El antifaz de las encuestas
Luis Linares
Zapata
Armados hasta el cerebelo con los
porcentajes de su cotidiana encuesta (tracking, le llaman), los
columneros estrellas de Milenio Diario y canal respectivo
difunden caprichosas predicciones. El líder indiscutible, el aventajado, el
poseedor del récord de simpatías encuestadas por ellos, pudo, al fin, aparecer
en la televisión abierta y exponer sus alegatos. Y no sólo eso. Contratacó a
los que osaron dirigirle sus cuestionamientos. Pocos, si alguien, esperaban tal
milagro de simplona palabrería y atildados modales aconsejados por asesores de
imagen corporal. Fue un golpe propagandístico prefabricado con toda
anticipación por la nube de protectores que guían las peripecias del señor Peña
Nieto en tribunas, fotos y pantallas. La enorme ventaja del mexiquense,
presumida con apoyo en el taumaturgo en turno (GEA/ISA), no sólo salió indemne
del encuentro con desesperados rivales, sino le permitió mostrar sus acicaladas
dotes oratorias, proclaman con donaire de conductores experimentados. Un
fenómeno mediático que, sin duda, predican sin disimulo y entusiasmo un tanto
fingido, aumentará su ventaja en la reñida competencia por el poder.
Noche a noche predican,
auscultan, enjuician e inducen, desde ese canal y diario mencionados, lo que
juzgan como irredento destino de las simpatías de los electores mexicanos. No
hay alternativa al marcado desde su hertziano megáfono. El señor Peña Nieto,
alertan, es y será el indisputable ganador de las venideras elecciones
federales. Josefina, para sus pronósticos irremediables, lucha por mantenerse a
tiro de un dígito, pero fracasa en el intento. AMLO, con su vetusta y hasta
contradictoria retórica amorosa ya está, desde su periscopio cotidiano,
condenado al destierro, a la derrota y, más que eso, al olvido.
Hay que decir, empero,
que dentro de esa misma organización editorial y mediática hay ciertos
colaboradores que salvan, con honestidad, su entereza, inclinaciones personales
y reputación. Con dura información a veces, con la refinada prosa y claridad de
pensamiento de algunos otros, con sentido del humor e inteligencia en ciertas
ocasiones, marcan prudente distancia de sus editores y compañeros de viaje.
Tratan, por los medios disponibles a sus posibilidades, de mantener las
necesarias e indispensables dudas y distancias del entorno que los rodea. Pero
los que acaparan múltiples reflectores, conspicuos miembros de la favorecida
opinocracia, recalan, con frecuencia inusitada, y con incontenible saña a
veces, en señalar los defectos y cortedades de aquel (AMLO) que les empitona
sus más íntimas segregaciones gástricas. Ni modo, cosa de las pasiones de
callejón y las visiones obnubiladas por ellas. Las distinciones de calidad
entre los rivales por el poder, desde sus altos y severos juicios, se borran.
Y, con incontestable plumazo, ponen a salvo a su elegido ganador. Los
predicados 20 puntos (o más) de ventaja, conservados a piedra y canto desde
hace años, han ido empujando al predilecto que será, qué duda cabe y desde sus
alegados compromisos con la verdad, el elegido por esas mayorías que sus
sondeos descubren. Y, tras esas pulsiones, atascadas de numerología, desfilan
sus confianzas de taumaturgos del periodismo moderno.
La realidad de las
preferencias electorales, en cambio, se ha ido acomodando con el indetenible
fluir de la campaña. Un caudal a veces sordo, en otras ocasiones apenas
audible, pero cierto, va emanando desde el seno mismo de la angustiada
sociedad. El sentir que ahí se empolla ha ido sorteando los escollos de la
medianía que lo rodea y condiciona. Ahora, después de adquirir la fuerza
necesaria para retar al poder establecido, amenaza con volverse un torrente
solicitante de atención, pero también de ayudas y generoso aprecio. Tampoco lo
ha detenido el barullo mediático perfilado desde las cúspides para contenerlo.
La conciencia, esta vez masiva, va, con certeza y decisión, abriéndose un
camino coincidente con las aspiraciones de esos muchos que forman mayoría.
Claman por el cambio sin
escondrijos ni disfraces. Un cambio que sea verdadero, porque se ha engendrado
desde las entrañas mismas del sufrimiento, de la pobreza, de esa precariedad
que, no por sus penalidades y extensión, queda huérfana de honestidad y ánimo
justiciero. Valores arraigados, conservados, hasta de manera destemplada y
rijosa, por sendos grupos de la sociedad. Una fiera lucha, ciertamente de años,
sin cuartel en busca de un lugar en la pequeña o gran historia del acontecer
nacional se va haciendo presente. Forma ya un movimiento de arrestos
transformadores, pero que trascurre, por lo que se ve y oye, ajeno a los
escrutadores del oficialismo. Pero ese ronco madurar de intenciones colectivas
tras el cambio empieza a ser captado por otros medios y esfuerzos demoscópicos
(María de las Heras, Uno Noticias, por ejemplo). No cabe duda que los sentidos,
de esos unos cuantos, se embotan con tanto deambular por rutilantes escenarios.
La continua presencia en las pantallas de los opinócratas les uniforma voces,
embadurna criterios y les congela gestos. Pero, a pesar de lo que difunden en
sendas arengas moralinas desde sus pedestales mediáticos, los hechos, sus
posturas y hasta sus sentencias, coinciden, a pie juntillas, con los soberbios dictados de aquellos
que los miran desde mero arriba.
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