados en 4 millones de migrantes legales, algunos de los cuales están todavía en demanda de justicia.
Se desencadenó en seguida y hasta 1986 una corriente migratoria primordialmente indocumentada y crecientemente diversificada en lo geográfico y lo laboral. Contribuyeron a ensancharla los factores de atracción, en particular la integración de la población de afrodescendientes en ese país, los procesos de urbanización y la expansión de los servicios, al punto que tres cuartas partes de los seis millones que se trasladaron viven en las ciudades.
Con la implantación del neoliberalismo se abrieron los mercados laborales, se estimuló la migración pero no se aceptaron sus consecuencias jurídicas y humanas. Ese fue el crimen mayor del TLCAN que, a diferencia de otros tratados de integración, no contempló el libre tránsito de las personas. Nuestros trabajadores van a producir allá los alimentos que aquí compran sus familias con las remesas que les envían. Como resultado de una relación hipócrita y profundamente asimétrica se han trasladado más de 12 millones, 9 de ellos después de la firma del instrumento.
La causa eficiente del éxodo no es sólo la caída brusca del crecimiento económico, ni el amento del desempleo, sino el desplome del salario, que desde que el suscrito era Secretario del Trabajo ha cambiado su relación con el de la Unión Americana de 5 a 1 a 14 a 1. Cuenta además la esperanza de movilidad social que en México se haya obturada y que la migración alienta, en la medida que en una sola generación puede producirse un ascenso que aquí tardaría hipotéticamente varias en ocurrir.
Así, nuestras comunidades suman hoy cerca de 30 millones de personas, de la cuales 11 nacieron en México y forman el 29% de toda la población migrada que, junto con el 22% de los otros latinos, hace más de la mitad. Hoy uno de cada 4 niños nacidos en Estados Unidos es “hispano” y se estima que será uno de cada 3 a mediados de siglo. Ello explica el recrudecimiento de la xenofobia, las leyes racistas, los muros inicuos, la violación de los derechos humanos y la incapacidad del gobierno norteamericano para hacer aprobar la prometida reforma migratoria.
Por nuestra parte debiéramos asumir una posición categórica e irrevocable en defensa de los mexicanos del exterior y de los migrantes en nuestro territorio. Establecer constitucionalmente, como lo hemos propuesto, que la nación mexicana trasciende sus fronteras territoriales y reconoce el derecho humano a la migración. Asegurar el derecho universal al voto y la representación política de los residentes en el extranjero.
Construir la patria grande como clave de nuestros equilibrios internacionales y del respeto a nosotros mismos. Como cimiento y extensión de una República amorosa.
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