Los “cambios”, y el
cambio
Guillermo Fabela
Quiñones
Apuntes
En el segundo debate entre los candidatos que contienden por la Presidencia de
la República, se confirmó que son dos proyectos los que estarán en juego en los
comicios del primer domingo de julio. El de la oligarquía representado por el
binomio PRI-PAN, y el democrático y progresista que lidera Andrés Manuel López
Obrador. El sentido común y un elemental patriotismo indican la conveniencia de
que triunfe el que promueve el político tabasqueño. Sin embargo, no toda la
población se da cuenta de tal realidad, influenciada como está por los medios
electrónicos, principalmente, en favor de la continuidad del régimen caduco que
ya no da más.
Si la sociedad mayoritaria tuviera plena conciencia de que urge un cambio de
fondo en la estructura gubernamental, el triunfo del Movimiento Progresista
estaría seguro y con amplio margen. Desgraciadamente no es así, tanto por la
escasa politización de importantes sectores, como por el miedo al cambio, no
sólo de quienes se benefician del inmovilismo y la demagogia de los voceros del
sistema político actual, sino de la población enajenada por la televisión. Esta
ha sido operada eficazmente, conforme a los intereses de los grupos dominantes,
como lo demostraba sin ambages Emilio Azcárraga Milmo, alias “El Tigre”, quien
se decía “soldado del PRI”. Y vaya que lo fue, por lo que obtuvo
extraordinarios beneficios.
En la actualidad, su vástago actúa con igual cinismo aunque con más voracidad,
como lo patentizan los hechos. La oligarquía tiene más privilegios que defender
que hace dos décadas, por eso mismo es más peligrosa. De ahí el imperativo de
que la sociedad actúe con más organización y con objetivos claros, pues sólo
así será posible llevar a cabo los cambios democráticos que urge poner en
marcha para salvar al país de la catástrofe a la que lo está llevando una
minoría apátrida y sólo comprometida con sus intereses. Es incuestionable que
el primer objetivo que debe alcanzarse es el rescate de la iniciativa política
por parte de las fuerzas progresistas, a fin de impulsar la lucha de las clases
mayoritarias por cauces viables y exitosos.
En este sentido, ha sido invaluable el movimiento estudiantil #YoSoy132, pues
en poco tiempo demostró capacidad e inteligencia para tomar esa indispensable
iniciativa, sin la cual no habría posibilidades de avanzar hacia la consecución
de una elemental gobernabilidad democrática. A partir de entonces cambió la
correlación de fuerzas, ahora favorablemente para las corrientes progresistas,
motivo por el que López Obrador pudo ocuparse, en el debate, sólo de sus
propuestas, demostrando una madurez que debió ser bien valorada por los
círculos pensantes de la oligarquía y de la Casa Blanca en Washington.
Ahora no deben tener dudas de que la verdadera opción de un cambio conveniente
es la representada por el político tabasqueño, quien no es un aventurero ni un
oportunista, sino el estadista que hace falta en esta etapa para rescatar a
México de la catástrofe inminente a la que nos lleva la conducción reaccionaria
y corrupta de una clase política que sólo está preocupada por su patrimonio.
Deben saber que apuntalar el Estado de Derecho, en las actuales circunstancias,
es un imperativo ineludible para evitar males mayores que afectarían a todos
los sectores.
No es fortuito que todos los candidatos coincidan en la necesidad de cambios en
la estructura del poder y del Estado, sino el reflejo de la terrible
descomposición social luego de tres décadas de neoliberalismo depredador, que
se complicaron en todos sentidos en los dos sexenios del partido blanquiazul en
Los Pinos. Pero el único que puede realizarlos es el líder del Movimiento
Progresista, porque no tiene compromisos con grupos oligárquicos, mucho menos
con los tecnócratas que han marcado la pauta gubernamental en los últimos treinta
años. Los cambios que promete Enrique Peña Nieto son meras palabras huecas,
porque los intereses a los que sirve no le permitirían ni siquiera dar un paso
en favor de la democratización del régimen.
Pero tampoco podría hacerlos López Obrador por sí solo. Necesita el respaldo de
la sociedad en su conjunto, la cual debe contar con la iniciativa política
necesaria para invalidar las presiones de la oligarquía dirigidas a frenar,
obstaculizar, impedir esos cambios democráticos que urge impulsar en el país.
Para Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota, los cambios no son otra cosa que
profundizar las políticas públicas antidemocráticas, englobadas en las famosas
reformas estructurales, sobre todo la laboral, la energética y la política,
todas con una orientación abiertamente neoliberal, o sea con la finalidad de
apuntalar mayores beneficios económicos a la oligarquía.
Los cambios verdaderos que reclama la población mayoritaria, empiezan por el
fortalecimiento del Estado de Derecho, sin el cual nada podrá avanzarse en la
dirección correcta. Y lograrlo sólo será posible con la participación de todos
los sectores, bajo la dirección de las clases mayoritarias, pues son muchos y
muy fuertes los intereses que se oponen a ese objetivo inaplazable. La historia
nos demuestra cómo la movilización de las masas rompe todas las barreras, por
grandes que sean, como sucedió en 1938, cuando el Presidente Lázaro Cárdenas
rescató para el país su principal riqueza. Ese es el camino a seguir, y hacerlo
con firmeza y patriotismo.
(guillermo.favela@hotmail.com)
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario