jueves, agosto 19, 2010

Ricardo Monreal Avila : Los ricos también emigran

Los ricos también emigran
Ricardo Monreal Avila


Hasta hace unos años, el principal motivo para que los mexicanos emigraran a los Estados Unidos era económico. Salían en busca de mejores oportunidades de empleo e ingreso. A esa causal histórica o tradicional debemos agregar ahora una inédita: por motivos de seguridad, por miedo a la violencia, por temor a perder el patrimonio o la vida misma. Si durante décadas la emigración tradicional fue de campesinos empobrecidos y luego de jóvenes urbanos sin futuro laboral en México, hoy están dejando el país empresarios de todos tamaños, profesionistas independientes, estudiantes recién egresados y hasta funcionarios públicos. La emigración ahora no es únicamente de pobres. La clase media y los ricos se están sumando a este éxodo, a esta sangría de capital humano y económico de nuestro país.
Invitado por unos amigos, estuve el fin de semana en la ciudad fronteriza de McAllen, Texas. “Tienes que venir a ver esto. Familias enteras de Monterrey, Saltillo, Reynosa, Nuevo Laredo, Matamoros, Victoria y Tampico están emigrando a este lado. El 90% de los nuevos fraccionamientos de Mision (un condado vecino a McAllen) lo están poblando tamaulipecos, neoleoneses y coahuilenses”. Aquí Mision Texas ya es conocido como Misionrey o Montetex.
Estos compatriotas no huyen del desempleo ni de la pobreza, sino del miedo a ser secuestrado, extorsionado o ultimado por alguna de las bandas criminales que se han adueñado del territorio, la economía, la policía y la política de las ciudades fronterizas.

“¿No es más caro para ellos ganar en pesos y gastar en dólares?”, pregunto con cierta curiosidad. “Lo caro es perder el patrimonio o la vida de un día para otro”, fue la respuesta inmediata. Recordé entonces los cinco miedos señalados por el historiador francés Georges Duby como los motores de las grandes emigraciones y colonizaciones de Occidente: el miedo a la miseria, el miedo al otro, el miedo a las epidemias, el miedo a la violencia y el miedo al más allá (Año Mil, Año Dos Mil; la huella de nuestros miedos). A estos connacionales que se están asentando en Montetex o en Misionrey los mueven tres de esos cinco resortes sicosociales: el miedo a la violencia, a la miseria y al otro (donde el “otro” tiene nombre de delincuente, criminal, secuestrador o zeta).
“Además, si haces cuentas, no es tan gravoso vivir acá”. Y me dan ejemplos. Un empresario constructor de Coahuila fue amenazado con pagar “derecho de piso” o ser secuestrado, él o su familia. Hizo cuentas: el “derecho de piso” que le exigían implicaba al año 160 mil dólares. No pagarlo, implicaría contratar servicios de seguridad y vehículos blindados para él y su familia por 220 mil dólares anuales.
En cambio, mudarse a Mision le costó 150 mil dólares, que es el precio de una casa con terreno y construcción similar a la que tenía en México (recordemos que las propiedades en EU están a la mitad de precio por la crisis inmobiliaria, por lo que una casa de 800 metros de terreno y 400 de construcción cuesta lo mismo que un departamento de 70 metros en la Colonia del Valle de la Ciudad de México), más el gasto corriente de su familia (comida, escuelas, vestido, vehículos y diversión) que asciende a 15 mil dólares mensuales (apenas un 16% más que su gasto mensual ordinario en México), “con el plus de la seguridad y los servicios públicos que son 200% mejor que los de Tamaulipas, Nuevo León o Coahuila”.
La conclusión fue contundente: “en cinco años, en términos de dólares, el costo de haber emigrado a EU será sensiblemente menor que quedarse en México pagando extorsiones o servicios de seguridad en pesos mexicanos”. En otras palabras, el miedo conjunto a la violencia, a la miseria y al “otro” más las propiedades baratas en EU, el dólar barato y la seguridad pública “de lujo” del otro lado de la frontera, están en la base de este capítulo de nuestra tragicomedia mexicana llamada “los ricos también emigran”, considerando como “rico” a la tercera parte de la población que declara ingresos arriba de cuatro salarios mínimos mensuales (es decir, clase media, clase alta y los 30 dueños de México).
Es una tristeza constatar cómo muere el lado mexicano de la frontera y cómo resurge su contraparte norteamericana, casi con los mismos actores humanos: los mexicanos de clase media y alta. Desde Tijuana hasta Matamoros, el panorama triste y sombrío de nuestras ciudades contrasta con la alegría, el bullicio y la prosperidad de San Diego o McAllen. De acá de nuestro lado, hay un veto para andar en la calle o en un “antro” a la medianoche. Allá de aquel lado, la vida se recarga a esa hora. Ciertamente, las ciudades norteamericanas fronterizas no son el paraíso ni cosa por el estilo; pero lo cierto es que están lejos de ser el infierno que hoy por hoy representan las enlutadas, heridas y agraviadas ciudades mexicanas.
A lo largo de la frontera, de Baja California a Tamaulipas, se cuentan las mismas historias, con personajes similares. “El alcalde fulano ya no vive en su municipio; despacha y duerme del otro lado”. “La familia del gobernador zutano vive aquí, en este fraccionamiento”. “Mira, esta es la casa del artista perengano”. “Aquí vive el dueño de la cadena tal de Monterrey”. “Aquí el líder del Congreso de tal entidad”. Y así por el estilo.
Quiero recordar dos expresiones de este tour por Montetex. La más insólita: “Es tal la inseguridad en Reynosa, que hasta los líderes del Cártel del Golfo y demás mafiosos viven de este lado”. Y la más triste, la del diputado tamaulipeco Enrique Blackmore Smer, contada por él mismo a unos periodistas a principios de mayo pasado: “Ibamos de San Fernando a Victoria en una suburban, al mediodía, cuando un convoy de siete camionetas nos alcanzó y detuvo. Bajaron como 20 jóvenes con armas largas, visiblemente drogados. No quise identificarme. ‘Nos gustó tu camioneta’. -Pues llévensela. ‘Nos gustó tu reloj’. -Aquí lo tienen. Revisaron la camioneta. ‘Nos gustan estos celulares y las maletas’. –Ya, son de ustedes. Nos dejaron a media carretera y se fueron con todo. Después de 20 minutos, un camionero por fin nos levantó. Diez minutos adelante, había un retén de militares y policías federales. El camionero nos advirtió: ‘Ni se les ocurra levantar aquí una denuncia, porque más tarda usted en levantarla que ellos en enterarse…, son los mismos prácticamente’”. Tres semanas después, Blackmore fue ejecutado cerca de Ciudad Victoria junto con el candidato del PRI, Rodolfo Torre Cantú.
A pesar de ello, el gobierno no quiere cambiar su estrategia de guerra. Dialoga, pero no escucha. Convoca, pero no moviliza. Cuestiona, pero no acciona. Y mientras tanto, los pobres, los ricos, los jóvenes, las amas de casa, los niños, los estudiantes y hasta los servidores públicos, todos quieren salir del país. ¿Esta es la guerra que vamos ganando?

ricardo_monreal_avila@yahoo.com.mx

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