Jorge Zepeda P.
Una boda, un santo y un funeral
¿En qué se parecen una boda y una beatificación? Cerca de dos mil millones de telespectadores siguieron el enlace del príncipe William y Kate Middleton y medio millón de perso-nas se volcaron a las calles para festejarlos. Esa cifra podría quedarse corta frente a la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II este fin de semana. En ambos casos, el baño de masas constituye un refrescante apoyo para dos instituciones, la Corona británica y el Vaticano, urgidas de legitimidad y aprecio luego de los escándalos de los últimos años.
El carisma de Juan Pablo II sigue siendo el mejor argumento del Vaticano. “Una terapia de masas para la Iglesia”, rezaba un encabezado del periódico El País el sábado pasado, en alusión al fenómeno mediático mundial que habrá de generar la beatificación, muy oportuna frente a la alicaída imagen de Roma.
Los indudables méritos de Karol Wojtyla, están a la vista. Hizo de su pontificado una obra de proselitismo mundial nunca antes visto en la historia de la Iglesia.
Aunado a ello, dos circunstancias otorgarían al Papa polaco una popularidad sin precedentes. Su papel de opositor al comunismo y la caída del muro de Berlín durante su gestión y el intento de asesinato del que fue objeto de parte de Alí Agca en 1981 y su asombrosa recuperación.
Pero antes que otra cosa, Juan Pablo II fue un Jefe de Estado, en el mejor de los sentidos. Y en eso reside buena parte de sus virtudes y sus defectos. Convirtió al Vaticano en un referente internacional gracias al diálogo con otras iglesias y culturas, y a su apertura con Asia y África. Durante su gestión de 26 años el número de naciones con embajadores en El Vaticano pasó de 70 a 178.
Sin embargo, de su obsesión por construir una Iglesia sólida y poderosa derivan las principales críticas a su papado. Los importantes recursos financieros procedentes de Los Legionarios de Cristo y el Opus Dei, otorgaron a estas de instituciones un peso y una influencia sin paralelo, pese a los cuestionamientos morales sobre sus fundadores.
Una boda, un santo y un funeral
¿En qué se parecen una boda y una beatificación? Cerca de dos mil millones de telespectadores siguieron el enlace del príncipe William y Kate Middleton y medio millón de perso-nas se volcaron a las calles para festejarlos. Esa cifra podría quedarse corta frente a la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II este fin de semana. En ambos casos, el baño de masas constituye un refrescante apoyo para dos instituciones, la Corona británica y el Vaticano, urgidas de legitimidad y aprecio luego de los escándalos de los últimos años.
El carisma de Juan Pablo II sigue siendo el mejor argumento del Vaticano. “Una terapia de masas para la Iglesia”, rezaba un encabezado del periódico El País el sábado pasado, en alusión al fenómeno mediático mundial que habrá de generar la beatificación, muy oportuna frente a la alicaída imagen de Roma.
Los indudables méritos de Karol Wojtyla, están a la vista. Hizo de su pontificado una obra de proselitismo mundial nunca antes visto en la historia de la Iglesia.
Aunado a ello, dos circunstancias otorgarían al Papa polaco una popularidad sin precedentes. Su papel de opositor al comunismo y la caída del muro de Berlín durante su gestión y el intento de asesinato del que fue objeto de parte de Alí Agca en 1981 y su asombrosa recuperación.
Pero antes que otra cosa, Juan Pablo II fue un Jefe de Estado, en el mejor de los sentidos. Y en eso reside buena parte de sus virtudes y sus defectos. Convirtió al Vaticano en un referente internacional gracias al diálogo con otras iglesias y culturas, y a su apertura con Asia y África. Durante su gestión de 26 años el número de naciones con embajadores en El Vaticano pasó de 70 a 178.
Sin embargo, de su obsesión por construir una Iglesia sólida y poderosa derivan las principales críticas a su papado. Los importantes recursos financieros procedentes de Los Legionarios de Cristo y el Opus Dei, otorgaron a estas de instituciones un peso y una influencia sin paralelo, pese a los cuestionamientos morales sobre sus fundadores.
El desinterés de Juan Pablo II en el involucramiento de curas y obispos en casos de pederastia será la mayor objeción a su legado. La revista Newsweek señala que su período se caracteriza por un patrón sistemático de negación y obstrucción de la justicia en casos de abuso sexual. La influyente articulista de The New York Times, Maureen Dowd va más allá y se pregunta: “¿Cómo puedes ser santo si no pudiste proteger a los niños inocentes?”.
Otras objeciones derivan de su conservadurismo ideológico. Un desplegado publicado en la prensa de la ciudad de México este sábado, firmado por organizaciones vinculadas al catolicismo progresista, reclama duramente en contra de la beatificación de un Papa al que acusan de reprimir la teología de la liberación, ignorar el compromiso de la iglesia con los pobres y dejar de lado los derechos de las mujeres.
Algunos cuestionan la santidad fast track que el Vaticano ha operado a favor de uno de los suyos. La beatificación de Juan Pablo II romperá el récord de velocidad para convertir en santo a un cristiano. Será 15 días más veloz que la marca anterior, sostenida por la Madre Teresa. A ambos les tomó apenas cinco años conseguir lo que antes llevaba un promedio de 50 años. Eso en sí mismo parecería ya un milagro.
En cierta forma Juan Pablo II cosechó lo que sembró. Entre otras cosas, él convirtió a su papado en una fábrica de santos. Bajo su dirección el Vaticano procesó 1338 beatificaciones y 482 canonizaciones. Más importante aún, redujo las exigencias para el proceso de beatificación y convirtió la figura del abogado del diablo en caricatura de lo que fue.
A la crisis espiritual del último cuarto del siglo XX, Juan Pablo II quiso anteponer una Iglesia vertical, poderosa, sin cuarteaduras. A la falta de fe respondió con una profusión de santos sin precedentes. Ante la carencia de vocaciones sacerdotales defendió a rajatabla la jerarquía eclesiástica. Frente a la deserción de los feligreses a las iglesias, multiplicó la imagen papal en los medios de comunicación.
La Iglesia salió dañada, pero no su Santo Padre. Juan Pablo II es, sin duda, el Papa amado. En su funeral masivo en 2005 multitudes clamaban Santo subito para pedir su beatificación inmediata. Difícilmente podría haber una canonización más popular. Y al mismo tiempo, asistimos a una beatificación de Estado. Como un Cid que cabalga aún después de muerto, Karol Wojtyla viene al rescate de su querida Iglesia.
www.jorgezepeda.net twitter: jorgezepedap
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