La guerra fallida de Calderón
Eduardo Sánchez Hernández
La inseguridad que vivimos es un eslabón dentro de una cadena de corrupción e ineptitud. Los propagandistas del gobierno nos han vendido la idea de que su administración está inmersa en una guerra de buenos contra malos. Y el planteamiento ofende la inteligencia.
Desde que la humanidad existe, hay delincuentes. Acabar con ellos supondría aniquilar a la raza humana. En todos los países del mundo hay delincuencia en mayor o menor grado. Lo grave en México no es que existan delincuentes sino que las autoridades sean sus cómplices. Esa es la verdadera razón de tanta violencia y desde luego nuestro principal problema en materia de seguridad. Aquí, tanto las autoridades policiacas como las de procuración de justicia están infiltradas por las organizaciones criminales. La corrupción campea en buena parte de los juzgados locales y los ciudadanos simplemente aguantamos la burla de las autoridades esperando que algún día, un mesías, llegue a rescatarnos.
Eduardo Sánchez Hernández
La inseguridad que vivimos es un eslabón dentro de una cadena de corrupción e ineptitud. Los propagandistas del gobierno nos han vendido la idea de que su administración está inmersa en una guerra de buenos contra malos. Y el planteamiento ofende la inteligencia.
Desde que la humanidad existe, hay delincuentes. Acabar con ellos supondría aniquilar a la raza humana. En todos los países del mundo hay delincuencia en mayor o menor grado. Lo grave en México no es que existan delincuentes sino que las autoridades sean sus cómplices. Esa es la verdadera razón de tanta violencia y desde luego nuestro principal problema en materia de seguridad. Aquí, tanto las autoridades policiacas como las de procuración de justicia están infiltradas por las organizaciones criminales. La corrupción campea en buena parte de los juzgados locales y los ciudadanos simplemente aguantamos la burla de las autoridades esperando que algún día, un mesías, llegue a rescatarnos.
Con sus honrosas excepciones, nuestra clase política es paupérrima. Aquí la política sirve más para destacar nuestras diferencias que para encontrar los puntos de coincidencia entre quienes piensan distinto. En México se ha vivido la corrupción como parte importante de nuestros usos y costumbres, y está documentado que este comportamiento tramposo ha estado presente a lo largo de toda nuestra historia. Aquí, la corrupción no es patrimonio exclusivo de algún partido político o grupo específico de la sociedad. Los mexicanos jamás nos hemos comprometido con la justicia y existe entre nosotros la acendrada cultura del influyentismo que encuentra siempre la excepción a la regla. Hace unos días contemplamos estupefactos el sonado caso del ex presidente del Fondo Monetario Internacional y su tentativa de violación en Nueva York. En aquella ciudad, bastan unas cuantas horas de investigación para ordenar la detención de un violador, sin que en ello influya el humilde origen de la víctima ni el enorme poder del atacante. Un sistema de justicia como ése no se construye de un día para otro. Y no hay camino más largo que el que no se ha empezado a recorrer. La pregunta es ¿cuándo vamos a empezar nosotros?
A mí no me cabe duda de la honestidad personal del Presidente ni de sus buenas intenciones. Sus actos hablan elocuentemente de los aspectos relevantes de su personalidad. Por esa razón no tengo duda de su falta de claridad cuando filias y fobias impulsan sus decisiones. Está claro que sus actos obedecen más a sus dogmas, antipatías y estados de ánimo que a su sentido de la justicia.
En este país hace falta una alianza de conciliación entre los mexicanos; una convocatoria que siente a la mesa a la gente valiosa de todos los partidos políticos —que claro que los hay— en torno a un valor superior como la seguridad y la justicia. Los ciudadanos necesitábamos que nuestro presidente lograra una alianza como ésa y no las celebradas alianzas electorales de su partido.
¿Por qué razón no se ha realizado una cruzada contra los funcionarios que ayudan a los delincuentes? ¿Por qué no se ha obligado a que los gobiernos locales certifiquen a sus policías y a los ministerios públicos? ¿Por qué no se han hecho reformas legales que castiguen más duramente a los funcionarios corruptos? ¿Dónde quedó la iniciativa política de nuestro presidente para convocar aliados en partidos políticos distintos al suyo? Me consta que hay personas valiosas y de conducta ética en todos los partidos. Identificarlos es relativamente sencillo, dado que este tipo de personas no abundan ni en éste ni en ningún otro medio de la sociedad. ¿Cuál fue la razón por la que nuestro presidente se negó a hacerlo?
Calderón ha perdido su guerra contra los “malos”. La comparación que hace de su persona con Churchill está fuera de toda proporción. Y ya mejor ni hablar de su declaración en el sentido de que en México hay sólo shots de tequila para los turistas. Sus palabras ofenden a las miles de víctimas de la delincuencia en el país que gobierna.
Si las palabras no superan la dignidad del silencio, vale más callarse.
eduardo@eduardo-sanchez.org
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