viernes, mayo 28, 2010

Lorenzo Meyer : El gato la rata y el martillo

El gato la rata y el martillo : Lorenzo Meyer
jueves 27 de mayo de 2010
AGENDA CIUDADANA
El gato, la rata y el martillo

La "nueva política" del presidente Obama con relación a las drogas no es tan nueva. Se
parece a la que México intentó en los 1930 pero que entonces Washington combatió Martillazo Pudimos haber sido de avanzada en la política contra las adicciones, pero Estados Unidos nos paró en seco hace 70 años y hoy son ellos los que se presentan como innovadores. Una pequeña anécdota ilustra bien lo que le pasó a México con un intento imaginativo de administrar la drogadicción. Al tratar de auxiliar a un gato que había acorralado a una rata, alguien lanzó un martillazo pero de tan mala manera que en vez de pegarle a la rata le pegó al gato; el resultado fue que ese felino nunca más volvió a intentar cazar roedores. Pues bien, en los 1930, México empezó a diseñar una política propia e innovadora con relación al consumo de drogas, con un enfoque no del todo distinto al que hoy propone el presidente Barack Obama, pero un martillazo lanzado desde Washington en 1939 hizo que el innovador no volviera a intentarlo.

El tema En su discurso del 20 de mayo ante el Congreso de Estados Unidos, Felipe Calderón felicitó al presidente norteamericano por su reciente iniciativa para reducir el consumo de drogas en su país, el mayor demandante de esos productos ilegales. Si Calderón hubiera acudido a la historia, hubiera tenido que observar que el enfoque de Obama tenía antecedentes en México. Aunque claro, eso no hubiera cuadrado con su actual política sobre el tema, que sigue apegada a la que tradicionalmente Washington ha alentado en el exterior: prioridad al combate a la producción y distribución de drogas, lo que ha conducido al violento callejón sin salida donde nos encontramos hoy. El proyecto frustrado El cardenismo fue un entorno propicio para imaginar formas de mejorar la situación de las clases mayoritarias. Sin embargo, la disparidad de poder entre México y el vecino
del norte y una relación bilateral ya afectada por la expropiación petrolera de 1938, y que había tensado al máximo las variables que le daban forma, llevaron a que las autoridades
sanitarias de nuestro país abandonaran sus intentos por diseñar una política propia frente
a los drogadictos, una que, sin dejar de combatir la producción y trasiego, ponía el acento en el control y tratamiento de la adicción.
El proyecto mexicano fue idea del doctor Leopoldo Salazar Viniegra, responsable de la
Dirección de Toxicomanía y estudioso de los
efectos de la marihuana en la conducta del
adicto. De su investigación concluyó, en contra
de lo afirmado por Harry J. Anslinger, comisionado de la Oficina Federal de
Narcóticos (FBN) del gobierno de Estados
Unidos, que esa substancia, por sí misma, no
convertía a sus usuarios en dementes ni
menos les inducía directamente a seguir
conductas de violencia criminal. Salazar Viniegra no sólo atacó las ideas
prevalecientes sobre una planta que se
consideraba maléfica pero que él suponía que
también podría ser útil en la industria textil,
sino que fue más lejos. Para impedir que los
adictos a las drogas -los "viciosos"- se convirtieran realmente en criminales en su
afán por obtener los recursos para comprar los
narcóticos en un mercado controlado por
narcotraficantes -mercado aún pequeño- él
mismo, como médico, firmó recetas para que
varios adictos adquirieran sus drogas en farmacias, es decir, en el mercado legal. Su
idea era que el Estado se organizara para
proporcionar pequeñas dosis de droga a los
toxicómanos -vía el Hospital de Toxicómanos,
por ejemplo- mientras se les hacía participar
en un proceso de rehabilitación (Luis Astorga, El siglo de las drogas, 1996, pp. 43-46, 50-55).
Despenalizar bajo supervisión el consumo
individual de sustancias como la marihuana, la
heroína y la cocaína quizá hubiera abierto la
puerta a un tipo de relación positiva entre
autoridades y toxicómanos y la hubiera cerrado a la relación entre estos últimos y los
narcotraficantes. Esto no hubiera resuelto el
problema mismo, como no se ha resuelto el
del alcoholismo o el tabaquismo, pero sí
hubiera permitido administrarlo de manera
menos violenta y más constructiva de lo que finalmente fue. México, al concluir su cambio revo- lucionario,
se convirtió en uno de los países que más
problemas presentó a la política antidrogas
diseñada por Estados Unidos, cuyos cimientos
