AMBIENTAL
El camino no tomado: Méndez Arceo, Ivan Illich y Lemercier
ANAMARÍA ASHWELL
El Museo Nacional de Arquitectura del Palacio de Bellas Artes presenta (desde finales de enero) una exposición conmemorativa de la obra de fray Gabriel Chávez de la Mora (Guadalajara, 1929). Mística y Arte es el lema de una muestra que abarca trabajos arquitectónicos (la capilla Ecuménica “La Paz”, en Acapulco, de 1970; el Centro Escolar del Lago de Guadalupe, edo. de México de 1972, y la Nueva Basílica de Guadalupe, en colaboración, de 1973–76, son sus obras), como también materiales gráficos, maquetas y reproducciones de vitrales de más de 40 proyectos realizados; así también, está expuesta su obra artesanal y artística de orfebrería, pintura, escultura, diseño de textiles y de ajuar litúrgico, así como obra al óleo realizados en el taller Ars Sacra y después en Talleres Emaús fundado en la década de los años 70 en Cuernavaca, Morelos.
Fray Gabriel es un sacerdote benedictino, graduado de la Escuela de Arquitectura de Guadalajara en 1947. Vive actualmente con otros 30 hermanos en la Abadía de Tepeyac (que él mismo diseñó) integrado al Centro Escolar del Lago de Guadalupe en Cuatitlán Izcalli, estado de México. “Lo mío es muy menor”, dijo en una entrevista con motivo de la muestra “... minimalismo le llaman ahora”, también agregó cuando se declaró “agradecido” por la atención prestada su obra. La obra reunida en Bellas Artes es notable por la cantidad y variedad producida por fray Gabriel a lo largo de más de 55 años de su quehacer artístico y arquitectónico. Toda la muestra es ejemplo de su insistencia, experimentación y reflexión imperturbada con obra realizada en materiales, volúmenes y colores extrovertidos: la obra al óleo de fray Gabriel, por ejemplo, tiene el colorido unself–conscious (como dice A.Theroux; The Primary Colors; N.York; 1994) de la cultura popular mexicana. La concepción estética de fray Gabriel muestra también la “urgencia” (la referencia es a Kandisky) “del llamado hacia la trascendencia” de su vocación religiosa. Él busca trasmitir y traducir su propio camino hacia lo “supersensual”. “Mostrar la gloria interna”, dice fray Gabriel, “no buscando emocionar por la argucia exterior” impulsa su búsqueda estética (ver L. Quintanilla; Los Volcanes de Cuernavaca; Ed. La Jornada; Morelos:2007). La obra de fray Gabriel, sin embargo, quizás por el abusivo recurso de un modernismo limpio de “argucias” (inaugurado por A. Loos), estéticamente pareciera agotado. Por eso mismo es importante ubicar la obra en su tiempo: en el escenario social y político de don Sergio Méndez Arceo en la década de los 60 y 70 en Cuernavaca, Morelos. La obra arquitectónica y artística de fray Gabriel fue expresión de la ruptura ética y estética con tradiciones y valores anquilosados de una iglesia católica que don Sergio quiso reformar y poner al servicio del pueblo desposeído. Fray Gabriel estuvo (inició y terminó allí su formación espiritual) en el monasterio benedictino de Santa María de la Resurrección de Ahuacatlán, fundado en mayo de 1955 (tres años después de la consagración como obispo de don Sergio) por el padre Gregorio Lemercier. Y él fue comisionado por Lemercier cuando tenía 27 años para realizar no sólo la capilla del monasterio, sino para asistir al obispo en la transformación y restauración total de la catedral de Cuernavaca. El obispo Méndez Arceo y sus “teólogos” (el políglota austro–croata–sefardita–americano Ivan Illich y el benedictino belga, proveniente de la Universidad de Lovaina, Gregorio Lemercier) inauguraban en esos tiempos una pastoral cuya opción por los pobres y los indígenas de México despertaría la más enconada y artera reacción de los poderosos de la iglesia (la campaña “cristianismo sí comunismo no”, iniciada por el obispo Toriz en Puebla, por ejemplo, así como la denuncia pública de seis obispos, en 1978, en contra de la pastoral de don Sergio y basada en atribuciones falsas al obispo publicadas en periódicos que se unieron a la campaña que se conoció como “la leyenda