Huesos sin reposo
Editorial de La Jornada Nacional.
Desde fines de mayo pasado, las osamentas de algunos de los próceres de la Independencia que se encontraban depositadas en el Ángel de la Independencia, en esta capital, han sido sometidas por el gobierno federal a diversas manipulaciones, paseos, exhibiciones públicas y rituales. El discurso oficial argumenta la pertinencia de honrar de esa forma a los héroes de la gesta iniciada en 1810 y aduce la necesidad de dar mantenimiento” a los restos para su adecuada preservación.
Tal empeño ha sido objeto de críticas de estudiosos de la historia, algunas de las cuales fueron reproducidas ayer en estas páginas: no ha existido, en el manoseo de las osamentas, un propósito de estudio científico y riguroso que permita enriquecer la historia nacional o ampliar la información ya conocida sobre la vida y la muerte de los homenajeados; los rituales oficiales denotan un marcado primitivismo cultural, con rasgos de fetichismo y necrofilia más propios del manejo de reliquias religiosas que de un Estado laico y secular; se ha prescindido de la mesura republicana, para dar paso a pompas que, además de macabras, resultan frívolas en la actual circunstancia nacional.
Pero el más severo y atendible de los reclamos tiene que ver con la vacuidad del homenaje mortuorio, en ausencia de políticas gubernamentales orientadas a consolidar y ampliar la independencia nacional, causa a la que consagraron su vida Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama, Mariano Jiménez, José María Morelos, Mariano Matamoros, Vicente Guerrero, Nicolás Bravo, Leona Vicario, Andrés Quintana Roo, Guadalupe Victoria, Francisco Xavier Mina, Víctor Rosales y Pedro Moreno.
En la primera década del siglo XXI, el país ha sufrido una pérdida sostenida de independencia y soberanía en los ámbitos financiero, comercial, energético, alimentario, cultural y de telecomunicaciones, así como en los de seguridad nacional y seguridad pública, entre otros; México es hoy mucho más vulnerable que hace un lustro a las turbulencias económicas procedentes del exterior, a las crisis de producción agrícola, a la persistente introducción de cultivos transgénicos, a los designios geoestratégicos de Estados Unidos, a la ambición de las corporaciones trasnacionales de petróleo, gas y agua, así como al embate de la delincuencia internacional.
En tal circunstancia, el homenaje pertinente a la memoria de los héroes de 1810 sería el inicio de una estrategia de recuperación de los entornos de independencia y soberanía comprometidos por el empecinamiento en una política neoliberal, que no sólo ha cuestionado la capacidad del país para ejercer la autodeterminación, sino que ha dejado un vasto desastre social en la población, así como saldos de catástrofe en la industria, en el agro y en el medio ambiente nacionales.
En ausencia de propósitos semejantes, no puede dejar de percibirse un espíritu de simulación y demagogia en las exhumaciones, paseos, exhibiciones, coreografías marciales y discursos solemnes en torno a las osamentas referidas. Más discreto y prudente habría sido dejarlas en reposo.
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