Movilización que produce instituciones
Gustavo Gordillo
La marcha a la que convocó Javier Sicilia ha cumplido con un doble propósito. En primer lugar, jugando el papel de catalizador de un vasto pero hasta el momento informe movimiento que combina rabia, afrenta, irritación y rechazo al triste papel en el que nos quieren colocar los hombres de la guerra. Y en segundo lugar, señalando un camino a seguir para que la indignación no quede en una explosión de rabia momentánea. Así se ha pasado de la indignación y del reconocimiento de la magnitud de la emergencia al obligar y obligarse a obtener un registro detallado del nombre de las víctimas. No son un número, tienen nombre: tiene el propósito de enfrentar a autoridades y ciudadanos frente a la cruda realidad de los crímenes. De ahí también la propuesta de un monumento en su honor. De la indignación se pasa a la acción con la convocatorias de las dos marchas en abril y ahora en mayo. Ahí aflora lo que es el hilo conductor de las movilizaciones hoy: agravio e impunidad.
Como las grandes movilizaciones que han acontecido en México llevan a definición de una plataforma mínima y ésta a la generalización de la movilización. Los seis puntos de esta plataforma leídos en el Zócalo el domingo pasado se resumen en:
1. Exigir verdad y justicia.
2. Exigir poner fin a la estrategia de guerra y asumir un enfoque de seguridad ciudadana.
3. Exigir combatir la corrupción y la impunidad.
4. Exigir combatir la raíz económica y las ganancias del crimen.
5. Exigir la atención a la juventud y acciones efectivas de recuperación del tejido social.
6. Exigir democracia participativa, mejor democracia representativa y democratización en los medios.
Con ese pliego de exigencias se comienza a dar un cierto grado de cohesión a un movimiento que de por sí es diverso y disperso. Viéndole bien se trata de un conjunto de redes con pequeños nodos autónomos que han surgido a lo largo y ancho del país en reacción a la ausencia de gobiernos que respondan a las necesidades de sus ciudadanos, sobre todo en el ámbito de la seguridad humana, o como se plantea en el documento de la manifestación: seguridad ciudadana. Estas redes no pueden ser articuladas con medidas clásicas como implicaría la formalización de un organismo, por ello el factor clave para aglutinarlas es el discurso.
Teniendo discurso –y un pliego de exigencias que expresa muchas y muy variadas demandas de diversos sectores de la sociedad– se define un método de lucha. De las posteriores entrevistas y conferencias de prensa con varios de los organizadores, se derivan dos métodos de lucha: uno que privilegia la movilización y de ahí la convocatoria a la siguiente etapa con la marcha a Ciudad Juárez. Otro que enfatiza el diálogo y la conversación democrática. Así por un lado convocan a especialistas y en general a la ciudadanía a elaborar, depurar y suscribir un pacto social. Por otro lado frente a las autoridades proponen un diálogo público en el Palacio Nacional para discutir los seis puntos. Para que ese diálogo funcione –en el sentido de que no sea un simple acto mediático– se requieren varios acercamientos previos que permitan establecer reglas. Pero lo esencial es que el gobierno federal acepte una conversación pública que será ríspida si es auténtica pero que a diferencia de los actos artificiales de consensos artificiales que terminan con una foto; en este caso podría confluir hacia la construcción de procesos que encaren y resuelvan los dos temas centrales: agravio e impunidad.
Se trata por tanto de un movimiento social que funciona como acordeón –tienen momentos de expansión y otros de retracción–, que actúa en diversos niveles: movilizaciones, política mediática, negociaciones con la autoridad –cabildeo– y que, si se fortalece políticamente, producirá nuevas reglas del juego en el espacio público mexicano. Es decir movilización social como medio de producción de instituciones.
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