Félix Fuentes
Lágrimas en toda la ruta, crueldad extrema del hampa: “How many more?”
La camisa a cuadros y el chaleco de Javier Sicilia se humedecieron con lágrimas de niñas y niños huérfanos y los sollozos de mujeres que perdieron a esposos e hijos en la “guerra” contra el narcotráfico. Fue el recuerdo de algunos de los 41 mil muertos en este sexenio, debidos al narcotráfico.
Las escenas dramáticas sucedieron en la Caravana del Consuelo, a lo largo de 3 mil 400 kilómetros entre Cuernavaca y Ciudad Juárez. Sicilia dijo a los deudos que debido a tan absurdas decisiones gubernamentales, en su afán de legitimarse, lega y causa dolor a las familias mexicanas. No fue marcha tumultuaria, pero si de reclamos, incluso ajenos al dolor de las víctimas, como los de vendedores ambulantes en defensa de lugares públicos. Al final, en torno al monumento de don Benito Juárez, en la ciudad de tantas mujeres vivas y muertas, se reunieron tres mil manifestantes, donde nunca habían acudido 300 a la vez para exigir justicia, por miedo a las mafias.
Un momento estrujante sucedió en el campo algodonero, al cual Sicilia llamó “campo de sangre”, donde ocho cruces sobre un montículo testimonian los asesinatos de igual número de mujeres. “¡No más feminicidios!”, fue el grito estentóreo que surcó el cielo juarense. En la firma del Pacto Nacional con Justicia y Dignidad fue demandado el fin de la “guerra” calderonista y el retiro paulatino del Ejército. Ninguna de estas exigencias recibirá respuesta del gobierno. El Presidente sostendrá a las fuerzas armadas en esa confrontación, aun cuando corra más sangre.
NADA CONTIENE AL HAMPA. El viernes pasado sucedió otra jornada de horror, con 55 homicidios, 10 de los cuales sucedieron en Ciudad Juárez y seis más en otros lugares de la entidad chihuahuense. En Jalisco hubo 11 ejecuciones, entre ellas, las de cinco hombres mutilados.
La crueldad llega a niveles inconcebibles. En Guerrero fueron asesinados 11 individuos y a dos les quitaron la piel de sus rostros y los cabellos para adherirlos a cabezas de maniquíes colocados frente al sindicato magisterial de Chilpancingo.
Los criminales inventan peores formas terríficas, como sucedió en Monterrey, donde un comando colgó de las muñecas a dos hombres con vida en un puente vehicular y a plena luz del día. A ambos se les abrió fuego, como si los matones jugaran al blanco. Uno murió al recibir un tiro en la cabeza y el otro se salvó tras permanecer una hora colgado. Emitió gritos sonoros de pánico, a punto de la locura.
En Torreón, Coahuila, dos cadáveres pendían de un puente sobre el río Nazas y otros dos aparecieron, igualmente colgados, a un lado de la carretera Tepic-San Blas, Nayarit. En Durango se informó que con el uso de trascabos se completó la exhumación de 240 cadáveres en el Valle de Guadiana.
Mientras estos y muchos más crímenes brutales eran cometidos en la república, el presidente Felipe Calderón hizo saber en San Diego, California, quienes son los culpables de los decesos ocurridos en su gobierno: “Yo acuso —dijo— a la industria armamentista de las miles de muertes que ocurren en México”.
Haberlo dicho antes. Cientos de estudiosos y periodistas hemos culpado a los cárteles del narcotráfico —¡inocentes que son!— o a la “guerra” de Calderón, sin saber que los culpables son los fabricantes de armas. ¿Por qué tenernos en el engaño durante años?
Algún armero debió desquitarse contra el señor Presidente porque, mientras pronunció un discurso en la Universidad de Stanford, California, y condenaba la autocracia del viejo PRI, una avioneta giró durante 15 minutos con esta leyenda: “No + sangre, 40 mil muertos. How many more? (¿Cuántos más?). Este anuncio opacó el discurso de Calderón.
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