Políticos ladrones
Arnaldo Córdova
Siempre y en todas partes ha habido
políticos ladrones. De diferente entidad y avidez, pero siempre los hay. Claro
que la referencia es obligada para aquellos que son descubiertos en sus
fechorías, pues los que no lo son, simplemente, no entran en la cuenta. Ser
ladrón, suele pensarse, sólo se revela cuando se le descubre, que, cuando no,
el latrocinio no existe. Que haya políticos honestos y respetuosos de lo ajeno,
por el contrario, es algo que llega a conocerse; pero también es muy difícil de
saberlo y más todavía de comprobarlo.
La percepción ciudadana
es que todos los políticos roban y que aprovechan sus puestos y su profesión
para hacerse de lo que tienen a la mano. Conociendo sus ingresos legales se
puede ver que viven mucho mejor de lo que podrían dar a entender sus
emolumentos. Muchos de ellos salen de pobres siendo políticos. Y en esto no hay
distinciones. Todos se vuelven prósperos cuando llegan al poder. Lo mismo los
derechistas que los izquierdistas. Muchos priístas, panistas y perredistas (y
de los otros) se han hecho de buenas fortunas personales.
La corrupción es una
institución fundamental de la política, una de sus bases definitorias, y no
sólo en México, sino en todo el mundo. Estados Unidos es conceptuado por muchos
de los mismos estudiosos norteamericanos como el país más corrupto del mundo. El
hecho se cataloga como una simple anomalía. La diferencia con México es que
aquí se trata de una condición estructural de la política. Robar en la
política, desde luego, no se equipara a sustraerle la cartera al que se deja,
cosa que puede darse muy a menudo; lo principal es aprovechar los cargos y el
poder para enriquecerse.
En los gobiernos
panistas se ha venido prolongando y mejorando la tradición priísta de traficar
con influencias, vender concesiones públicas, conceder contratos por un pago,
abrir picaportes indispensables y colocar personeros de los aspirantes en
situaciones de decisión. Hay siempre cosas inexplicables. Antonio Gershenson no
se ha cansado de destapar el tráfico de corruptelas en las concesiones,
permisos y contratos que se dan en la zona petrolera de Chicontepec, donde se
produce poquísimo petróleo, pero a donde van a dar decenas y decenas de miles
de millones de dólares que se han esfumado sin explicación ninguna.
Hemos llegado a
descubrir que la política de los gobiernos derechistas de favorecer ciertas
opciones de decisión económica o financiera, determinadas líneas de desarrollo
o preferencias claras por ciertos actores privados en la economía, no obedece
tanto a sus principios conservadores como al hecho de poder hacer negocios y traficar
con los bienes públicos para el lucro personal de los propios políticos y sus
aliados o socios. Los casos ya sonados de corrupción en la Comisión Federal de
Electricidad (compra de funcionarios, concesiones en la Cuenca de Burgos o el
caso de la gasera Repsol de Manzanillo) no muestran una política de desarrollo
sino un conglomerado de latrocinios y corruptelas.
A los priístas raramente
se les caía en flagrancia, porque nadie podía ver lo que hacían. A los panistas
no sólo se les ve hacer todos los días sus trapacerías, sino que se han vuelto
de tal manera cínicos que más bien esperan que les aplaudan sus gracias que no
dar explicaciones de las mismas. La sucesión (llamada alternancia) de
priístas y panistas en el gobierno les ha dado la coartada de culparse
mutuamente por sus porquerías, lo que les evita también dar explicaciones de
sus malas decisiones y de sus abusos. Se ve ahora en el caso del secretario
Bruno Ferrari.
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