A la Viva México
Hermann Bellinghausen
Hermann Bellinghausen
Hay un país de los pequeños, que no es pequeño. Bien mirado, es prácticamente todo este México que así identifica su gente de frontera a frontera y costa a costa. De Chiapas y Yucatán a las calles indocumentables de Los Ángeles, va por las faldas del volcán de Colima en La Yerbabuena, la meseta Purépecha, el campo de resistencia a La Parota, Suljaá de los amuzgos, la Montaña de Guerrero. Y de pronto la ciudad de México real, y la trágica represión en San Salvador Atenco. Aquel país revelado por la otra campaña en 2006 y apelado por ella cuando el subcomandante Marcos recorrió la República como Delegado Zero del EZLN. Ahí el ojo, el documental ¡Viva México! (Nicolás Defossé, Terra Nostra Films, 2009) aviva la memoria con algunos pasajes del inmenso país que, visto de arriba en los pedestales del poder, los rascacielos y los helicópteros, parece de hormigas.
“La única solución somos nosotros mismos”, dice a la cámara un colono de Isla Mujeres, Quintana Roo, en enero de 2006. “Nos tuvimos que volver rebeldes”. En su rostro y los de los otros hombres de la colonia La Guadalupana (cuyos pobladores dieron una buena dentellada de resistencia a la expansión turística que aqueja al Caribe), la experiencia, el dolor y la rabia no han doblegado cierto candor, la alegría propia de la gente buena pero no dejada.
Tal es el talante que prevalece a lo largo del relato, hasta mayo de 2006, en las gentes de toda edad y condición que protagonizan colectivamente ¡Viva México! La referencia a la mítica cinta de Serguei Eisenstein ¡Qué viva México! (1931-32) resulta un irónico contrapunto. La inconclusa obra maestra del ruso quiso develar el país creado en la Revolución; en su entusiasmo fundacional, se demoraba poéticamente ante el dramatismo milenario del pueblo. En cambio, el documental que estos días inicia un recorrido por salas de cine de 16 estados fuera del circuito comercial, ofrece apenas unas cuántas hojas del calendario del pueblo durante los días de aquella primera llamada, aviso de un futuro entonces inmediato que hoy ha cumplido cuatro años ya. Son vísperas de los comicios federales que habrían de conducir al fraude, la imposición del gobierno calderonista, y todo el daño que esto ha implicado para el país.
“El principal mal del pueblo es el gobierno”, decía un pescador de San Blas, en Nayarit, opuesto a la expropiación turística de su milpa de mar: “Ya no le pedimos que nos dé la mano, sino que nos quite la pata del pescuezo”. Una mujer purépecha, sentada en el piso, cubierta con su rebozo, mira de lado a la cámara y reivindica a los mexicanos que pisan el lodo y levantan la tierra, no como esos “corbatudos” y “perfumados” que nada saben de lo que es la realidad. Una comerciante mazahua hace un llamado en el Zócalo de la capital durante el mítin de la otra campaña: “A que nos muéramos de hambre, mejor que nos muéramos por algo de valor”.
El nuevo ¡Viva México! avanza inexorablemente a su clímax (provisional) en la resistencia del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, en San Salvador Atenco, y la brutal invasión policiaca desatada el 4 de mayo por los gobiernos de Vicente Fox y Enrique Peña Nieto. Ambos mandatarios aparecen justificando con vacíos lemas la tortura, las violaciones sexuales, golpizas y ejecuciones cometidas por sus fuerzas “del orden”. Vemos a Televisión Azteca y Televisa llamar a la guerra santa contra los renegados de Atenco; los que en 2001 detuvieran la destrucción de sus excelentes tierras por un aeropuerto, en 2006 pagarían caro su osadía sufriendo cárcel, tormentos, vejaciones sexuales y mediáticas.
“El gobierno somos nosotros cuando estamos unidos”, había dicho días atrás un campesino atenquense al subcomandante Marcos, delegado zapatista que llevaba allí la palabra de las comunidades rebeldes y autónomas de Chiapas, del mismo modo que lo haría en el resto del país, llamando a “una rebelión nacional, civil y pacífica”.
Entre las diversas paradojas de ¡Viva México!, no es menor el tono apacible, casi melancólico del relato, siendo tantas la rebeldía y la determinación de sus numerosos protagonistas: comerciantes de La Merced; trabajadoras sexuales, mujeres triquis y transgénero que demandan tolerancia; ejidatarios zapotecos del istmo de Tehuantepec que se oponen a las torres de energía eólica clavadas allí por trasnacionales españolas. Uno describe la muerte inminente de los pastos por la miríada de cimientos de concreto en la pradera, y afirma que los actuales “son los gobiernos más corruptos” que recuerda. “Nos están convirtiendo en extranjeros en nuestra propia tierra”, expresará en otro momento el propio Marcos.
El filme es un recordatorio. El poder desató a partir de entonces una “guerra” insensata contra el “crimen”, militarizó el país y lo puso en subasta más barato y más violentamente que sus predecesores, abusando de la voluntad civil y pacífica de esa rebelión desde abajo que sigue, centenarios más o menos, aunque nadie la mire.
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