Rogelio Ramírez de la O
Reforma fiscal, otra vez
La remota posibilidad de que se discuta y apruebe por el Congreso una reforma fiscal surgió de la iniciativa presentada por el senador Manlio Fabio Beltrones, aunque rápidamente se apagó al irse revelando sus debilidades técnicas y sobre todo políticas.
Esto es aun cuando en esencia su propuesta contiene lo que el PAN siempre ha deseado, es decir, gravar los alimentos con un Impuesto al Valor Agregado de 13%. Lo sorprendente es que ni siquiera el PAN la apoyó.
La razón es sencilla: una cosa es la argumentación técnica de cualquier reforma y otra muy distinta es la economía política de los impuestos. Por más que la haya querido disfrazar como una reforma progresista, el estigma de intentar gravar los alimentos no se lo quita con nada.
Aparte de que además propone hacer devoluciones electrónicas de impuestos, con lo que supuestamente se induciría que pagara la economía subterránea, y de que este mecanismo no es realista en la práctica, la propuesta carece de fuerza. Esto, aun cuando los organismos empresariales cúpula la consideran adecuada. En este tema los organismos son parte interesada, pues muchas empresas se benefician de huecos en el impuesto sobre la renta que quizás creen que con el IVA en alimentos y el aumento de recaudación dejarían de ser el foco de atención.
Sin embargo, los huecos en el ISR ya son el foco de atención. El mismo gobierno actual confrontó a finales de 2009 a los organismos cúpula, al acotar la facilidad de la consolidación fiscal. Este mecanismo permitía a muchos grupos empresariales diferir impuestos indefinidamente.
Y fue en esta confrontación donde el gobierno confirmó lo que ya había dicho la Auditoría Superior de la Federación, que las más grandes empresas de México sólo pagan el 1.7% de sus ingresos como ISR (antes de devoluciones).
De ahí que sólo hay dos vías fundamentales para una reforma fiscal, en gran medida incompatibles entre sí. Una es descansar en los impuestos indirectos en donde ricos y pobres pagan la misma tasa. Otra es descansar en el Impuesto Sobre la Renta, en donde los que ganan más deben pagar más.
La opción entre una y otra se determina por una postura política, aun cuando haya factores técnicos que favorezcan a uno o a otro. La vía del PAN en sus intentos fallidos de 2001 y 2003 era con impuestos indirectos vía IVA en alimentos y medicinas. La del senador Beltrones mantiene ese elemento y, en lugar de proponer revisar los huecos grandes del ISR, propone reducir la tasa de 30% a 25%.
Aparte de la filosofía detrás de cualquier propuesta, el entorno sociopolítico es lo que le da viabilidad o no. Y los hechos confirman que por lo menos desde 2001 el IVA en alimentos no tiene aceptación en México. En parte porque las cifras oficiales revelan que el ISR pagado por todas las empresas es muy bajo en relación con la parte del ingreso que reciben. Lo que pagan son cantidades similares a las que pagan las personas físicas, las cuales son sobre todo empleados a los que les retienen sus impuestos, pero con ingresos muy inferiores.
Cubrir los huecos en el ISR empresarial parecería la vía obvia para quienes desean una reforma que aumente la recaudación en el corto plazo, antes de siquiera empezar a pensar en impuestos al consumo. Por lo demás también sería bueno que todos dejaran de argumentar que para que la economía crezca más es necesario subir impuestos, pues la realidad siempre es lo contrario: mientras más aumenten los impuestos y mayor sea el gasto burocrático del gobierno, el potencial económico del sector privado siempre será menor. El asunto de esta reforma no es técnico, sino político.
rograo@gmail.com
Analista económico
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