miércoles, marzo 30, 2011

John M. Ackerman : El espejismo de Marcelo

El espejismo de Marcelo
John M. Ackerman


MÉXICO, D.F., 29 de marzo.- La estrategia política de Marcelo Ebrard rumbo a las elecciones de 2012 es transparente. El jefe de Gobierno aspira a mantener la “unidad” de la izquierda política y atraer votantes de la “clase media” con el fin de ganar, primero, la candidatura del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y, posteriormente, la Presidencia de la República. Asimismo, el apoyo del Partido Acción Nacional (PAN) a su eventual campaña presidencial sería más que bienvenido. En este recorrido espera contar con el respaldo de la mayor parte de los medios de comunicación, así como del gran caudal de periodistas, comentaristas y encuestadores para quienes Andrés Manuel López Obrador es el mismo anticristo.

La “cargada” a favor de Ebrard ya inició. Una serie de encuestas recientes anuncian con bombo y platillo que el jefe de Gobierno es el perredista “más popular” y que el alto porcentaje de opiniones negativas hacia López Obrador prácticamente descalifican su eventual candidatura. (Véase, por ejemplo, El Universal del 14 febrero, y Excélsior del día 28 del mismo mes.) El mismo Ebrard ha sostenido públicamente que le va “bien, bastante bien” en las encuestas y que lo colocan por encima de López Obrador.

Sin embargo, cuando analizamos los mismos sondeos a profundidad, esta supuesta burbuja de “popularidad” se esfuma por completo. Primero, en absolutamente todas las encuestas, López Obrador rebasa a Ebrard en una proporción de 2 y hasta de 3 a 1 como el candidato presidencial preferido entre los militantes del PRD. Mitofsky reporta que 67% de los encuestados prefiere a López Obrador y únicamente 26% a Ebrard. Para El Universal las cifras son de 56% y 29%, respectivamente. Si el universo de encuestados incluyera a los militantes del Partido del Trabajo y Convergencia, esta tendencia seguramente se ampliaría.


Pero lo que realmente debe tener preocupado a Ebrard no es su desventaja política entre los perredistas, sino su baja popularidad entre la población en general. Todas las encuestas, e independientemente de quiénes sean los candidatos del PAN y del PRI, reportan que la izquierda recibiría un mayor porcentaje de la votación si su candidato fuera López Obrador en comparación con la candidatura de Ebrard. Asimismo, los sondeos revelan que si ambos son candidatos por partidos distintos, López Obrador solamente perdería una pequeña fracción de su apoyo mientras que la votación para Ebrard se desplomaría. (Véase, por ejemplo, Enfoque / Reforma del 5 de diciembre de 2010.)

En suma, Ebrard podrá ser muy “popular” como persona o como jefe de Gobierno, pero como candidato presidencial sería muy poco eficaz. Sus posibilidades de llegar a Los Pinos son mínimas, sobre todo tomando en cuenta el gran arrastre popular de López Obrador.

Algo similar le ocurre a Ebrard en el ámbito de la operación política. De nueva cuenta, no está en duda su “popularidad” o su habilidad para llevarse bien con una amplia variedad de expresiones políticas. Sin embargo, el jefe de Gobierno no ha sabido convertir este “don de gentes” en una verdadera fuerza política.

La contundente derrota de su candidato para presidir el PRD es particularmente elocuente al respecto. Los 43 votos que con trabajos alcanzó Armando Ríos Piter en el Consejo Nacional de poco le sirvieron a Ebrard frente a la fuerza arrolladora de las dos grandes corrientes del partido: “Los Chuchos” y “los pejistas”. Así, de un día para otro, se desvaneció por completo el espejismo de gran “operador político” que el jefe de Gobierno se había esmerado en construir a partir de la victoria de su candidato en Guerrero. Hoy para todos es claro que el poder político de Ebrard no se coloca por encima de las corrientes, sino que se encuentra claramente subordinado a los líderes y los poderes fácticos del partido.

Ahora bien, su debilidad en las encuestas y dentro del PRD no sería tan grave si contara con una verdadera visión de Estado. Lamentablemente, tanto la cerrazón que ha mostrado con respecto a la Supervía Poniente, como sus halagos a la estrategia de seguridad pública de Felipe Calderón y, sobre todo, su respaldo a ciertas figuras políticas para que obtengan cargos de importancia, revelan una preocupante tendencia a privilegiar sus ambiciones personales por encima de un proyecto de auténtica renovación política y social.

El caso de Ríos Piter es un excelente botón de muestra. Ríos no cuenta con ningún mérito especial ni dentro ni fuera del partido, más allá de ser un leal alfil de Ebrard. No es un dirigente social o juvenil, sino un experto en el sutil arte del “transfuguismo”. Fue funcionario público al servicio del zedillista José Ángel Gurría en la Secretaría de Hacienda, del priista René Juárez en el estado de Guerrero, del panista Vicente Fox en la Secretaría de la Reforma Agraria y, finalmente, del fallido gobierno de “izquierda” de Zeferino Torreblanca, otra vez en Guerrero.

Haber sostenido que Ríos “renovaría” y “acercaría a la sociedad” al PRD, por el simple hecho de ser relativamente más “joven” que otros políticos, fue un abierto engaño. Lo mismo se podría decir de Enrique Peña Nieto o de César Nava, cuya juventud relativa de ninguna manera asegura que sean portadores de “ideas frescas”. El favorito de Ebrard para relevarlo en la Jefatura de Gobierno, Mario Delgado, tiene un perfil similar.

Habla mucho de la concepción política del jefe de Gobierno el que los cuadros que impulse sean de tan bajo nivel. Ello también sugiere que Ebrard ni valora la historia de las luchas sociales de izquierda, ni busca la auténtica vinculación del PRD con la sociedad, y mucho menos aspira a construir una interlocución seria con otras expresiones políticas. Como Felipe Calderón, Ebrard prefiere rodearse de su propio grupo de jóvenes leales y novatos en lugar de articular un movimiento político de mayor envergadura.

Es hora de que Marcelo Ebrard reflexione seriamente sobre la forma en que verdaderamente quiere participar en la urgente democratización del país e impulsar el proyecto de izquierda. Todo buen político debe saber tomar distancia de la agitación cotidiana y, al menos momentáneamente, alejarse de los falsos aduladores y los cantos de sirenas para serenamente observar el bosque en su conjunto. l



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