ORLANDO DELGADO SELLEY
Hace unas semanas, en la Convención Nacional Bancaria, los banqueros privados invitaron como orador estelar al expresidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva. El brasileño pronunció un discurso memorable, en el que, ante un auditorio que le festejó todas sus afirmaciones, dio lecciones de economía política. En ese evento también estuvieron presentes, como siempre lo han estado, el presidente de la República, el secretario de Hacienda y el gobernador del Banco de México. Las intervenciones de estos funcionarios no fueron tan aplaudidas como la de Lula.
Esta semana, de nuevo en una reunión de banqueros, ahora del el Consejo del Banco Bilbao Vizcaya Argentaria (BBVA) celebrado por décimo año en nuestro país, el orador invitado estelar fue Lula. Calderón y los funcionarios gubernamentales del área financiera también estuvieron presentes: Cordero, por Hacienda, y en ausencia de Agustín Carstens, quien anda en campaña por la dirección del FMI, asistió el subgobernador del Banco de México, Manuel Ramos Francia.
En esta reunión, celebrada en la Ciudad de México, como en aquella de Acapulco, Lula fue aclamado y Calderón, Cordero y el de Banxico fueron escuchados con atención.
La insistencia de los banqueros por escuchar a Lula se explica no solamente por la importancia que ganó Brasil durante sus ocho años de gobierno, sino porque el propio expresidente brasileño es un ejemplo de las posibilidades de negocio con presidentes de izquierda para ese sector económico. Así que primero los banqueros mexicanos y el martes pasado los consejeros nacionales de BBVA dedican un espacio privilegiado para entender el planteo del brasileño. Al gobierno de México, en cambio, Brasil no le parece interesante y Lula, menos.
Los comentarios de Calderón en el sentido de que como Lula visita tan frecuentemente nuestro país ya le tiene lista la nacionalidad mexicana, por si se ofrece, son ejemplo del desdén con el que el gobierno le escucha.
En su discurso Lula insistió en los planteos que dirigieron su gobierno y que cuestionan principios económicos básicos en la ortodoxia económica vigente, lo que claramente disgusta a Calderón, ya que cuestiona la conducción económica del país. El primero es que se puede crecer y redistribuir el ingreso al mismo tiempo. Segundo, hay que promover el sector externo, fortaleciendo al mismo tiempo el mercado interno. Tercero, es posible ajustar fiscalmente el presupuesto y controlar la inflación expandiendo el crédito de los bancos del gobierno. Cuarto, diversificar mercado es decisivo no sólo en relación con los países desarrollados, sino, sobre todo, con los emergentes. Quinto, puede funcionar una política crediticia expansiva con diferenciales de tasa de interés que beneficien a sectores de micro y pequeña industria.
Esta cátedra económica, que pudiera resultar elemental para economistas formados en la teoría del desarrollo expuesta por los clásicos: Smith, Ricardo, Marx, le resulta extremadamente aleccionadora a los consejeros del BBVA, economistas profesionales de uno de los bancos de relevancia sistémica mundial, pero no al gobierno de Calderón. Les importa a banqueros porque, como el mismo Lula lo señaló al inicio de su intervención, en América Latina la democracia ha permitido que se elijan gobernantes de izquierda y derecha. En la región existe una alternancia política que puede evaluarse en términos de sus resultados económicos, pero sobre todo en relación con sus resultados en materia social. Resultados que, juntos, significan crecimiento económico, expansión de negocios privados, incremento en el consumo de la población y, por tanto, estabilidad política.
No tienen la misma importancia para esos banqueros otros oradores invitados. Las intervenciones de Calderón y Cordero insisten en describir un país en el que todo va bien. No importa el indicador que seleccionen para evaluar el desempeño mexicano, para ellos siempre mostrará que el país va por buen camino, que estamos mejor que antes. Lo extraño es que pocos compartan esa visión. Entre esos pocos no están los banqueros. Las razones son múltiples. La fundamental es que cualquiera que viva en México sabe que el país no funciona bien. Al contrario de la visión gubernamental, por donde se vea encontramos indicadores que dan cuenta de dificultades que no se superan.
Pese a su relevancia, esta no es la única razón por la que al escuchar a Calderón y a Cordero nadie se convence. No convencen porque manejan información incompleta, que les permite sacar conclusiones falsas. Un primer ejemplo de esta manipulación es la información petrolera. La plataforma de exportación petrolera se ha caído sensiblemente en los años “calderonistas”: en 2001 el promedio diario de exportaciones de petróleo crudo fue de 3 mil 012 millones de barriles; en 2004 se exportaron 3 mil 383 millones de barriles diarios; dos años después se redujeron a 3 mil 256 y desde entonces se han reducido todos los años: 3 mil 076 en 2007; 2 mil 792, en 2008; 2 mil 601, en 2009, y 2 mil 576 millones de barriles diarios en 2010.
Este es el dato duro: de 2001 a 2010 la producción petrolera ha caído 24%. Ha habido precios que han favorecido los ingresos, junto con la compra de futuros en 2009. Decir que ahora las reservas probadas son del 100% de la producción es exagerar la relevancia de los últimos descubrimientos, dada la caída observada en la plataforma de producción. Repetir que la fortaleza mexicana es tal que incluso si se repitieran un acontecimiento financiero como la quiebra de Lehman Brothers de septiembre de 2008 no le pasaría nada a la economía del país, como lo dijera el seguramente candidato perdedor a la jefatura del FMI, causa pena ajena.
Pudieran añadirse muestras adicionales de que el discurso oficial es esquizofrénico, pero no hace falta porque nadie en México lo duda. Lula tiene razón al exhortar a que México no sea víctima de la falta de visión. De la ausencia de una valoración realista de la capacidad del Estado para enfrentarse al crimen organizado que, como dijera el expresidente brasileño, es “casi una forma de generación de empleo, un sector de la industria o algo más fuerte”.
El interés de la banca por conocer la experiencia exitosa de un gobierno de izquierda en Brasil es indicativo de su relevancia. ¿Habrá alguien a quien le interese en 2013 escuchar la experiencia de México? ¿Invitarán los banqueros brasileños o españoles a Calderón cuando termine su gobierno para que cuente su experiencia? La respuesta es obvia.
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