negra” contra el “obispo rojo”); así también de personeros del Estado aliados con empresarios y dueños de grandes capitales en México. La obra arquitectónica de fray Gabriel –que él mismo describe como la “búsqueda de austeridad y sencillez”– fue impulsada por la teología que promovió don Sergio y por la vida monástica que experimentó (en la cual participaron muchos intelectuales mexicanos incluso no creyentes) dentro un monasterio singular, Santa María, que convulsionó a México cuando sus miembros optaron por abrasar un camino crítico ante el conservadurismo eclesial. No se accede plenamente a su obra sin referencias a la pastoral de don Sergio; como tampoco sin considerar la influencia que ejerció sobre él Lemercier (que por muchas razones resulta más difícil de documentar y calificar). Gregorio Lemercier, teólogo políglota (falleció en 1987), había decidido confrontar los desequilibrios emocionales que exhibían algunos seminaristas que ingresaban al monasterio contemplativo de Santa María; con la intención no sólo de ayudar a sanarlos, sino para que decidieran en libertad y autocrítica si se sostenía en ellos la opción y vocación sacerdotal. El alcoholismo, la homosexualidad, la pedofília, incluso patologías psicóticas complejas, eran comunes entre algunos seminaristas, por lo cual Lemercier decidió introducir el psicoanálisis y se sometió él mismo a este largo proceso de introspección dirigido por profesionales laicos. Pero a finales de los años 60 la “leyenda negra” logró su objetivo: el Vaticano redujo al estado laical a Lemercier y el monasterio de Santa María, abandonado por la Orden Benedictina, se cerró.
La iglesia católica prefirió el camino de la censura y la cerrazón, callar incluso las injusticias cometidas sobre niños víctimas sexuales de sacerdotes y clausuró el camino crítico y reformador que iniciaron en la iglesia mexicana los teólogos Illich, Lemercier y don Sergio Méndez Arceo en Cuernavaca. Hoy, la iglesia católica mundial, vive el derrumbe ético por causa de esta decisión (ver la entrevista con Alejandro Chao Barona, psicoanalista y seminarista de Santa María en obra citada de L. Quintanilla) y la iglesia mexicana el desprestigio por el camino asumido. No es este el lugar para analizar críticamente los aciertos y desaciertos del “camino no tomado” propuesto por la iglesia de los pobres de don Sergio, sino sólo puntualizar que al cerrarse Santa María nació el taller de Emaús donde fray Gabriel creó la obra artesanal religiosa que iba a sostener económicamente el nuevo proyecto laico de Lemercier, el centro psicoanalítico Emaús orientado a dar asistencia a jóvenes con problemas.
Fray Gabriel, sin abandonar a su mentor, salió del monasterio de Santa María con su fe fortalecida. Su obra refleja el compromiso adquirido con un cristianismo primitivo, de liturgia paleocristiana, austera, estéticamente opuesta a cualquier idea de progreso y de valores que emanan de la sociedad industrial y capitalista actual. Su cruz, como dice el obispo Arturo Lona Reyes, como la de Jesús, no fue de oro, sino de madera.
Don Sergio murió el 6 de febrero de 1992 y está sepultado en una cripta bajo el altar mayor de la Catedral de Cuernavaca que fray Gabriel diseñó y que sus sucesores, el obispo Juan Jesús Posadas y el monseñor Girolamo Prigione, no consideraron necesario que se terminara de construir. “Hay iglesias pretensiosas, costosas, monumentos al arquitecto que no remiten a los valores del Evangelio. Predican otra cosa; quieren hablar de verdades, pero son una mentira”, explicó en una entrevista fray Gabriel. Sin que lo diga, esa iglesia de “mentiras” fue también la que entronizó a Onésimo Cepeda, Arturo Rivera, Marcel Maciel y a otros como ellos en la actual iglesia mexicana. Una iglesia que coloniza y manipula la conciencia de sus fieles; que predica de espaldas al pueblo desposeído y que el “obispo rojo” quiso reformar también mediante la obra artística y arquitectónica de un sacerdote solidario llamado fray Gabriel.
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