jueves, febrero 18, 2010

JAIME ORNELAS DELGADO : Tiempo de traiciones

Tiempo de traiciones

JAIME ORNELAS DELGADO


A lo largo de los primeros años de este siglo, el movimiento popular en América Latina alcanzó un importante auge en su lucha contra la dominación ejercida por la derecha y el imperialismo. El ciclo se inicia en Venezuela, donde triunfa Hugo Chávez; luego en Brasil, Henrique Cardoso es sustituido por Lula que obtiene un triunfo arrollador; en Argentina, Cristina Fernández logra de nuevo atraer a la mayor parte del electorado con un programa de gobierno que logra a derrotar a la derecha neoliberal menenista; Tabaré Vázquez gana las elecciones a los partidos tradicionales del Uruguay. Triunfo de las fuerzas democráticas refrenado recientemente por José Mujica, ex guerrillero Tupamaro; Evo Morales logra una clara e inobjetable victoria frente a una derecha dura y agresiva; Rafael Correa llega al gobierno en Ecuador con un amplio apoyo popular y en Paraguay, el gobernante partido Colorado es avasallado por Fernando Lugo; en Nicaragua, el sandinismo recupera el gobierno y en El Salvador FMLN, después de varios años de haber dejado las armas y llegar a la presidencia de la República, triunfa rotundamente con un programa distinto al ofrecido por la derecha neoliberal.


Sin embargo, la reacción después de las derrotas que le infringe el ascenso del movimiento social ha empezado una ofensiva, con el apoyo del Premio Nobel de la Paz, Barak Obama. El eje Colombia–Perú–México, impulsado por el gobierno de Felipe Calderón, se ha visto reforzado con algunos acontecimientos donde se muestra la diversidad de métodos que la derecha está dispuesta a utilizar para mantener o recuperar el poder.


Después de varios intentos frustrados, principalmente en Venezuela con el intento de golpe de Estado en 2002 y en Bolivia en 2008 y otros exitosos, como los fraudes electorales ocurridos en Perú contra la candidatura de Ollanta Humala y México contra la de Andrés Manuel López Obrador, se inicia la nueva ofensiva con el golpe de Estado en Honduras, aplastando la resistencia civil pacífica del presidente Zelaya y violando los derechos humanos de miles de hondureños. Hoy el golpe se ha consumado con el ascenso a la presidencia de José Lobo, elegido mediante unas desoladas elecciones promovidas por los golpistas y presurosos los países europeos y el gobierno de Obama se aprestan a reconocer a ese gobierno espurio.


En Panamá, la cercanía creciente del gobierno de Ricardo Martinelli con el de César Uribe de Colombia, les permite firmar pactos secretos para enfrentar la “subversión en América Latina.” Hoy, Martinelli está acusado de haber ordenado la muerte tres guerrilleros colombianos y Uribe disfruta las siete bases militares norteamericanas establecidas en territorio colombiano que se levantan como francas amenaza contra Venezuela, Bolivia y Ecuador y cualquier otro pueblo latinoamericano que “cometa el error” de elegir a un presidente opuesto a los designios imperiales. En Chile, la derecha empresarial encabezada por Sebastián Piñeira, ganó las elecciones aprovechando las debilidades de la Concertación de partidos de centroizquierda, que gobernó dos décadas sin poder desmontar la estructura política y económica dejada por al dictadura de Augusto Pinochet. Antes de tomar posesión de la Presidencia de la República, el empresario chileno convocó a reforzar el eje Chile–Perú–Colombia–Panamá–Honduras–México, para “frenar la amenaza populista.”


La derecha, como se ve, no descansa. Preocupada por la pérdida del poder, está dispuesta a enfrentar por cualquier vía el ascenso del movimiento social. Pero en realidad, el enfrentamiento de la izquierda con la derecha resulta de lo que históricamente han sido y son ahora ambas; no pueden ser lo mismo, nunca lo han sido ni podrán serlo. Para la derecha, por ejemplo, la economía tiene como fin la ganancia, para la izquierda es la satisfacción de las necesidades de la población sin propósitos de lucro; la derecha, concibe el desarrollo como mero crecimiento de la economía, la izquierda lo entiende como un proceso de transformación social encaminado a lograr la igualdad hasta alcanzar lo que pueblo determine es su “bien vivir”; para la derecha, la política corresponde a las élites y de ellas surgen los dirigentes que deben gobernar a nombre del pueblo que los eligió –el pueblo elige pero no decide–, la izquierda en cambio proclama la participación sin restricciones de la población en las elecciones y en las decisiones; la derecha, concibe al individuo luchando solitario en la sociedad para alcanzar el “éxito personal”, la izquierda concilia los intereses individuales con los sociales y demanda de los individuos poner su capacidad al servicio del bien vivir de la sociedad; para la derecha, los niños pobres deben recibir la ayuda del gobierno y los particulares, la izquierda anhela una sociedad donde no haya niños pobres.


En fin, la izquierda lucha por la transformación de capitalismo como régimen económico y social injusto, excluyente, antidemocrático y sustentado en la explotación, la derecha en cambio, se opone a ese y otros cambios pues su poder descansa en hacer creer que con el capitalismo terminó la historia. Opuesta a cualquier forma de explotación, la izquierda ofrece una sociedad posible como alternativa histórica a la explotación del ser humano.


Así las cosas, ¿qué alianza puede ser posible entre la izquierda y los enemigos históricos del pueblo de México? Solamente en un acto de traición a las luchas de los pueblos latinoamericanos y a las del pueblo de México, se puede plantear una alianza así.


La historia, que no olvida ni perdona, sabrá juzgar duramente esas traiciones.

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