Detrás de la Noticia
Ricardo Rocha
Calderón: última llamada
De verdad celebro lo dicho por el presidente Calderón. La invitación a los organizadores de la Marcha por la Paz para un diálogo constructivo es, sin duda alguna, una buena señal. Pero, cuidado, implica también un compromiso muy serio que Calderón ha de respetar a cabalidad. Porque muy formalmente señaló que “Podemos estar de acuerdo o en desacuerdo en algunos de los puntos que expresan, pero desde luego eso no excluye la posibilidad y la responsabilidad de dialogar, de escucharnos, de entendernos y definir lo que sea mejor para el país”.
Ojo: esa última frase es clave y a la vez esperanzadora. Pero el presidente está obligado a honrar su palabra y no sólo mostrarse sino estar verdaderamente dispuesto a dialogar en serio. Y eso significa, sobre todo, escuchar al otro. El país ya no está para más actos mediáticos en que participantes a modo asienten comedidos al monólogo presidencial. La infame y creciente espiral de violencia impone la necesidad urgente de un debate serio para detener o al menos disminuir tanta muerte y tanta sangre.
Calderón está en todo su derecho de pedir “que se conozcan las razones del gobierno y se conozcan también las acciones que hemos puesto en marcha para combatir este grave problema de inseguridad”. Ya lo explicará y seguramente será escuchado con respeto. Sin embargo, está igualmente obligado a escuchar y debatir con altura todas aquellas demandas y propuestas expresadas en estos meses y años y que él ha desechado sistemáticamente: el regreso del Ejército a sus cuarteles; más inteligencia y menos violencia; el seguimiento de la ruta del dinero y las redes financieras del narco; y sobre todo el debate tan largamente pospuesto sobre la despenalización del consumo de drogas.
Ya no más de que la única vía es la mía; ni que la verdad absoluta soy yo; o que háganle como quieran pero no voy a moverme un milímetro. Calderón ha de ir a ese diálogo desprovisto de prejuicios que un día sí y otro también le promueven sus halcones: que vamos ganando, aunque no lo parezca; que los cárteles están siendo debilitados; que la presencia de los soldados en ciudades y pueblos disminuye la violencia; que la policía federal es infalible; que la PGR, el Ejército, la Marina y la SSP trabajan coordinadamente.
El sabe que eso no es cierto: que la violencia se dispara cada día y la guerra se está perdiendo; que los cárteles son ahora más fuertes y más sanguinarios; que está probado estadísticamente que la presencia del Ejército en las calles ha exponenciado la violencia en lugar de atenuarla; que las fuerzas armadas y todos los órganos policiacos y de justicia están penetrados por el narcotráfico; que por ello debió haber empezado por limpiar la casa.
Pero, sobre todo, Felipe Calderón tiene que entender que el cuestionar su método no significa de ningún modo sugerir siquiera que su gobierno no combata al crimen organizado. Menos aun estar del lado de los malos y en contra de él. Lo que se le ha dicho una y otra vez y que la marcha sintetizó es que su estrategia está equivocada y está significando un dolorosísimo e impagable costo para todos los mexicanos. Eso es lo que Calderón tiene que comprender de una vez por todas. Como mandatario, atender el mandato de una sociedad exhausta, agraviada y ensangrentada. Que él todavía está a tiempo de enmendar el camino en esta etapa última de su gobierno. Que no sienta la rectificación como una derrota, sino como un acto de grandeza.
Ojalá escuche atento la voz de Javier Sicilia quien ayer me dijo entre otras cosas: “lo que yo oí en esa caravana pudieron oírlo ustedes en el zócalo con los testimonios de esa gente; mucho dolor y al mismo tiempo una gran solidaridad, un inmenso amor; un México que se levantó para decirle a los señores de la muerte y al gobierno, que aunque nos están haciendo todo esto estamos de pie en el México que queremos, el México fraterno; el que con la marcha nos dio una lección de democracia en medio del dolor”.
Dijo Calderón antier: “…yo también quiero un México sin violencia…” A ver si es cierto.
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