El 15M no es sólo de España
León Bendesky
León Bendesky
Las protestas sociales de los últimos días en España tienen mucho que ver de manera inmediata con las repercusiones de un largo y fuerte deterioro desatado a raíz de la crisis económica de fines de 2008. Cuestionan de lleno el carácter formal y el sentido práctico de un sistema político que en 30 años se ha vuelto esclerótico y tiene daños severos, y que aún se desenvuelve sobre un franquismo soterrado.
Tampoco es un fenómeno independiente de las protestas de los ciudadanos de los países árabes. En esos casos la gente se volcó a las calles para intentar sacudirse unos regímenes opresivos, corruptos y algunos de ellos sanguinarios, y cuyos jefes se han creído dueños de las vidas de las personas y de los recursos de los que disponen.
Debe haber, por supuesto, mucho más de fondo en estas manifestaciones de hastío y desaliento en muchas plazas de España, en especial, aunque no únicamente, por parte los jóvenes. La naturaleza de los procesos sociales es compleja y de largo aliento. Pero cuando se dan estos desbordes, que cuestionan de manera directa al poder reinante, ponen al descubierto aspectos del modo de la organización social que parecían ser ya una parte del paisaje de la vida cotidiana, estructuras inamovibles de un modo de ser con visos de normalidad y que de pronto se vuelven cuestionables y hasta transparentes, como el nuevo traje del emperador en el cuento de Andersen.
Tal y como se ha presentado y reseñado en la prensa el movimiento del 15M, se advierte que ha sido espontáneo y que ha logrado convocar a la gente por la claridad de sus demandas y, hasta ahora, la forma bien delimitada con las que han sido expuestas.
No es nuevo el desencanto de los jóvenes españoles con las condiciones que enfrentan: pocas opciones de empleo, bajos ingresos (los llamados mileuristas), callejones sin salida luego de acabar estudios universitarios, restricciones para vivir independientemente. Un agotamiento de los horizontes.
En fin, un panorama cada vez más restrictivo de oportunidades; lo que se ha descrito como una situación en la que las expectativas de vida de los hijos son inferiores a las que alcanzaron sus padres.
Y, en el entorno de crisis económica y el muy alto nivel de desempleo que existe en España, a esto se añade el efecto sobre muchas familias por la ruina de las hipotecas, la pérdida del trabajo y el daño personal y colectivo que se genera. Súmese el caso de los pensionados y la reducción real de sus ingresos.
En España privó por mucho tiempo una especie de euforia de progreso económico y modernidad democrática. Hoy, el movimiento del 15M abre un cuestionamiento formal y ineludible a esta visión que según parece tenía mucho de autocomplaciente.
Los primeros azorados han sido los políticos y sus partidos. Estos se preparaban para las elecciones municipales y regionales del 22 de mayo que aun en el marco del desgaste de los socialistas se instalaban en la regularidad del bipartidismo y la alternancia con los populares.
El PSOE, gobernando, ha estado en el centro de las condiciones de la crisis y tiene gran responsabilidad por la situación actual. Pero el PP la comparte plenamente por la estructura social y económica que fraguó en los gobiernos de Aznar, por sus maneras legislativas como oposición política, por la corrupción que lo erosiona y no puede fingir demencia. Todos están abiertamente cuestionados por el 15M.
El aparato partidario en conjunto se lanzó a las elecciones como de costumbre. Y de pronto el escenario cambió de forma insospechada, por donde menos se esperaba y la capacidad de respuesta ha sido nula. Los resultados de las elecciones no serán ajenos a las grandes movilizaciones sociales que se han reproducido por todo el país y que no han sido mitigadas por las disposiciones en contra de las autoridades electorales.
A las elecciones precedió el sábado 21 la llamada jornada de reflexión y vaya que ha sido precisamente eso, y no sólo para esos jóvenes españoles acompañados de muchos insatisfechos solidarizados con sus demandas.
La esencia de la situación española es la misma que priva en muchas sociedades del mundo.
La globalización y los entusiastas que la promueven no han tenido una correspondencia con las necesidades básicas de mucha gente en todo el planeta. Las clases medias se han recompuesto haciéndose más heterogéneas, y su situación se ajusta a la baja por los desequilibrios fiscales y financieros que se han vuelto recurrentes, y muchos van perdiendo. Los pobres siguen rezagándose y la fragilidad social crece.
El consumismo y el endeudamiento son las pautas de una modernidad definida cada vez de modo más próximo por el dinero y sus circuitos, los que se hacen más ajenos a las necesidades sociales y debilitan los mecanismos de cohesión que habían surgido con las reformas en distintas etapas históricas para suavizar las contradicciones del capitalismo.
Hoy, la política social padece fuertes embates y se debilita su capacidad de aguante frente a los argumentos y posturas que provienen con distintos matices tanto de la derecha como de la izquierda.
Los manifestantes españoles han mostrado una forma de resistencia social que exhibe a los políticos y, sobre todo, al entramado de la democracia tal como se vive en el siglo XXI.
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