fueron los acuerdos de Shanghai y de La
Haya, de 1909 y 1912, respectivamente, y cuya meta era acabar con la drogadicción
prohibiendo y combatiendo la producción y
comercialización de las drogas. Por tanto, a
partir de 1930 la FBN se encargó de presionar
por la vía diplomática y pública a México,
hasta que logró, entre otras cosas, que en agosto de 1939 Salazar Viniegra fuera
despedido como responsable de la política
hacia los drogadictos y reemplazado por
alguien que siguió las líneas demandas por
Washington (Encyclopedia of the New
American Nation, Narcotics Policy). En México ha revivido la idea de despenalizar
el uso de montos mínimos de droga, pero ésa
ya no es la política central ni tiene la audacia
de la propuesta original de Salazar Viniegra
que hacía del Estado el regulador del consumo
de un usuario al que, además, buscaba rehabilitar. La propuesta de Obama En el documento de 127 páginas que el
presidente norteamericano presentó el pasado
día 11, titulado "Estrategia nacional para el
control de drogas, 2010" (National Drug
Control Strategy, 2010), se señala que cada
día 8 mil norteamericanos consumen por primera vez alguna droga prohibida y que
corren el peligro de incorporarse a los 20
millones de sus conciudadanos que ya usan
ese tipo de sustancias y de los cuales 7.6
millones son drogadictos duros. Evitar esa
"primera vez" o cortar esa conducta en sus etapas iniciales es el centro de una nueva
política que considera el uso de drogas una
enfermedad con bases biológicas, como el
alcohol. En la introducción del documento de Obama
se señala que si bien el gobierno mantiene su
decisión de combatir la producción y tráfico de
drogas, especialmente en la frontera sur, se ha
ordenado a la agencia responsable de la
política antidrogas, la ONDCP, que rediseñe su enfoque en las áreas de prevención y
tratamiento de las adicciones de aquellos que
lo soliciten. A esto, el presidente
norteamericano le llamó un enfoque
balanceado. Según los apéndices, del gasto
total de Washington en su lucha contra las drogas, y que ascenderá a 15 mil 552 millones
de dólares en 2011, el 36% se dedicará a las
áreas de prevención y tratamiento, lo que en
realidad es apenas un modestísimo aumento
de 0.6% respecto de 2009. Sin embargo, en
este enfoque destacan las campañas de convencimiento y de rehabilitación, pues la
meta ya no es sólo acabar a sangre y fuego la
estructura de proveedores sino también atacar
el corazón del mercado de drogas prohibidas
por el lado de la demanda, disminuyendo la
clientela del mercado ilícito. La propuesta también es modesta en términos
cuantitativos, pues busca reducir el universo
de consumidores en sólo 15% en los
siguientes cinco años, especialmente entre los
jóvenes y los usuarios sistemáticos. La idea
central es prevenir la adicción mediante la continuación de las políticas tradicionales de
combatir la producción y comercialización de
las drogas dentro y fuera de Estados Unidos
pero, a la vez, creando o reforzando la
información y detección temprana de uso de
sustancias que conducen a la adicción, aumentando la calidad y cantidad de los
programas para tratar a los ya adictos -
tratamiento individual, familiar y colectivo- así
como el desarrollo de sustancias que los
programas médicos puedan ofrecer para
sustituir a la droga misma. Conclusiones Obviamente, una conclusión tiene que ver con
los costos de una soberanía limitada. En este
caso, la presión norteamericana impidió a
México intentar una política que permitiera a
los enfermos de adicción a las drogas
sobrevivir sin tener que caer en una relación de dependencia frente al crimen organizado.
En segundo lugar, el que México tendría que
aprovechar el enfoque de Obama para
repensar su propio esquema de la política
antidrogas y volver a considerar las
posibilidades de dar la prioridad a la descriminalización y al tratamiento por sobre
el enfoque tradicional que impuso Estados
Unidos al mundo en el pasado. Finalmente, el doctor Salazar Viniegra hubiera
apoyado el enfoque del presidente Obama, lo
hubiera considerado un triunfo personal sobre
el dogmático y poco imaginativo Anslinger,
que tras su larga estadía al frente de la FBN,
dejó como herencia hacer del combate a la oferta de drogas el eje de la estrategia
nacional e internacional de Washington en
detrimento de la alternativa no violenta:
erosionar la demanda por la vía del Estado
como educador y responsable del tratamiento.

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