Luis Linares Zapata
El proceso electoral del estado de México ha sembrado el horizonte democrático con varias semillas, peligrosas unas, corrosivas otras y muy pocas de las restantes podrán recuperar la indispensable confianza en el futuro. En el centro de la vida pública de ese estado se asienta una sólida capa de temores colectivos e individuales ante las escasas oportunidades de desarrollo. La indefensión del ciudadano ante un aparato de control y manipulación que todo lo avasalla da contenido y forma a una opresiva realidad. Las oposiciones de derecha e izquierda, aun si fueran concertadas, se verían limitadas para presentar plataformas de defensa o salidas alternas. La confusión de su oferta política y, sobre todo, la pérdida de identidad derivada, ahora se ve con claridad, lo hubieran impedido. Quedaba, entonces, una solitaria posibilidad: alentar, desde una izquierda definida y actuante, el ensanchamiento de la conciencia de los mexiquenses. Esa que puede descubrir e iluminar la ruta para regenerar su corroída vida pública. Una izquierda que intentara, desde sus propios principios y compromisos, el cambio indispensable.
En el ámbito público central se impulsaron, con relativa facilidad y desde los medios de comunicación masivos en esta contienda, varios supuestos erróneos. Uno, el central, sostuvo la inminencia del triunfo priísta en el Edomex. El desaliento, la inmovilización y el abstencionismo quedaron implícitos como objetivos a lograr. La confianza priísta en su aparato, aplastante e integrado al gobierno, haría lo necesario, incluyendo cualquier ilegalidad. Hay que denunciar, sin embargo, que el señor Eruviel, aun antes de ser identificado a escala estatal, pues le conocía apenas 36 por ciento de la población, según sondeo de El Universal, contaba ya, de acuerdo con el seguimiento de Milenio, con una propensión de voto mayor a 50 por ciento. Otros supuestos, aunque colaterales, trabajan para inducir una victoria no sólo aplastante del oficialismo estatal ante la presentada como débil oposición, sino ahuyentadora de todo reclamo ante tribunales. Treinta puntos porcentuales de retraso le asignaron, desde el arranque, al oponente motivo de sus miedos: Alejandro Encinas Rodríguez (AER). Y ahí lo mantuvieron hasta el cierre de campaña. Hay que decir, sin embargo, que esas encuestas diarias (telefónicas) se llevaron a cabo entre una población que tiene a más de la mitad de los posibles votantes en la pobreza y la marginación. Sus conexiones telefónicas, por tanto, son inexistentes. A pesar de ese hecho la opinocracia se lanzó, sin requiebro alguno, a solidificar lo revelado por esos sondeos, varios de ellos concurrentes en sus conclusiones.
No faltaron las tácticas de distracción a lo largo del proceso electoral. Así, la crítica, orgánica en su mayoría, y la reactiva hacia las posturas de izquierda dominantes en los medios, han recalado una y más veces en asuntos por demás laterales. Preguntas recurrentes como ¿quién acompaña a los candidatos?, ¿quién está detrás de cada uno de ellos?, ¿quién saldrá ganando además del triunfador en las urnas, será Peña Nieto, AMLO o Calderón? dieron pábulo a un sinnúmero de alegatos que a poco conducen y sólo concitan a la confusión. Para tratar de minimizar las posibilidades de AER el ataque indirecto fue regular y constante. Unas veces versó sobre la intervención de AMLO para nominarlo, otras, para imponerle ideas y proyectos o usarlo como un simple escalón con miras a sus ambiciones para 2012.
Muy pocas fueron las reflexiones sobre las violentas trasgresiones a la vida democrática. La evidente carga condicionante para inducir una elección, que bien puede catalogarse como de Estado, no fue motivo de atención, menos aún de condena. Al contrario: cuando se mencionó tal característica, se le disculpó aduciendo que los votantes del Edomex la dan por descontada y por ello se alinean, irredentos, tras la oferta priísta. También se presumió, con cinismo inaceptable, que los ciudadanos mexiquenses saben de la frivolidad y derroche de su actual gobernante, de los negocios de sus élites políticas al amparo del poder, de su fragilidad conceptual y reducidos horizontes, del inveterado mapacheo con los recursos públicos y, aun así, optan por la continuidad. La izquierda, y AMLO en lo particular, pagarán, según sus recuentos interesados, por desperdiciar la alianza con el panismo para vencer y desterrar al PRI en su intentona por llegar a Los Pinos.
El avance de las opciones reaccionarias en el país es un hecho cierto, pero desgraciado. Una de sus formaciones, la priísta, lleva la delantera, a juzgar por las encuestas recientes. La del panismo se ha desfigurado entre la ineficacia de su accionar, falta de visión, sus desplantes hipócritas y el desgaste que le acarrean sus posturas guerreras. Pero ello no descarta que aquí se insista en el mundo de oportunidad que existen hoy y mañana para la izquierda. En especial por la urgente necesidad de regenerar la apaleada vida democrática del país, por la defensa y el avance del estado de bienestar y los derechos humanos, así como para asegurar un desarrollo económico sustentable y justo. Sobre estas líneas de propuestas se trabajó en la campaña del Edomex y habrá de completarse para la lucha por el cambio en la nación entera. Y eso implica, también, restituirle a la política el orgullo de la honradez en el decir y el hacer. Las posturas de la derecha, en cualquiera de sus dos versiones, no hablan de tales principios y conductas. Menos todavía pretenden amarrarse a la transparencia o la legitimidad para el arribo al ejercicio público, condiciones ineludibles del buen gobierno.
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