Rogelio Ramírez de la O
Acuerdo México-Brasil: ¿de principios?
El Acuerdo de Complementación Económica 55 (ACE) entre México y Brasil para la industria automotriz y de maquinaria agrícola llegó a un punto crítico en su noveno año, pues Brasil desea cambiarlo. Su motivación es porque en 2011 tuvimos un pequeño superávit, dado el fuerte incremento de las importaciones por parte de Brasil.
La modificación que plantea es a su favor: adelantar la apertura a vehículos pesados, ampliar las cuotas de importación de partes que interesan a Brasil y modificar las reglas de origen para sacar
componentes que tienen alto contenido de importación de terceros países. Esto último quitaría los beneficios del acuerdo a exportaciones de interés para México.
Revisar un acuerdo es válido y por ello este prevé suspenderse a solicitud de cualquiera de las partes. Sólo que se presenta cuando México comenzó a beneficiarse. De 2003 a 2010 Brasil acumuló un
superávit de 12 mil 416 millones de dólares, para pasar en 2011 a un déficit de 129 millones.
Es obvio, pero hay que repetirlo, cualquier diferencia entre exportaciones e importaciones medidas por su valor agregado aumenta el PIB de un país si es positiva y lo reduce si es negativa. De ahí que,
por ejemplo, Estados Unidos hoy trate de impulsar su exportación. El deseo de exportar más e importar menos es aún más importante hoy, pues la mayor parte de las economías tratan de proteger el empleo. Si esto es la prioridad, muchos países consideran preferible reducir importaciones y no las compras de productores nacionales.
Lo anterior hace la solicitud de Brasil endeble porque en los acuerdos internacionales las dos partes deben ganar y no sólo una de ellas. Por ejemplo, con base en esta filosofía en los primeros años del acuerdo México aceptó la importación de vehículos de Brasil con tecnología muy atrasada, y en algunos casos hasta inseguros, sin quejarse.
Por la misma razón las industrias en México participantes en el acuerdo dieron una opinión negativa sobre la solicitud de Brasil. Entre otras, porque muchas ya comprometieron inversiones fincadas en el acuerdo.
El gobierno mexicano tiene dos opciones. Una, en nombre de la relación entre los dos países y con la esperanza de que en el largo plazo los intereses de ambos coincidan, sería ceder a lo que Brasil pide, tan sólo modificando en algo sus demandas. Con eso salva cara frente al productor nacional, argumentando que modificó la petición de Brasil. A la vez salvaría la posibilidad de un tratado de libre comercio con Brasil, mucho más amplio que el automotriz.
La segunda opción sería mantenerse en los principios y negociar con fuerza aun a costa de arriesgar la terminación del acuerdo. Eso daría certidumbre a las inversiones en México fincadas en los acuerdos y
sentaría el precedente de que México no se basa en asuntos de coyuntura para respetar sus compromisos. Esto, sin embargo, no justifica un tratado de libre comercio con Brasil, pues al menos por ahora el cumplimiento de este país queda en entredicho.
Si el gobierno cree en la forma más que en el fondo, escogerá la primera opción, argumentando que un compromiso es mejor que terminar el acuerdo.
Si, por el contrario, el gobierno cree más en el fondo y menos en la forma, sabrá que cuando un socio no cumple con un acuerdo limitado sin mostrar razones más que coyunturales es improbable que cumpla con un tratado amplio cuando le deje de convenir. En ese caso debería rechazar la solicitud de Brasil. Y debería aprender de esta lección sobre tantos tratados que ha firmado sin mayor beneficio.
rograo@gmail.com
Economista
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