lunes, junio 18, 2012

No hacer al otro lo que no queremos que se haga a nosotros

No hacer al otro lo que no queremos que se haga a nosotros 
María Teresa Jardí

Lo prometido es deuda y más vale tarde que nunca, como sabiamente suelen decir lo certeros refranes. 


Es claro que detrás de los casos de los altos mandos del Ejército nacional arraigados por Felipe Calderón, se dan varios objetivos igual de perversos. Por un lado se desprestigia hasta lo inaudito al Ejército nacional, el único Ejército mexicano constitucional; por el otro se hace subir a la Marina, mucho más servicial con los yanquis y entreguista a modo de la derecha, que no quiere soltar el poder ante la amenaza certera de que va a ser juzgada como genocida y a manera de un elemento más electorero de intervención en las campañas para imponer, vía el fraude, a que mejor garantice los interese aquí de la mafia política y allende el Bravo de Obama que también quiere reelegirse.
Pero además el caso del general Ángeles unido al del general Rebollo, da, me parece, para hacer el planteamiento al que quiero referirme.


Más allá, creo que también hay que decirlo, de que en el caso del general Ángeles hayan saltado, casi de manera inmediata a su detención, algunas dudas con respecto a la elección de su abogado por ejemplo. Elección que podría deberse simplemente al odio que los hermana o al desprecio que sentimos otros por García Luna. Ahí es donde yo ubico también a los periodistas, que están realizando la función investigadora, que el ministerio público se niega a llevar a cabo, porque se lo impiden los claros nexos que saltan entre los criminales y la clase política, contaminada desde el más alto nivel hasta los sótanos. Periodistas, algunos, que a ratos toman como fuente a ese mismo impresentable abogado también del cardenal Sandoval, en el Estado de Jalisco.
Y más allá de la foto exhibida, a manera de probar la cercanía que al parecer tenía el general Ángeles con el recién asesinado presumiblemente en un ajuste de cuentas de la narcopolítica, Acosta Chaparro, de tan triste memoria para familiares de asesinados y para los por ese impresentable seres humanos torturados, justamente para despertar en la sociedad la duda.
Más allá de eso que, a final de cuentas, no es determinante y puede tener explicaciones convincentes y sencillas. Y más allá de que los testigos protegidos por los yanquis ya se sepa que no confiables. Es claro que los nexos con el narcotráfico se evidencian en las fortunas inexplicables. Fortuna que no le pudieron probar que tuviera al general Gutiérrez Rebollo. Y que no parece que vayan a poder probarle tampoco tener al general Tomás Ángeles.
Y siendo muy graves los delitos denunciados como cometidos por el general Ángeles contra el general Rebollo y de su familia, entre los que se encuentra justamente el de fabricación de un inocente, convirtiéndolo en culpable, por lo que debería pagar sin duda. Convencida he estado, a lo largo de mi vida, de que nadie debe pagar por lo que quien tiene el monopolio de la fuerza y la procuración y administración de Justicia, no le pueda demostrar cabalmente y con pruebas contundes que hizo.
La fabricación de culpable es un crimen atroz. Tan atroz como la desaparición de personas y como las ejecuciones extrajudiciales. Es un delito, como los otros dos, que no sólo acaba con la vida de la víctima. Lo que de suyo por sí solo es muy grave. Es un delito atroz comparable a la tortura con el que se humilla a un ser humano, a sabiendas que esa persona no hizo aquello por lo que se le acusa. Es un delito atroz, con el que se afecta el contorno familiar de la víctima en muchos casos de manera irreparable. Un delito atroz, con el se afecta, como con las ejecuciones y con las desapariciones, al conjunto de la sociedad porque con él se contribuye también a rasgar el tejido que permite la vida con tranquilidad y con dignidad y porque se usa para generar el miedo al otro de que en el país donde se usa como castigo de que todo a cualquier ser humano le puede pasar IMPUNEMENTE.
Más allá de que la lealtad al poder civil por parte de los altos mandos militares del único Ejército constitucional, que es el Ejército nacional, haya sido sin duda una virtud. También es una condena. Y me parece que el caso de ambos generales unidos tendría que dar para que en el futuro, tampoco los militares no pongan ninguna orden por encima de la ética. Una cuestión también de inteligencia: no hacer a alguien lo que no queremos que se haga a nosotros.

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