domingo, abril 01, 2012

¿Muerte natural o crimen de Estado? : María Teresa Jardí







¿Muerte natural o crimen de Estado?
María Teresa Jardí

Primero la alarma ante las llamadas perdidas seguida por el estupor al abrir el escueto mensaje enviado por mi hermana: “Se murió Carpizo. Llama a Julián porque él no puede comunicarse contigo” y casi de inmediato la confirmación de la noticia, pasando del estupor a la incredulidad para ocuparse de inmediato el dolor de taladrar en la mente la certeza de la desaparición del amigo, mezclada con el miedo generado ante la ausencia inapelable y definitiva. Y horas más tarde al dolor clavado en el pecho se suma la reflexión.
La primera idea es pensar en lo suertudo que fue Jorge, incluso para morir, al partir sin ver el horror que de manera imparable van a seguir imponiendo las mafias políticas, llegue quien llegue, si el IFE no logra darle la puntilla al país que le falta a Calderón para descarrilar la elección en puerta.
La segunda, ya con mayor información sobre las causas del deceso, es de extrañeza porque si bien tenía problemas de salud vinculados a la edad, como tenemos todos, Jorge era un hombre muy bien atendido y cuidado por médicos de su confianza y muy metódico para seguir las indicaciones que le daban y sus alergias estaban controladas por ellos. Además de tener a su lado a Mari —quien debe estar desolada y a quien envío desde aquí mi más sentido pésame, como al resto de su familia ante la imposibilidad de hacerlo por unos días en persona ya que no me encuentro en el DF— que le cuidaba con esmero todo lo relativo a la alimentación adecuada. Jorge amaba la vida. Disfrutaba el arte y los viajes y no tenía ni la menor de las tendencias suicidas.
Pero Carpizo era un hombre odiado por enemigos de los que cobran venganza sin importar el tiempo transcurrido. Siendo Carpizo Procurador General de la República se detuvo a “El Chapo”. Persiguió a González Calderoni y encarceló al también comandante de la PGR, González Treviño, asesino de Norma Corona, abogada luchadora contra las violaciones a los derechos humanos, lo que, entre otras cosas, motivó la creación de la CNDH. 



Carpizo, de entre los intelectuales mexicanos, era una de las pocas voces que iban aumentando el tono de denuncia por lo que toca al retroceso brutal que México acumula en materia de violaciones inconcebibles ya a los derechos humanos en México. Asimismo formaba parte de un grupo de académicos altamente preocupados por la imparable cancelación del Estado de Derecho y por la cada vez más a la baja impartición de Justicia, en la que creía como reguladora de la única posibilidad de vida digna. Sin duda estaría horrorizado con la “legalización” a la mexicana, para quedar bien con un Papa nazi, encubridor de curas pederastas, convirtiendo a la ética, un principio universal, en un “derecho a la libertad de convicciones éticas”. La legalización, como justificante, a los pederastas, con los que deben compartir los legisladores aprobantes de la aberrante reforma que da al traste con el principio universal que es la ética, su gusto por los menores a los que joden la vida para siempre en aras de satisfacer sus bajos instintos sexuales. Un Poder Legislativo, el de la era de la canalla usurpación fecalista, que va a ser recordado como el de la ignominia sin parangón para atrás, siendo ya la crónica anunciada para adelante de lo que aún va a tener que sufrir el pueblo mexicano antes de que se haga posible la restauración de la una nación que yace masacrada a los pies del Cerro del Cubilete, mientras el más alto jerarca de la Iglesia Católica grita ¡Viva Cristo Rey! y la clase política arrodillada a sus pies le contesta muera el Estado laico mexicano.
Jorge Carpizo molestaba a los jerarcas más impresentables de la Iglesia Católica, a los narcotraficantes y a la clase política que hoy manda y a los que buscan llegar garantizando que nada cambie. Molestaba mucho a los cada vez más entreguistas enemigos de la República Mexicana. Creía en el Estado laico y le dolía profundamente el pisoteo cotidiano a la Constitución política.
Ciertamente, como nos decía un amigo poeta yucateco, Jorge Tappan, “no hace falta más que estar vivo para morirse”. Sé que sus médicos son de absoluta confianza, en un hospital, previo a una operación los pacientes pasan por otras manos (enfermeras, camilleros, ayudantes...) y cualquiera en medio de la regresión cristera recién inaugurada pudo acelerar su paso a la aventura definitiva que todos vamos a enfrentar más temprano que tarde. En México hoy se asesina a cualquiera por nada. Y Jorge tenía muchos enemigos vinculados al poder y responsables de la destrucción del país a la que se suma hoy en fin del Estado laico.



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