Vitral
Javier Solórzano
Hace ocho meses Doña María Herrera caminaba en busca de que alguien por lo menos la volteara a ver por los pasillos de la Cámara de Diputados. Ni la atendían ni la veían. Subió al segundo piso de San Lázaro y se encontró con que se estaba grabando un programa del Canal del Congreso. Doña María iba acompañada por uno de sus 8 hijos, solo tiene una hija, “qué voy a hacer, todos los demás me salieron hombres”. Se quedó parada frente a nosotros en medio de una farragosa y compleja discusión sobre uno de los temas que se mueven en el limbo de la política mexicana, la reforma hacendaria.
Después de concluida la grabación con la clásica larga despedida se nos acercó Doña María. No teníamos ni 5 minutos conversando cuando se nos abrazó con lágrimas en los ojos. “No he podido dejar de llorar, creo que algún día se me van a secar los ojos”. Cuatro de sus hijos habían desparecido y no sabía absolutamente nada de ellos. No dejaba de llorar, mientras uno de sus hijos que la acompañaba asentía y contaba más detalles del drama de su familia.
La familia Herrera es oriunda de Pajacuarán, Michoacán y no es la única que ha visto a sus hijos desaparecer. Alfonso Magallón Cervantes vive un drama similar. Tiene a dos de su hijos desaparecidos bajo circunstancias similares a las de la familia Herrera. Doña María no tuvo oportunidad de hablar con nadie. Nos contó días después que una diputada la había atendido pero no pasó de ahí.
A lo largo de estos meses los hijos de Doña María, particularmente Juan Carlos, se han dedicado a investigar por su cuenta. No lo dicen pero no sería extraño que hayan llegado en su dolorosa búsqueda hasta los altos niveles de la delincuencia organizada. Tienen identificados a presuntos responsables, incluyendo su ubicación, pero hasta ahora las autoridades no les han concedido la más mínima atención. Quizá ahora todo pueda ser diferente ya que el país se ha enterado de la desaparición de 4 de sus hijos, junto con otros dolorosos testimonios, en la reunión del jueves pasado. Las historias de vida provocaron que el presidente cambiara el tono belicoso con que inicio la reunión en el Castillo de Chapultepec.
Doña María nos dice que un día supo de un “señor al que le habían matado a su hijo”. A través de su nieto buscó en Internet quién era “ése señor”. El día en que la caravana llegaba a Morelia, Pajacuarán está a una dos horas de la capital de Michoacán. Al saberlo le pidió a su hijo Juan Carlos que la llevara a Morelia. Su auto estaba descompuesto, “hágame favor”, pero su yerno les prestó el suyo, “si no me lo prestaba me lo llevaba”. Llegaron a Morelia a la misma hora en que estaba entrando la caravana.
Doña María cuenta con emoción lo que pasó. Nadie le dejaba acercarse a Javier Sicilia hasta que “un ángel” conversó con ella, era Olga Reyes, la extraordinaria mujer de Ciudad Juárez a quien le asesinaron a 4 de sus hermanos, a un sobrino y a su cuñada. Olga Reyes materialmente adoptó a quien bautizó como “Doña Mary”. Cerca de que iniciara el acto invitaron a subir al templete a diferentes familiares de desparecidos o asesinados. Entre los mencionados estaba Olga Reyes, quien volteó a ver a “Doña Mary” para decirle: “desde hoy se llama Olga Reyes, súbase al templete”. María Herrera Magdaleno subió confundida y emocionada, “imagínese yo allá arriba y no tenía ni 10 minutos en Morelia, y cuando vi todo eso y sentí a la gente me dije: yo soy de aquí”.
Poco le importó no llevar sus pastillas ni la visa para seguir la caravana hasta El Paso. Olga Reyes la adoptó y se la llevó hasta Ciudad Juárez y la pasó al otro lado. El viernes conversamos largamente con las dos. Olga no tiene esperanza alguna en Calderón, por ello su silla se quedó vacía el jueves pasado. Doña María cree poco, pero “estoy segura que mis hijos están vivos”. Son dos de las innumerables víctimas de la “guerra”. Son historias que han tenido que pasar por un largo, doloroso y agotador proceso en medio de la insensibilidad de las autoridades. Son dos mujeres a las que la tragedia ha unido y que hoy se miran y se quieren como si se conocieran de toda la vida. Son ya inseparables.
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