Julio Hernández López
Astillero
Beltrones y Gamboa
Compartir poderes
Peña, insuficiente
AMLO reitera
Poco ayuda en lo personal a Enrique Peña
Nieto allanarse a los poderes políticos (televisoras, Salinas de Gortari,
empresarios y nomenclatura priísta, entre otros) que están en ruta de instalar
como coordinadores de las bancadas priístas en San Lázaro y en el Senado a dos
pesados personajes que le superan en experiencia, habilidad, relaciones,
marrullería y algo más. Como proyecto que le trasciende (presidencia fachada),
gana operadores para enfrentar el largo trecho rumbo a la toma de posesión y
para conseguir una gobernabilidad basada en cuotas, pero políticamente se
muestra insuficiente, entrampado, condicionado.
Reducido de golpe a una condición casi
igualitaria (como si de pronto se hubiese declarado una república priísta con
división de poderes, al menos entre Ejecutivo y Legislativo) y confesamente
falto de cuadros propios para llenar tan delicados casilleros que el faraonismo
de tres colores ocupó en otros sexenios incluso con personajes menores (pero
ejemplarmente alineados con el presidente en turno), el aéreamente
apesadumbrado Peña Nieto ve llegar al reparto de cuotas a Manlio Fabio
Beltrones Rivera, el sonorense que sin estridencias le regateó la postulación
presidencial, y a Emilio Gamboa Patrón, el habilidoso yucateco ahora reciclado,
poseedores ambos de un capital político fundado en los claroscuros del sistema
y en el entendimiento con los factores más densos de éste.
Una pareja de esas características (BelGa)
desmonta las pretensiones de autoritarismo individual (aunque las transfiere a
otras instancias, igual de nefastas) que Peña Nieto había prefigurado a partir
de la presunta popularidad arrolladora que él suponía se traduciría en una
votación con apabullante distancia respecto al segundo lugar. Es como si, de
pronto, una máquina revolucionaria e institucional diera marcha atrás en el
tiempo y redistribuyera las porciones de poder que Peña Nieto y los suyos
creían predeterminadas solamente para ellos, los miembros del Club Atlacomulco
Feliz.
Quique presidirá (si el tiempo y la autoridad
así lo deciden próximamente), pero no gobernará a plenitud. Allí estarán,
juntos pero no revueltos, apoyando pero también apoyándose, MFB y EGP,
compadres históricos que suelen jugar en bandas distintas que luego acercan
para quedar siempre en buenas condiciones operativas, depositarios de las
claves para operar el entramado del Congreso de la Unión que Felipe Calderón no
pudo echar a andar con sus proyectos de reformas estructurales y que Peña Nieto
tampoco podrá activar si no es mediante el acuerdo político con sus adversarios
pertenecientes a otros partidos y con sus fortalecidas contrapartes internas:
un poco como si la ironía de la política quitara al mexiquense una parte de la
presidencia expandida que soñó con ejercer y se la entregara al sonorense que
el 30 de este mes cumplirá 60 años pero no por ello jubila sus aspiraciones
presidenciales aunque tan lejos parezca el 2018.
La aceptación de Manlio y Emilio como jefes
legislativos (si finalmente se cumplen las fortísimas versiones en ese sentido)
significa también una devaluación del equipo cercano de Peña Nieto, en especial
de quien hasta ahora era considerado un todopoderoso personaje, Luis Videgaray,
tecnócrata de la escuela de Pedro Aspe a quien las circunstancias encumbraron
provisionalmente como estratega político. Jesús Murillo Karam tampoco fue usado
por su jefe en turno, Peña Nieto, para intentar el bloqueo de la cantada
búsqueda del control camaral por parte de Beltrones. Es de suponerse que fue
reservado para labores en el gabinete enriquista, al igual que Miguel Ángel
Osorio Chong, el otro ex gobernador hidalguense al que algunos miembros de la
élite encopetada responsabilizan de haber tomado decisiones que desembocaron en
los escándalos Monex, Soriana y conexos.
Estas cesiones y concesiones del atribulado
EPN tienen como referente que en términos numéricos la diferencia en los
comicios presidenciales parecería abismal (más de tres millones de votos), pero
no lo es en términos estrictamente políticos: el candidato priísta invirtió una
descomunal cantidad de recursos y obligó a sus patrocinadores (sobre todo a
Televisa) a realizar un esfuerzo desgastante y revelador que, a fin de cuentas,
significó una victoria electoral en primera instancia (con el IFE, Calderón y
Vázquez Mota expresamente coaligados para favorecer al priísta) que casi nadie
festeja y que muchos impugnan, en una especie de alquimismo de élites que a
pesar del enorme gasto y el terrible cinismo desembocó en una especie de 0.56
por ciento copeteado, en otro resultado legalmente impuesto (ayer, por el IFE;
en días próximos, por el tribunal electoral) pero políticamente teñido de
ilegitimidad.
Astillas
El PRI, Peña Nieto y el tribunal electoral
tienen la oportunidad de oro de jugar en lo que resta de la presente semana su
final añorada: la declaratoria de presidente electo mientras la atención
nacional está concentrada en Wembley, con mexicanos y brasileños en busca del
máximo honor futbolero olímpico... Ayer, Andrés Manuel López Obrador ofreció
una conferencia de prensa para reseñar las pruebas de fraude electoral que ha
ido recabando, y añadió documentos, plásticos y testimonios al expediente que
los magistrados enriquistas tienen resuelto a favor de su candidato desde antes
de que se comenzara a integrar. A la hora de cerrar esta columna, mientras AMLO
respondía preguntas de reporteros, todo parecía ser reiterativo, como si no
hubiera suficientes evidencias de que el camino de la impugnación legal está ya
determinado… Y, mientras Felipe Calderón, el candidato a presidente a trasmano
del PAN, demostraba que cantar es otra de las cosas que no sabe hacer bien,
¡hasta mañana, en esta columna que escucha al ministro de la Corte, José Ramón
Cossío, señalar la condición anticonstitucional del uso de militares en las
calles, para el cumplimiento de tareas de seguridad pública!
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