martes, mayo 03, 2011

Congruencia de Calderón : Guillermo Fabela Quiñones

Apuntes
Por Guillermo Fabela Quiñones
Congruencia de Calderón


El signo de los tiempos es la figura de Felipe Calderón en el Vaticano, en pleno día primero de mayo, cuando debería estar presidiendo el tradicional desfile conmemorativo del Día del Trabajo. No lo hizo ni siquiera por mera demagogia, así que se agradece que por ahora haya sido congruente con su modo de pensar y actuar. Tanto él como los asalariados que se dieron cita en el Zócalo capitalino se hubieran sentido muy incómodos. Además, no había motivo para festejar nada, ni por parte del inquilino de Los Pinos ni mucho menos por lo que respecta a los trabajadores.
Como era presumible, Calderón acudió al Vaticano a pedir un milagro, como lo dejó sentir al invitar al Papa Benedicto XVI, a quien le dijo que aquí las cosas están muy mal, tanto que sólo con su visita podrían cambiar. Quedó abierta la invitación para que el jefe del Estado Vaticano venga a darle su apoyo a un presidente que así como llegó de manera espuria al poder, se habrá de ir por la puerta de atrás ante el cúmulo de graves ineficiencias que caracterizan su sexenio. Ni siquiera mediante la intervención de Juan Pablo II se vislumbra que Calderón vaya a salir bien librado al finalizar su mandato.

Vale decir que se encomendó a un beato que seguramente tiene cancelada su entrada a la gloria eterna, porque su vida la puso al servicio de los poderosos, y como dice el Evangelio, “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre al cielo”. Así que el milagro que espera Calderón, o sea llegar al final de su mandato sin las broncas que su misma incapacidad ha propiciado, no se habrá de presentar. Es fácil puntualizarlo, porque en primer lugar no habrá de cambiar un ápice sus políticas fundamentales, abiertamente antidemocráticas y contrarias al progreso compartido, por lo que el ritmo de empobrecimiento de las mayorías seguirá su curso ascendente, al igual que la descomposición social producto de aquéllas.
La conmemoración del Día del Trabajo dejó muy claramente establecido que Calderón es enemigo de los asalariados, de ahí el repudio generalizado a sus políticas públicas generadoras de desempleo y de encarecimiento de la vida. Los trabajadores que llenaron la plancha del Zócalo, como uno solo demostraron su rechazo a la reforma a la Ley Federal del Trabajo propuesta por el PAN y el PRI, mediante la cual la oligarquía pretende legalizar la explotación más inmisericorde de los asalariados, y hacer regresar a éstos a la etapa en que la esclavitud era lo natural.
Lo paradójico es que en los hechos ya se hayan puesto en vigor los lineamientos antidemocráticos de la reforma laboral, y que el debate que ocasionó la propuesta legislativa sólo haya demostrado lo innecesario que era buscar un ordenamiento constitucional, que diera cariz legal a procedimientos inaceptables en los países desarrollados, donde los trabajadores gozan de garantías que aquí ya les fueron conculcadas. Calderón sólo ha conseguido que las clases mayoritarias tomen conciencia de los abusos a que son sometidas por el grupito que controla la economía y le dice al gerente en turno lo que hay que hacer.
Y todavía se asombran de que las cosas estén como están, cuando este grupito es el causante de buena parte de nuestros males, en tanto que no tienen empacho, sus integrantes, en seguir “jalando los bigotes al tigre”, como se advierte en el afán irrefrenable de que se apruebe en el Congreso una reforma laboral profundamente reaccionaria y regresiva, cuando lo que urge en estos momentos es precisamente lo contrario, o sea favorecer condiciones laborales justas y democráticas que apuntalen un desarrollo social acorde con el imperativo de enfrentar en serio la violencia extrema y minimizar la descomposición del tejido social.
De ahí que el milagro que México necesita sea imposible de producirse en el Vaticano, donde por ahora sólo piensan en cómo hacerle para frenar la pérdida de credibilidad de una Iglesia que le dio la espalda a Dios, a partir del momento en que el emperador Constantino, en el siglo III de nuestra era, le dio estatus de iglesia de Estado, con una finalidad eminentemente terrenal, que desde entonces no ha variado un ápice, siempre del lado de los poderosos y dispuesta a servirlos con la finalidad de que mantengan su poder y se beneficien mutuamente.
En este sentido, es congruente Calderón al haber asistido al Vaticano a la beatificación del Papa que más ayudó a la conformación a nivel global de las políticas neoliberales, gracias a su innegable carisma y capacidad para la demagogia. Lástima para Calderón que Benedicto XVI no tenga los atributos que hicieron de Juan Pablo II un Papa sumamente útil para los grupos de poder trasnacional en las principales capitales del planeta.
(gmofavela2010@hotmail.com)a

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