La ceguera del PRI, como
la de Don Porfirio
Jorge Canto Alcocer
La unánime designación de dos políticos corruptos y mafiosos como coordinadores
parlamentarios del PRI pone claramente de manifiesto que, a despecho de todas
las declaraciones, el antiguo Partido Único es totalmente sordo al clamor de la
sociedad, totalmente ciego ante realidad actual del país.
De hecho, el acto de oficialización de las designaciones, en el curso de una
comida con el candidato al que se pretende imponer en la presidencia de la
república, parece sacado de tiempos arcaicos. Discursos huecos y laudatorios,
promesas de absoluta sumisión ante el poder imperial del tlatoani divinizado.
Es imposible no rememorar escenas más antiguas aún. Y a la memoria regresan los
días finales del Porfiriato cuando, tras consumar el fraude electoral contra
Madero y el Partido Antirreeleccionista, Don Porfirio se regodeó en las
faraónicas ceremonias del centenario de la Independencia, en septiembre de
1910. Unas pocas semanas después de aquellas celebraciones en las que la
dictadura presumió de una estabilidad ficticia, miles de ciudadanos
protagonizaron un levantamiento que terminó por aplastar la imposición.
Díaz fue un hombre inteligente, un estadista que aprendió el difícil arte de la
política tras décadas de lucha militar y facciosa, conocedor preclaro de las
ambiciones de los hombres, con las que jugó sabiamente para mantenerse en el
poder durante más de tres décadas. Su gran error fue haber creído que
dominando, manipulando a los políticos, podía convertir la mentira en verdad,
el fraude en gobierno. Rodeado de gentes que hablaban el mismo idioma, creyó
que la estrategia del “palo” –la represión- y la “zanahoria” –la corrupción-
sería suficiente por siempre. Madero, Zapata, Villa, Alvarado y toda una
generación de líderes populares ni se quebraron por la represión ni se
vendieron a la corrupción, desquiciando el simplista esquema porfirista.
Coldwell, Murillo, Beltrones y Gamboa Patrón son todos priístas de viejo cuño,
se formaron en la época en la que el Partido Único compraba conciencias y
asesinaba opositores sin el mayor miramiento, confiados en que sus crímenes e
inmoralidades quedarían por siempre en la impunidad ante el absoluto control de
las policías, los órganos judiciales y los medios de comunicación. Y todos
ellos han destacado en los años de la llamada “transición democrática” por su
corrupción y facilidad para la transa y el contubernio con otros grupos
políticos de la misma calaña. ¿Encabezarán ellos la transformación del PRI?
¿Lucharán hasta la extenuación en la defensa de los intereses populares? ¿Serán
siquiera capaces de dialogar en condiciones equitativas con la ciudadanía, con
las fuerzas progresistas, con la derecha democrática? Ya Coldwell y su ridícula
reacción ante las protestas estudiantiles en la Ibero nos permiten augurar las
respuestas a estas cuestiones.
Así como Don Porfirio ignoró el clamor popular en 1910 e intentó continuar
gobernando con el absolutismo y la ampulosidad de antaño, el PRI le apuesta a
una restauración absoluta de las formas que le permitieron gobernar durante
décadas, ignorando su enorme impopularidad y el creciente despertar ciudadano.
Como Don Porfirio, el PRI estima que con el juego del “palo y la zanahoria”
podrá controlar el liderazgo de Andrés Manuel y el poder del movimiento
popular. A semejanza del Porfiriato, su ceguera precipitará su caída más
temprano que tarde. Ojalá y que hasta allí lleguen las semejanzas, y no esa
incapacidad desencadene más violencia y más sufrimientos. Ya con el agonizante
calderonato hemos tenido más que suficiente.
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