martes, febrero 14, 2012
El cafecito en Los Pinos : Guillermo Fabela Quiñones
El cafecito en Los Pinos
Guillermo Fabela Quiñones
Apuntes
Ver la criminalidad como un problema inédito tiene la finalidad de engañar a la ciudadanía, con el propósito de ocultar que se carece de un proyecto democrático de nación. Eso es lo que ocurre actualmente con un Ejecutivo que parece obsesionado con el tema del crimen organizado, como si México no tuviera otros ingentes problemas. Lo que no se le dice a la sociedad es que tal realidad, en este momento, es consecuencia de los terribles desequilibrios socioeconómicos, agravados a partir del año 2000, cuando el PAN enseñó sus verdaderas intenciones al hacerse del poder.
Su interés básico no fue poner en marcha un proyecto de rescate de las instituciones nacionales, sino desbancar al PRI para disfrutar del poder y usufructuar las riquezas del país, del mismo modo que venía haciéndolo el partido tricolor, pero con mayor voracidad y menos, mucho menos, oficio político para ocultar las verdaderas intenciones al ejercer el mando del Ejecutivo. De ahí el lamentable fracaso de la alternancia, comparable al fallido afán de Felipe Calderón de querer acabar con la delincuencia, sin antes liquidar las condiciones objetivas que la generan.
Lo inédito, en la actualidad, es precisamente esa obsesión sin pies ni cabeza, que no lleva a ninguna parte, pues está más que probado que por más violencia que ejerce el Estado mexicano contra los delincuentes, más se incrementa la criminalidad. Así lo reconoció sin ambages el propio Secretario de la Defensa Nacional la semana pasada, al parecer en un afán nada discreto de irse apartando de la estrategia ordenada por el inquilino de Los Pinos, que tantas críticas le ha ganado a las Fuerzas Armadas, sin haber logrado algún resultado digno de ponderación.
Es claro que una de las tareas básicas de todo gobernante es asegurar condiciones de seguridad para la población, sobre todo la más desprotegida. Esto no se ha conseguido en los cinco años del actual sexenio, como lo prueba la realidad y lo reconoce incluso el propio secretario Guillermo Galván Galván. Dice Calderón que “hay gente que le reprocha a mi gobierno que combata a los criminales”, y en un derroche de ironía grotesca se preguntó: “Ahora sí, ¿qué querían que hiciera? ¿Qué los invitara a pasar, que los saludara y les ofreciera un cafecito, o qué”?
Tal apreciación es falsa. Lo que se le reprocha es que equivocó una estrategia mal encaminada y que no fue planeada correctamente. Lo que se le reprocha es que puso en marcha la violencia del Estado con fines políticos, ajenos por completo a las causas y efectos del problema a enfrentar. Lo que se le reprocha es que jamás completó dicha estrategia con acciones colaterales de tipo social, que condujeran a la reducción del fenómeno delictivo, cosa que ha hecho a últimas fechas, pero también con intenciones de política coyuntural.
Nadie en su sano juicio puede considerar que no se deba combatir a la delincuencia organizada, como Calderón presupone al sentenciar: “El gobernante que considere que no debe combatir a los criminales, que no sea gobernante”. Claro que hay que combatirlos, pero correctamente, con tácticas y estrategias que permitan avances en la lucha del Estado por crear condiciones concretas de gobernabilidad y paz social, sin exponer a la población a la violencia. ¿Acaso podría decirse que ahora en México hay menos violencia y criminalidad que hace seis años? Los hechos demuestran precisamente lo contrario, con miles de hogares enlutados por los “daños colaterales”.
Lo que sí se ha conseguido, y esto hay que repetirlo cuantas veces sea necesario, es una mayor injerencia del gobierno estadounidense en los asuntos internos de nuestro país. Tal pareciera que regresamos cien años en el tiempo, y ahora desde la embajada de Estados Unidos en México se cogobierna, como sucedía en la época del embajador Henry Lane Wilson y del “chacal” Victoriano Huerta, su fiel servidor. El pretexto sigue siendo el mismo: la salvaguarda de los intereses estadounidenses, como si realmente pudieran estar en peligro. En 1912 fue la Revolución Mexicana, hoy es la “guerra” de Calderón contra el crimen organizado.
Sigue vigente la política de brindar apoyo a quienes lo necesitan para imponer condiciones antidemocráticas a la sociedad nacional, pero a un costo terriblemente excesivo para el país, como lo patentiza la evidencia histórica. Los “espejitos” de la Iniciativa Mérida no compensan el pago que está haciendo la nación a la Casa Blanca, en pérdida irreparable de soberanía, y entrega de nuestro futuro a los designios de Washington.
Combatir al crimen organizado es una tarea ineludible de todo Estado, pero con una finalidad estratégica, acorde con el imperativo de apuntalar avances democráticos, no para ocultar fines aviesos, como es el caso con la “guerra” de Calderón.
(guillermo.favela@hotmail.com)
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