También al usurpador le salen las cuentas equivocadas
María Teresa Jardí
No soy experta en la materia de afición ni a la sangre ni a muerte. Me gusta la novela negra. Aunque por mucho prefiero la policiaca. Y no me gustas la que trata de vampiros. Pero igual es claro que la afición del usurpador a los muertos es patológica. Y más aún, en un país donde Felipe Calderón ha convertido a la muerte de manera violenta en cotidiana. El sacar los huesos enterrados de un monumento, expresamente creado para contenerlos, raya en una patología, que hace pensar que rauda avanza, la que, quizá, sea comparable a la del canibalismo, que no deja de ser la más siniestra de las locuras. Dado que, como se sabe, ni siquiera los animales, no humanos, se comen a sus similares.
Pero, además, como Calderón, es gafe, las cuentas, al usurpador del Ejecutivo mexicano, tampoco le salen. Y, habiendo sacado los huesos de los “doce” próceres que en el Ángel de la Independencia, hasta antes de esa locura, para el pueblo mexicano descansaban ahí sus restos. Ya nunca se va a saber, bien a bien, si en ese lugar, enterrados estaban, los que en la propia Columna se señalaba que estaban. O si eran restos de perros los guardados, en el monumento construido expresamente, para contener, para siempre, repito, esos restos. Las cuentas no le salen al usurpador y ahora resulta que son catorce los restos, de mausoleo cambiados, luego de ser limpiados, para ser exhibidos. Y, peor aún, hasta quieren hacernos creer, tonto que consideran al pueblo, los que sufren de una baja de neuronas que espanta, que han “descubierto” a quiénes pertenecen los dos restos sobrantes. Como si, en el mundo, y no sólo los mexicanos, no se supiera cómo funcionan los laboratorios forenses en México. Otra metida de pata del panista usurpador fascista.
Haría bien el Papa, si salvar quiere a su Iglesia, en callar a los exponentes aquí de la católica, relevándolos por cardenales pensantes a la brevedad posible, antes de que logren que la “única verdadera” del todo se acabe.
Del impresentable antecesor panista de Angélica Araujo es lógica la afrenta al pueblo maya, a los yucatecos y a todos los mexicanos. Sin ponerse a pensar --o debidamente aconsejado al respecto-- en la bofetada que el monumento a los Montejo supone ser para el pueblo mexicano. Bofetada aumentada, en un pueblo harto de recibir bofetadas, por haberlo hecho en pleno año de la celebración del bicentenario de una Independencia, que no sólo no ha logrado conquistarse, sino que ha reculado hasta permitir casi treinta mil asesinatos, impunes, en sólo cuatro años, de un desgobierno usurpador, impuesto de mala manera por los poderes fácticos que, en mafias convertidos, se han apoderado del país.
Pero incomprensible, repito hoy, continuando con lo que finalizaba diciendo en mi colaboración de ayer, es que el primer acto de gobierno de Angélica Araujo no haya sido el demoler la estatua que tanta controversia ha traído entre los que demandar su retiro pueden de mandar de manera pública y, aunque menos visible, como un puñal en el corazón clavado de los mayas descendientes de los originales habitantes del estado de Yucatán, que, por esa condición, no ha perdido su magia. Buena parte de la sociedad, la no mocha, la que no tiene que disfrazar, en el conservadurismo con el que disfraza la otra su verdadero modo de ser: que suele ser el más libertino. Buena parte de la sociedad yucateca pensante exige que sea retirada esa estatua, tan a destiempo levantada. Haría bien la nueva alcaldesa en actuar de manera pronta en consecuencia. El 15 de septiembre se avecina y el doce de octubre ya está a la vuelta de la esquina, seguido del 20 de noviembre, aniversario de una Revolución desatada con bastante menos razones, que las que ahora al pueblo mexicano aquejan para decir ¡Ya Basta!
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