La lucha por transformar el país
Por: Jaime Ornelas Delgado
Una de las características de los demócratas es la
paciencia; paciencia para sostener una larga lucha por alcanzar la democracia,
que no es un acto o una situación estable sino un proceso continuo de
construcción y profundización, con avances y retrocesos; avances, impulsados
por los sectores progresistas que se mantienen en movimiento para hacer y vivir
la democracia en todos los ámbitos de la vida social y retrocesos promovidos
por las fuerzas de la reacción, que llegan al absurdo de concebir la democracia,
por ejemplo, como el mero acto de votar, aunque el proceso electoral haya
estado lleno de turbiedad y corrupción.
Por eso tiene razón Andrés Manuel López Obrador cuando
afirma, como lo hizo en Puebla el domingo pasado, que el movimiento para
demandar la anulación de la elección presidencial que culminó el pasado primero
de julio, debe evitar caer en provocaciones que ya se urden desde el poder y
que sólo esperan el menor acto de violencia para justificar lo injustificable
en una sociedad democrática: la violencia del poder, que proclaman legal y
exigen ya diversos sectores alérgicos a la democracia. (¿Qué es si no un
llamado a la represión el desplegado titulado “¿Hasta cuándo?”, firmado por el
Consejo Mexicano de Hombres de Negocios?)
Vale recordar que sólo recurren a la violencia los
impacientes, aquellos que, hoy, consideran lenta y desesperante la construcción
de la democracia y, más tarde cuando la democracia avanza, la acusan a ella y a
los demócratas de ser un lastre para la toma de decisiones y terminan por
destruir sus cimientos.
También tiene razón López Obrador cuando menciona que en
este momento existen sectores encaramados en el poder, que muestran mucho
nerviosismo por las toneladas de pruebas presentadas para demostrar el fraude
electoral y que hacen posible la anulación de la elección presidencial. En
cambio, señaló algo que deberían recordar quienes impacientes se sienten
desalentados frente a la ofensiva de la derecha encabezada por las televisoras.
La lucha emprendida, “lo dijimos desde un principio” recordó el domingo López
Obrador, no era buscar el poder por el poder, ni el “quítate tú para ponerme
yo”, sino para impulsar una causa mayor, “la transformación de México” y eso,
sin duda, se hace con la presidencia y sin ella. En ese propósito no hay
derrota posible, ni desmayo justificable, el objetivo de cambiar el país, cuyo
deterioro es ya evidente y alarmante, no se ha movido ni un ápice.
“Sabemos que no es fácil transformar cuando tenemos que
luchar contra grupos de intereses creados que se sienten amos y señores del
país”, eso hace la lucha difícil, concluyó López Obrador, cuyo mérito
indiscutible, entre otros, es haber hecho de la izquierda una opción posible de
gobierno para millones de mexicanos. Y como el objetivo perseguido es difícil
pero no imposible, convocó a no perder la fe aunque se padezca y haya fatiga:
“Tenemos que seguir adelante por el bien del pueblo y de la nación”. Nada más
ni nada menos.
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