Jaime Avilés
DESFILADERITO
Carta a los lectores de La Jornada
Durante la campaña electoral de 2006 obtuve, antes que
saliera al aire, el espot del PAN que Felipe Calderón preparó para fanfarronear
con que sería “el presidente del empleo”. El número dos, en la cadena de mando
de La Jornada, se negó a publicarlo. Conseguí luego una entrevista con una
estudiante de posgrado, indignada porque su director de tesis, un cuñado de
Calderón, le había plagiado su trabajo para presentarlo a un concurso del que
ganó un premio, pero sudé tinta para lograr que mi reportaje sobre el asunto
fuera impreso.
Tras el fraude que sentaría al pernicioso
hombrecito michoacano en los pináculos del poder, cuando apenas se gestaba el
plantón en el Zócalo, llevé a La Jornada no pocas evidencias del cochinero
calderónico, mismas que, para mi asombro, se perdieron en las páginas
intermedias como si fueran notas de relleno. El responsable de este tratamiento
que minimizó información de gran relevancia en circunstancias críticas fue
también el número dos en la cadena de mando, con quien opté por romper toda
forma de contacto.
En represalia, a lo largo del sexenio que
agoniza, sufrí una suerte de boicot y acoso permanentes –aunque lo mío es la
crónica, poco a poco me fueron quitando la oportunidad de publicar textos de
ese género, mientras los orejas del encomendero gachupín susurraban a mi
alrededor como abejorros--, pero aguanté para no caer en provocaciones y muchas
veces conté con la ayuda de gente más lista que yo para no meter la pata a
causa de la furia.
Cualquier esfuerzo en este sentido era
indispensable, pues de lo que se trataba era de llegar a la contienda electoral
del primero de julio, la última oportunidad de nuestra generación para acabar
con la narcodictadura del neoliberalismo. Por eso, cuando mi Desfiladero del 19
de mayo fue censurado, en un contexto de notorio favoritismo a Peña Nieto y
Vázquez Mota –adobado por los cartones de Magú, enfermos de odio hacia AMLO--
me dije: hasta aquí llegamos y, entusiasmado con la rebelión de #Y0Soy132 y su
exigencia de democratizar los medios, dejé de ser escritor de La Jornada para
convertirme en uno más de sus lectores.
Hoy proclamo que los lectores de La Jornada
tenemos un deber moral y éste es el de cuidar y preservar a nuestro periódico,
tanto de sus enemigos internos --los oportunistas de derecha que llevan años
esperando la ocasión de convertirlo en un medio “amigable” a la olinarquía,
soñando con que a cambio los invitarán a formar parte del panel de Tercer
Grado-- como de las fuerzas políticas más tenebrosas –el sionismo de Letras
Libres y los restauradores del virreinato español en México-- que presionaron a
la Suprema Corte para que nos tachara de “cómplices de terrorismo con ETA”, la
acusación más estúpida, irresponsable y calumniosa que se les pudo ocurrir,
pero que todos los que defendimos una línea editorial contraria a Repsol,
Iberdrola, Meliá, el PP, el PSOE, El País y etcéteras, nos ganamos a pulso,
alentados por el tesón de nuestra directora, doña Carmen Lira Saade, que
combatió en los tribunales hasta la última instancia, con dignidad ejemplar.
Hoy por hoy, ante un paisaje sombrío, donde
el viento barre las flores secas de las tumbas donde yacen decenas de
periodistas asesinados en medio de la catástrofe calderónica, Lydia Cacho está
fuera del país por sus denuncias contra los pederastas, Sanjuana Martínez fue
encarcelada en Monterrey bajo un pretexto fútil que mal disimula los deseos de
venganza de las “fuerzas del orden” que ha puesto en evidencia, John M Ackerman
salió de MVS en parte debido a que fue promotor de la acusación penal contra
Calderón en el Tribunal Internacional de La Haya, Carmen Aristegui se vio
obligada a bajarle el volumen a sus investigaciones acerca del PRImen
organizado y Jaime Avilés se separó de La Jornada por una tontería.
Chistosita que es la vida, en lo que no
deja de ser una burla del destino, a este grupo de periodistas incómodos en
desgracia, se sumó, de chiripa, uno de los levantacejas más abyectos que hay en
el país: el emético Pedrito Ferriz, que fue echado de una gran cadena
radiofónica por órdenes de Peña Nieto.
Cuidar a La Jornada, preservarla como el
único diario mexicano cuya sola existencia ha impedido que México sea peor
–imaginen, por ejemplo, qué habría sido de la resistencia civil pacífica en
2007 y 2008, cuando el resto de los medios linchaba a los simpatizantes de
AMLO, o traten de suponer con cuánta facilidad se habría privatizado Pemex si
la derecha no se hubiera topado con la firmeza de nuestro periódico--,
garantizarle una vida fecunda en el futuro inmediato, es, pues, lo reitero, una
obligación de sus lectores.
La Jornada, a su vez, debe reconocer que
hoy por hoy se encuentra en deuda con ellos. Pido disculpas a los cientos de
personas que mediante cartas a mi correo electrónico me preguntaron con
insistencia por qué dejé de escribir en ese diario. Mi silencio se debió a que
traté de arreglar los estropicios cometidos (véase el Desfiladerito de ayer),
pero todo fue en vano debido a que el número dos en la cadena de mando,
aprovechando las ventajas que le regalé en la disputa, se montó en su macho:
“Si Jaime regresa, yo renuncio”. Y el que renunció el 3 de agosto fui yo. Ni
hablar. Tan tan.
Encantado de pertenecer al equipo de
escritores y reporteros de Fuentes Fidedignas, hoy también estaré en Twitter,
en la cuenta @Desfiladero132, por si ocupan.
Jaime Avilés
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