jueves, agosto 26, 2010

Jaime Ornelas Delgado : ¡Intolerancia!

TENDAJÓN MIXTO
¡Intolerancia!
Jaime Ornelas Delgado


Uno de los pilares fundamentales del neoliberalismo es el pensamiento único, que palabras más, palabras menos, puede sintetizarse en algo así como “lo que es bueno para mí es bueno para todos”. Quienes están convencidos de esta “verdad”, actúan en consecuencia y emprenden “cruzadas civilizatorias” para convencer, de manera pacífica o por la fuerza, a los impíos de su error y atraerlos a la verdad única.

Esta actitud de creerse poseedores de la verdad, y además creer que ésta es única y absoluta, termina no sólo en actitudes sino también en acciones de intolerancia que es una de las más execrables formas de excusión y discriminación. Lo peores horrores vividos por la humanidad, han sido para imponer una verdad a todos los demás. Esos aborrecibles episodios se distinguen por la persecución, la exclusión, la marginación y la muerte violenta en función del dogma que imponen las clases dominantes.

La historia del catolicismo es una larga sucesión de “cruzadas civilizatorias” que terminaron en persecuciones y matanzas de quienes pensaban distinto; el fascismo tiene también a la intolerancia como raíz que justifica la persecución y de comunistas, gitanos y judíos, entre otros, a quienes se les persiguió y asesinó masivamente, porque todos ellos eran prescindibles en la construcción del III Reich que duraría mil años, según afirmaba con gestos grotescos que emergían de los rincones más oscuros y retorcidos de la mente enajenada y corrompida de Hitler, que fascinó al pueblo alemán, que asumió al nazismo como ideología propia, pues le daba identidad nacional y la superioridad necesaria para dominar a los otros, a quienes no pensaban ni eran como ellos.


Supongo que la intolerancia proviene de la necesidad de explicar el mundo con mitos y dogmas que se “deben” imponer a los demás, a quienes viven en el error. La imposición de esos mitos y dogmas a los escépticos divide a la sociedad, la hace desigual y si desde el poder se emprenden acciones para imponerlos los demás, la sociedad tiende a polarizarse y a excluir a los disidentes, a quienes se atreven a pensar distinto a como se piensa la vida desde el poder, el constituido o cualquiera de los poderes fácticos, incluidas las Iglesias.

Cuando las imposiciones moralizantes, y por tanto fundamentalistas y excluyentes, ahogan la reflexión se alcanzan peligrosos niveles del fanatismo, que al fusionarse con los intereses políticos de los sectores de derecha radicalizadas, se hace una explosiva mezcla que conduce a emprender acciones de violencia ciega en contra de quienes, tendiendo una verdad distinta, se niegan a asumir la verdad única que impone el poder. Muchas guerras intestinas se han iniciado con las persecuciones religiosas.

En México, buena parte de la jerarquía católica se ubica en el fundamentalismo extremo y durante mucho tiempo se han autoadjudicado la suficiente autoridad moral como para dictar prescripciones excluyentes, imponer sus dogmas al Estado laico y expulsar del paraíso a quienes son, actúan o piensan diferente. La más reciente expresión de intolerancia fue la del cardenal Juan Sandoval Íñiguez, quien soslayando el respeto que le debe merecer el Estado laico, dio una opinión política desaprobando la resolución de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que avaló la constitucionalidad y el derecho a formar un matrimonio a personas del mismo sexo y la posibilidad de que estos matrimonios puedan tener hijos por adopción. En el primer caso, el clero católico sostiene que el matrimonio sólo legitima las relaciones sexuales cuya única finalidad es la procreación; en el segundo, se dice que los niños adoptados corren el riesgo de asumir las mismas preferencias sexuales de sus padres adoptivos. Sin embargo, se olvida que los homosexuales y lesbianas provienen de parejas heterosexuales, la mayor parte de ellas, casadas incluso por la iglesia.

Los innecesarios privilegios que el clero ha recuperado bajo los gobiernos neoliberales son un riesgo que el país no debe correr. Más vale que los sermones religiosos se digan en los templos y no se conviertan en discurso político que polariza. La cristiada debe ser historia que enseña y no anécdota cinematográfica.

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