martes, abril 03, 2012

Los largos brazos de la censura panista : María Teresa Jardí




Los largos brazos de la censura panista
María Teresa Jardí

Nunca salgo a casi a ningún sitio de mediano recorrido y desde luego jamás de viaje, por muy corto que éste sea, sin llevar al menos un libro. He ido comprando los que, porque de moda el narcotráfico, se venden más baratos, aunque mutilados, separados en dos partes, que además ni siquiera llegan a la siguiente quincena o igual no llegan nunca en los puestos donde se venden los diarios. Lo que además debo también decir que me parece muy civilizado.
De esa colección sobre la violencia inaudita con la que se ha destruido la posibilidad de vida civilizada en el país tengo los dos que se siguen vendiendo en el DF, y me llevo el de “Confesiones de un sicario”, de Juan Carlos Reyna, y al verme leerlo le interesa a la dueña de la casa donde me dan asilo y lo busco para comprárselo en los puestos de los diarios del centro de Morelia y me entero de que a pesar de los reclamos, que me comentan los que despachan en esos lugares de la capital michoacana, que les han hecho llegar a los que se encargan de distribuirlos en los estados junto con los diarios, las revistas y las colecciones de libros, que no se los envían y me responden, cuándo pregunto si la censura será obra del actual gobernador de PRI, asegurándome que no, que es obvio que “es cosa de la “Cocoa y de su hermano”. La larga cola, pues, de la censura panista.

He leído la primera parte del atractivo, manual como quien dice, sobre la novela negra que narcos y ocupantes de puestos gubernamentales escriben de manera cotidiana, narcodesgobernantes con la sangre derramada de seres humanos a lo largo y ancho de nuestra infeliz república. De fácil y espeluznante lectura, el también polémico primer libro publicado sobre “Los señores del narco”, incluso porque Jorge Carpizo, había demandado a la editorial y a la periodista autora por una calumnia en su contra contenida en el libro que debe estar en la segunda entrega de Anabel Hernández. Aunque la primera entrega sirva para dejar en claro la cojera de la autora en algunas de sus aseveraciones. Con informantes ocultos, aunque del todo evidentes sus fuentes, se niega la existencia de la primera confesión de “El Chapo”, que Carpizo dejó preso, rendida en el avión luego de la entrega negociada con el gobierno de Guatemala por el propio Carpizo, quien, de haberle preguntado, la autora, habría podido remitirla al documento existente en el libro sobre la muerte del Cardenal Posadas, escrito por Carpizo. Aunque tampoco deja bien parado a Carrillo Olea, a pesar de que Carrillo le diera una larga entrevista, mientras que muy buena es la escueta referencia en esa primera parte, sobre Morales Lechuga.
A Carpizo no lo entrevistó la autora, aunque sí leyó el libro escrito por Carpizo con mi hijo Julián Andrade documentando la parte histórica sobre la muerte del Cardenal Posadas, sabrá que no ha desaparecido, del todo, la primera confesión rendida por “El Chapo” y que debería, en todo caso, haber buscado la desaparición de la misma en los sucesores de Jorge en la PGR encabezada, desde Zedillo, por panistas.
Jorge Carpizo era un hombre conservador y de Estado y en eso teníamos divergencias, aunque nada nunca pudo acabar con una amistad, de esas amistades que, como decía Jorge, se cuentan con los dedos de la mano como las de los únicos amigos verdaderos que se tienen a lo largo de la vida. Me duele profundamente su muerte. Pero mis reflexiones sobre lo extraño de la misma van más allá de eso. Jorge Carpizo era un gran jurista y creía en la necesidad de preservación de la estructura ética de las instituciones. Jorge reprobaba la impunidad y no toleraba la corrupción. Era un hombre honesto, honorable y decente, pero sobre todo Carpizo era un hombre valiente que molestaba a la actual clase política que porque se sabe impune es capaz de cualquier exceso.



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