sábado, mayo 26, 2012
Los desatinos hasta el final : Guillermo Fabela Quiñones
Los desatinos hasta el final
Apuntes
Guillermo Fabela Quiñones
Mientras el país se desangra y padece las terribles consecuencias de la inexistencia de un verdadero Estado de Derecho, la clase política en el poder sólo se preocupa por su futuro inmediato, como se advierte por la actuación tanto de Felipe Calderón como de Enrique Peña Nieto. El primero se vale de su calidad de jefe del Ejecutivo para tratar de confundir a la ciudadanía con sus discursos demagógicos, con los que quiere librarse de culpas arrojándoselas a sus adversarios, y el abanderado del PRI pugnando, con todo lo aprendido en Televisa, por convencer a una sociedad harta de tanto cinismo y corrupción, de que lo único que hace falta son cambios cosméticos que habrían de permitir que su grupo de interés se afianzara en el poder.
Llama la atención la capacidad de Calderón para substraerse de una realidad de la que es principal protagonista. Habla como si en verdad estuviera convencido de que todo lo que diga se le habrá de creer a pie juntillas, sin pensar que tal mecanismo no tiene ya ninguna correspondencia con sus interlocutores, debido al abuso que ha hecho del mismo. Lo único que logra es disgustar aún más a la sociedad que sufre las consecuencias de un “gobierno” sin autoridad moral, pues hay abundancia de hechos que dejan ver la “viga” en el ojo de quien critica la “paja” en el ojo ajeno. ¿Cuándo ha procedido conforme a la ley en contra de los funcionarios de su gabinete que han incurrido en actos de corrupción durante el sexenio?
La impunidad, que ha sido la principal divisa del sexenio, incluso es vista en Estados Unidos como un serio problema, según el informe del Departamento de Estado que dio a conocer anteayer Hillary Clinton. Es cierto que hay mucha gente desinformada en México, pero no a tal grado que se puedan mofar de ella de manera tan brutal como lo hace Calderón. No son los adversarios quienes han provocado la violencia que se vive en el país, al no haber combatido al crimen organizado con la firmeza que se requiere, según el inquilino de Los Pinos, sino la absoluta ausencia de una política de Estado tendiente a fortalecer el Estado de Derecho, como lo demanda la propia realidad nacional.
Vemos así que todo lo que hace y deja de hacer Calderón no tiene más objetivo que tratar de debilitar a las fuerzas progresistas. Sus “aceradas críticas a una realidad insostenible”, sólo tienen tintes electorales, independientemente de las razones jurídicas que tenga para proceder como lo está haciendo. Lo que queda claro es que al no actuar con un verdadero sentido de justicia, su actuación se invalida moralmente. ¿Cuándo se hizo justicia en el caso de la Guardería ABC, por ejemplo? ¿Por qué no se ha iniciado ni siquiera una investigación en la magna corrupción existente en las altas esferas de la administración de Pemex? ¿Por qué se ha impedido desde la Secretaría de Comunicaciones y Transportes que Mexicana de Aviación pueda seguir laborando, sin que importen los graves daños al país y a sus trabajadores?
Lo único que va a lograr, con su modo de terminar el sexenio, es complicar aún más las cosas a la nación, cuando lo que conviene, sobre todo a su partido, es crear condiciones para un retiro de la escena pública sin tanto desasosiego. El PAN quedará apestado por tanto desatino de Calderón, incluso de mayor grado que los de la “pareja presidencial”, pues no acepta que su sexenio ya terminó y que los meses que restan a la administración son para reparar daños, enmendar entuertos, y tratar de salir lo mejor librado posible, luego de haber llevado a cabo un trabajo con más lados oscuros que páginas recordables.
Sin embargo, quiere seguir echando fuego a la hoguera, como lo patentiza la realidad. Los enconos van en aumento entre los distintos sectores, cuando lo razonable sería lo contrario, gracias al interés del inquilino de Los Pinos en querer culpar a sus adversarios de las terribles consecuencias de sus desatinos. El ciudadano común, por ejemplo, sabe perfectamente que la violencia tan calamitosa que estamos viviendo es culpa de Calderón, no de que años atrás no se hubiera combatido al crimen organizado. Sabe asimismo que si no se hubiera obligado a los delincuentes a organizarse no se hubieran fortalecido, y que el problema del narcotráfico no sería tan grave si el gobierno estadounidense no estuviera interesado en fortalecer el mercado, conjuntamente con su contraparte mexicana.
Así que resulta contraproducente que Calderón pretenda eximirse de culpas, cuando esto es imposible. Lo razonable y prudente sería no seguir echando alcohol sobre las heridas del pueblo, pues a eso equivale su proceder en este momento. ¿Acaso no está enterado de que millones de jóvenes están despertando de su pesado letargo y están dispuestos a influir en el rumbo del país, que desean sea democrático, con oportunidades para todos, con paz social y sin demagogia insultante? Han dicho ¡ya basta! y será muy difícil que no actúen de manera consecuente. Asombra que hasta el final del sexenio se quiera seguir tomando el pelo a la sociedad, como lo pretendieron con el acto sobre el supuesto rescate de las tierras huicholas de Wirikuta.
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