Daños colaterales
Sanjuana Martínez
Crónica de Monterrey, “la metrópoli más violenta del mundo” y sus horas de ira…
A las 7 de la mañana llega el preludio de los que nos espera. Tres celadores que habían desaparecido dos días antes al salir de su trabajo en el Cereso de Cadereyta aparecen descuartizados en varios costales lanzados en las inmediaciones de esa prisión. Simultáneamente a la misma hora, un cuerpo de mujer decapitado es lanzado al lado del Colegio Mexicano en las calles de José Luna Ayala y San Jeronimo.
Media hora después, el escenario de la ira se traslada a Guadalupe. Dos escoltas del gobernador Rodrigo Medina aparecen descuartizados en varios costales tirados en las calles de Chapultepec y Arteaga. Diez minutos más y en el mismo municipio aparece un hombre maniatado asesinado de un balazo en un lote baldío en la Colonia Dos Ríos. Dos horas y media después cinco “delincuentes” son abatidos a tiros por el ejército en el municipio de Pesquería. Los soldados aseguran que se trata de los culpables del secuestro y asesinato de los escoltas del ejecutivo estatal.
En tres horas fueron asesinadas 12 personas. El día de la ira apenas empieza. Los noticieros no dan abasto, los asesinatos uno tras otro hacen su aparición en un conteo macabro, frío y atroz.
La matanza se reanuda con más fuerza a partir de las tres de la tarde. Los asesinos también comen y duermen la siesta. Aparece un ejecutado en San Pedro Garza García (el municipio blindado y seguro publicitado por el alcalde Mauricio Fernández). Dos horas después empieza la racha más sangrienta del día. En la colonia Florida tres jóvenes son acribillados a las cinco de la tarde en las calles de Anastasio Parrodi y Aquiles Serdán. Muy lejos de allí, en el municipio de García, una mujer es secuestrada y asesinada a las 9 y media de la noche. Los asesinos se llevan también a sus hijitos de 4 y 6 años de edad. Diez minutos más tarde, en Monterrey, aparecen tres hombres descuartizados en la calle Artículo 123 en el cruce de la Avenida Colón. Pasaron 15 minutos más y el escenario de la violencia se traslada a la colonia Moderna donde asesinan a ocho jóvenes más. Y para cerrar el día de la ira, una hora después, en el cruce de Insurgentes y Puerta del Sol, otro hombre es ejecutado.
Hay quien eleva el número de muertos a 34, otros a 39; lo cierto es que el anfiteatro del Hospital Universitario estaba ya saturado con 70 cadáveres y el nuevo cuarto frío habilitado recientemente en la calle de Melchor Ocampo tenía más de 60 a espera de que Guadalupe autorizara la tercera fosa común del año. Los médicos forenses no dan abasto. Agotados, asqueados, impresionados, horrorizados, aquellas salas cubiertas de acero inoxidable parecían una auténtica carnicería.
Los noticieros anunciaron con cierto orgullo que Monterrey le había quitado el título a Ciudad Juárez de “la ciudad más violenta del mundo”, obtenido porque el año pasado en un día había tenido 25 muertos. Frente a los 32 o 34 o 39 del 15 de junio en Monterrey el triunfo es indiscutible. Casi 800 muertos en menos de seis meses pulverizan cualquier récord mortal.
El gobierno se ufana de haber matado a más de “700 delincuentes”, sólo proporciona el título de “inocentes” a 30 asesinados de los 800. El resto son militares y policías. La pregunta obligada es: ¿cómo saben que esas 700 personas eran delincuentes? Se ha demostrado con testimonios y desmentidos que muchos inocentes llamados injustamente “daños colaterales” son acusados de pertenecer a la delincuencia organizada. La credibilidad de las instituciones de seguridad está por los suelos.
La estrategia y logística para enfrentar a los cárteles de la droga no ha funcionado. El Estado carece de una estructura bélica efectiva. Está visto que los narcos tienen mejor armamento, mejores vehículos, mejor equipamiento, mejores servicios de inteligencia… El poderío se evidencia en un día de ira como el 15 de junio.
Medina, el gobernador invisible que despacha desde McAllen, Texas, lugar a donde llevó a vivir a su familia hace más de dos años, contrarresta el desastre diciendo que todo es producto del buen trabajo de la Conago. Y quiere hacer creer a la ciudadanía que el elevado número de muertos es una “buena señal”. Asume el discurso de Felipe Calderón afirmando que “vamos muy bien”.
¿En que vamos muy bien? Las poblaciones del norte de la República de los estados de Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Sonora, Sinaloa, Durango, Chihuahua viven una auténtica ola de terror con más de 250 mil desplazados, 20 mil desaparecidos, 10 mil cadáveres sin identificar…
¿Realmente es efectivo el trabajo de la Conago o es sólo ruido electoral?¿Cuántos gobernadores de la Conago han prescindido de su séquito de escoltas para recorrer a pie las calles de los estados más violentos del país una noche cualquiera? ¿Cuántos han presenciado un narcobloqueo, unos colgados de un puente, una balacera, un costal con descuartizados, unas cabezas colocadas en la plaza donde antes jugaban los niños? ¿Cuántos se han dado la vuelta por un anfiteatro saturado de cuerpos desmembrados y han sentido el olor a muerte desde dos cuadras antes? ¿Cuántos han padecido el dolor de tener un desaparecido, un mutilado, un decapitado en su familia?
La gente vive encerrada o asustada. El estado de terror que padecemos no es un buen síntoma. Tampoco el goteo imparable de sangre y barbarie de esta guerra inútil cuya crónica diaria se repite en los medios: “encuentran” decapitados, descuartizados, desollados, colgados, quemados, incinerados, mutilados, encostalados, encajuelados, encobijados, pozoleados, acribillados, desmembrados…
Sabemos quienes tienen la horca, el cuchillo, la sierra eléctrica… Pero, ¿dónde despacha el organizador de esta carnicería?
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