domingo, junio 10, 2012

Diez de junio no se olvida : María Teresa Jardí

Diez de junio no se olvida
María Teresa Jardí

Hay momentos en la vida de todas las personas en las que, cada una en conciencia, debe tomar partido. Incluso hay casos como sucede con el actual mexicano que hay que tomar partido para salvar al país en el que nacimos y en el que vivimos sin querer o sin poder irnos. Y cuando la elección es incorrecta, la responsabilidad, por la que se nos van a pasar las facturas, que nadie lo dude, es personal e individualmente inmensa.
Además de que existe también una responsabilidad colectiva --por poner un ejemplo ahí tenemos a TV Azteca y el caso de Televisa-- existe también la responsabilidad individual sin ninguna duda a la que vamos a enfrentarnos todos, más pronto que tarde y desde luego en el momento final de la vida e inicial de la aventura desconocida que es la muerte, en el que todos, --incluidos los Hitler, Pinochet y Franco, estoy segura-- quisiéramos poder decir: me voy en paz porque nada debo y sobre todo porque no hice en beneficio propio nunca mal al otro. El resumen de una vida correcta se puede decir que es el de no hacer daño al otro en aras de un beneficio propio. 


Se asombran los comunicadores a modo al verse cuestionados cuando en la responsabilidad, que se les cobraría más temprano que tarde, tendrían que haber pensado, antes de decantarse por el camino de la corrupción, sumándose a causas, que en muchos casos son de la empresa donde les pagan, sí, pero eso no significa la compra de la conciencia si la conciencia no está a la venta.
Aunque mientan los a modo buscando hacer creer que AMLO fue el confrontado en Tercer Grado, saben todo los ahí sentados y los que vieron el programa, que transmiten a horas en que la gente duerme, que los confrontados, por un AMLO sereno, que cada día tiene más pinta de poder convertirse en Estadista, fueron los televisivos comunicadores. Como lo están siendo por la sociedad en su conjunto que impulsada por los estudiantes está diciendo ya basta de tanta mentira televisiva. Acaban, siempre, los que se suman a lo no correcto, pagando por esa elección incorrecta. Echeverría estoy segura de que al final de su vida daría lo que fuera por morir sabiéndose respetado por el pueblo que tan mal gobernó. Daría lo que fuera por poder soplar al oído a Díaz Ordaz la palabra comprensión, en lugar de haberle soplado, a ese otro también impresentable asesino, la palabra represión. Por decirle que los enemigos no eran los estudiantes y que sólo pedían los jóvenes, hartos de no ser escuchados, democracia en medio de una fiesta colectiva que sumaba a su paso los aplausos de muchos mayores, hartos también, desde las ventanas de los edificios donde moraban. Por poder dar marcha atrás en su decisión criminal, tomada el Jueves de Corpus en contra de estudiantes que volvían a tomar las calles en aras de ser escuchados, daría Echeverría, me dejaría cortar el cuello y no lo perdería, lo que fuera antes de enfrentar la muerte con la certeza de que lo único que va a llevarse como despedida es la carga del desprecio del pueblo al que tanto daño le hizo también con su entreguismo dando la orden de bajar la educación que ya ha llegado a cero. Y lo mismo estoy segura que haría, de poder volver al poder, José López Portillo, incluso para renunciar al mismo, explicando que los gringos tenían ya signado un rol y a él lo enloquecía al punto de convertirlo en un frívolo: el de acabar con lo poco que de policía eficiente, que no científica, que en México se tenía. Los roles asignados desde Echeverría a cada entreguista hoy son del todo claros.
Y ni qué decir de Salinas, tan ególatra. Segura estoy de que renunciaría a todo a cambio del reconocimiento que tuvo, de algunos ingenuos, cuando fingía que “los gringos lo querían todo y él entregaba lo menos que podía”.
Pero... el tiempo no regresa. Y las decisiones incorrectas nos hacen responsables y tiñen de negro incluso el recuerdo consignado por la historia aún después de muertos. El recuerdo de Echeverría es la represión del 10 de junio de 1971 y ese Jueves de Corpus no se va a olvidar nunca y no tiene perdón posible porque también debió entender, ese impresentable, mientras vaciaba de obras de arte el Palacio Nacional y Los Pinos, que la elección de reprimir traía consigo un pago de por vida.
Y lo mismo tendría que haber pensado Peña Nieto cuando celebraba la represión orquestada en Atenco como venganza a un pueblo que se opuso a que le quitaran sus tierras a cambio de tres miserables monedas en aras del negocio que el aeropuerto significaba para impresentables que ya se regodeaban con los negocios que alrededor del mismo harían.

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