Despeñaderos
Gustavo Esteva
¿Yahora? ¿Qué hacer ante la elección?
¿Podemos decir, como algunos griegos, que si las elecciones realmente
significaran un cambio serían ilegales? ¿Quedarán los jóvenes colgados de la
brocha de su indignación y nos resignaremos a que se cansen, como buscan los
partidos?
La degradación de la política es ya
espectacular. Se ostenta con evidencia escalofriante la bajísima calidad del
circo en que se han convertido las campañas y laguerra sucia de payasos,
dueños del circo y maestros de ceremonias, es decir, de uno por ciento y los
medios. Como decía Freire, se democratiza la desvergüenza.
Hace un año los poderes constituidos
ignoraron la exigencia del Movimiento por la Paz de declarar el estado de
emergencia y suscribir un pacto de unidad nacional para lidiar con el desastre
que nos agobia. Hicieron lo mismo los candidatos. Es inútil seguir pidiendo
peras al olmo.
Es igualmente estéril la propuesta del voto
en blanco que hizo Javier Sicilia. Esconde en las boletas un referendo para
expresar disgusto ante las elecciones de la ignominia. La lucha actual no puede
reducirse a una expresión lateral de nuestro descontento.
Cuando parecía inevitable que nos llevaran al
despeñadero, los jóvenes universitarios trajeron un viento fresco a la política
y abrieron una nueva esperanza. Reconozcamos sin reservas lo que ya
consiguieron: consolidar en el país entero la percepción bien fundada de que la
candidatura de Peña Nieto es de naturaleza fraudulenta, pues se basa en la
manipulación mediática, el control mafioso y tracalero de los votantes y el uso
despilfarrador y excesivo de recursos inconfesables. Aunque no se produjesen
fraudes operativos el día primero, si las autoridades llegasen a declararlo
ganador la mayoría de los mexicanos descalificarían sin vacilar tal resultado. Perdió
ya toda credibilidad. El empeño de entronizarlo es hoy garantía de grave
inestabilidad social y política, que nos hundiría aún más en el abismo en que
ya estamos.
En estas nuevas circunstancias, la lucha
general, particularmente de los jóvenes, tendría que concentrarse en el día 2.
Tenemos que prepararnos para el resultado de la jornada, cualquiera que sea. La
única opción que debe ser excluida es la parálisis, la desmovilización.
El ánimo de rechazo ante lo que se vería
masivamente como la imposición de Peña Nieto es ya enteramente general. Como no
debe descartarse que los poderes que lo hicieron candidato intenten llegar
hasta el final, recurriendo a cualquier medio a su disposición, necesitamos
prepararnos para responder apropiadamente. Sólo así, con adecuada previsión y
organización, podremos tratar de impedir la violencia que se desataría sin
remedio, sea porque la provocaran las mafias en el poder ante la movilización
de rechazo, o bien porque las respuestas espontáneas de muchos grupos propiciaran
confrontaciones físicas con acarreados, porros y paramilitares de la coalición
de mafias que hoy define al PRI y a sus aliados. Sólo una preparación serena e
inteligente puede rechazar pacífica y sensatamente lo inaceptable. La
imaginación fresca y abierta de los jóvenes tiene ahí un papel clave que jugar.
Aprenden rápidamente a evitar provocaciones y a controlar a sus propios
violentos.
Para que no se nos lleve a ese despeñadero,
erizado de peligros de toda índole, necesitamos multiplicar las iniciativas que despeñen desde
ahora la jornada electoral misma, es decir, que coloquen a Peña Nieto en tal
desventaja que hasta sus patrocinadores se vean obligados a desistir del empeño
de imponerlo. Necesitamos intensificar y multiplicar las acciones que descalifican
su candidatura, hasta anular en definitiva su ventaja real o supuesta. Es la
mejor manera de prepararnos para el día 2.
Al mismo tiempo, debemos prepararnos para su
derrota, que es ya previsible y debemos convertir en probable y consumar el día
primero. Casi tan grave como su imposición sería la desmovilización que podría
provocar su derrota. Sería análoga a la que siguió a la elección de Obama y le
ató las manos. Ninguna persona o grupo puede ser remedio a los males que
padecemos actualmente. La única esperanza se encuentra abajo, entre nosotros.
Debemos tomar el asunto en nuestras manos a partir del día 2,
independientemente de lo que ese día ocurra. Pero hay que hablarlo. No se trata
de golpes de mano, pleitos de callejón o paseos de la Reforma. Tampoco de
conspiraciones clandestinas. Necesitamos iniciativas creativas, pacíficas y
organizadas, que debemos discutir abiertamente, con serenidad y buen juicio.
Peña Nieto no es el único despeñadero que debemos evitar. Advertirlo, que todo
mundo sepa lo que vamos a hacer, es en sí mismo eficaz: revela la fuerza de la
voluntad popular y su sentido. Y para eso contamos con los jóvenes.
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