#YoSoy132, López Obrador y el miedo
Adolfo Sánchez Rebolledo
Si algo nos ha probado la experiencia de las
últimas semanas es la imprevisibilidad de los cambios en la arena política.
¿Quién iba a imaginar que el apacible curso electoral se vería afectado por una
sublevación juvenil iniciada en la Ibero? Cuando ya todo parecía
atado, y bien atado, para el candidato del PRI, aparece un grupo de jóvenes que
no aceptan al futuro vencedor fabricado por Televisa y exigen la
democratización de los medios, frase que no obstante ser cuestionada por los expertos es
un mensaje claro que la mayoría entiende. En última instancia, la reacción
estudiantil es una expresión del más puro democratismo: para elegir en
conciencia requerimos estar informados, y hoy no lo estamos. Esa es la
condición para que el ejercicio del voto no sea un ritual vacío sino un acto de
libertad.
La oportunidad del reclamo universitario fue tal que en unos días las
televisoras cambiaron la actitud displicente que tenían ante el debate
presidencial y adoptaron medidas para satisfacer las más inmediatas exigencias
de los jóvenes, aunque el Estado –a través del IFE y la Secretaría de
Gobernación– quedara como un testigo subordinado del poder legal de las
empresas.
Nacido en el contexto electoral, #YoSoy132
tiene razones que van más allá del primero de julio, en la línea de la protesta
de los indignados que exigen devolverle a la sociedad, al 99 por ciento, el
control de sus vidas, la desmercantilización que rige a la sociedad global. El
movimiento recién surgido está atado en su origen a un acto de rechazo a Peña
Nieto, pero ha insistido en su naturaleza apartidista, que ellos,
acertadamente, no confunden con el apoliticismo que tanto se ha predicado como
si fuera una virtud ciudadana. Apartidismo significa autonomía, capacidad para
tomar decisiones sin intervenciones ajenas, igual que en el 68, donde las
asambleas soberanas decidían la postura a seguir en el Consejo Nacional de
Huelga y éste sólo aceptaba en su seno a representantes elegidos por cada
escuela. Y al mismo tiempo se trata, sí, de un movimiento político. De hecho,
sin el componente político tal vez no estaríamos hablando ahora de un
movimiento autónomo, diverso, plural y potencialmente capaz de hacer
aportaciones significativas a la dudosa calidad de nuestra democracia. Dada la
coyuntura en la que aparece, el #YoSoy132 no se hubiera desplegado sin
fortalecer objetivamente a uno de los candidatos, y éste, por razones obvias, tenía
que ser López Obrador. Si la primera reacción contra Peña resulta de la
manipulación informativa de lo ocurrido en la Ibero, no es ilógico
que los primeros beneficios políticos los recibiera quien había denunciado
hasta la fatiga la conexión entre Peña Nieto y sus poderosos patrocinadores de
la tv. Fue López Obrador y ningún otro quien planteó la asociación entre el PRI
y las empresas mediáticas como la palanca para construir, a través de los años,
al candidato vencedor, en un juego desigual que contraviene a la democracia
pero nadie osa frenar. No llegó López Obrador a sumarse a los jóvenes con ánimo
oportunista, pues más bien ellos se hicieron eco de las ideas que el candidato
de las izquierdas expuso en el primer debate y antes en los encuentros en las
universidades. En ese contexto es que lademocratización de los medios
adquiere un sentido político fundamental que debe expresarse en las urnas. Con
la expansión de los participantes es probable que muchos no simpaticen con
López Obrador, lo cual es natural en una movilización tan heterogénea. Pero
muchos si lo harán.
Al romper con la inercia de que ya había un
seguro e inalcanzable ganador, las cosas cambiaron. Algo muy fuerte comenzó a
moverse, trastocando el cuadro idílico que se había dibujado para el retorno
del PRI. Y volvieron las campañas sucias, los chantajes en nombre de
la legalidad y las instituciones, en fin, regresó el discurso del miedo que en
último extremo explica el pasmo de la ciudadanía en las encuestas. La TV se
llenó de espots calumniosos y denigrantes, sin que hubiera mecanismos para
frenarlos a tiempo. Las instituciones una vez más fueron superadas por la
velocidad de la confrontación que ha entrado en terrenos peligrosos. El
descenso en las encuestas de Peña y la caída de Josefina, la candidata del
gobierno, fue la señal para revivir el espíritu del 2006, alentando la idea de
que los adversarios del lopezobradorismo harán todo cuanto esté a su alcance
para impedir la llegada a la Presidencia de su candidato. López Obrador puso en
tensión las cuerdas para hacer notoria la fragilidad de la situación y rompió
muchos cristales, pero de inmediato volvió al discurso que le ha permitido
subir en las encuestas, a sabiendas de que la gran diferencia no reside en la
retórica sino en el hecho político y moral, me atrevo a decir, de que él es el único
que propone la transformación verdadera del país, sustentada en una
gran coalición de fuerzas populares que no quieren repetir las experiencias
negativas de las últimas décadas. Como en toda coalición, habrá debate en torno
a si el proyecto ofrecido es o no viable sin otras reformas sustantivas, por
ejemplo en lo fiscal, pero el énfasis en la austeridad y el combate a la
corrupción, la perspectiva de privilegiar el empleo a los jóvenes y la atención
a los más pobres, sin sesgos clasistas ni prejuicios, augura un México más
respirable que el actual.
Ahora, López Obrador está en posibilidad de
vencer a Peña Nieto, si consigue atraer a una parte significativa del voto
útil panista y ganar a los indecisos. Por eso, son de esperarse reacciones
no muy apacibles de sus enemigos. Por lo pronto, se ha desatado una oleada
desinformativa para reditar la visión del candidato de las izquierdas como un
político intolerante y poco digno de confianza. Es lo de siempre, tirar la
piedra y esconder la mano. Pero algunas interrogantes están en el aire:
¿alguien controlará a los gobernadores priístas si las cifras confirmaran la
ventaja de López Obrador? ¿Aceptarán la derrota? ¿Alguien impedirá el apoyo blanquiazul alpuntero a
cambio de favores futuros? ¿Se mantendrán ecuánimes las grandes corporaciones
que al final son el soporte de Peña Nieto, comenzando por la que a su antojo
maneja la maestra Gordillo, reina de la política negocio? ¿Cómo jugarán los
poderes fácticos ilegales, y a favor de quién? Y Calderón, ¿cuál es su carta
secreta más allá de la impaciencia tuitera? Por lo menos, Fox ya dijo que haría
hasta lo imposible para que no gane López Obrador. Como en 2006. ¿Y tú?
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