Julio Hernández
López
Astillero
(En) La Jefa
Le dan golpe de timón
EPN: el peso de los pesos
AMLO y los indecisos
Por segundo día consecutivo la atención se
centró en los penosos intentos josefinistas de aparentar que por sí misma busca
recomponer rumbo y equipo y en el abierto embargo político que le está
imponiendo Felipe Calderón, quien no solamente tomó el control de la
damnificada campaña de la candidata presidencial panista, como se señalaba en
la entrega de ayer de esta columna, al insertar en el fideicomiso de campaña a
Juan Molinar Horcasitas (ahora, la aspirante podría ser llamada JosefinABC
Vázquez Motinar), Guillermo Anaya y Rafael Giménez, sino que denotativamente
agregó al cuñado (Juan Ignacio Zavala) y a la hermana (Cocoa, que). Si Elba
Esther Gordillo hace candidatos por el Panal a hija, yerno y nieto, los
Calderón y los Zavala se esmeran en proporcionar variantes familiares de
similar apego a la política como forma de sustento.
Eso sí, a fin de que la
candidata bajo embargo pinolero mejorara su estado de ánimo le fue entregado un
autobús para sus desplazamientos, al que se le puso el irónico nombre de La
Jefa, muy al estilo de corridos que entre otras cosas hablan de fortalecer
el lavado de dinero. El título de tufo sahagunesco dado al vehículo también
evoca la presencia que Diego Fernández de Cevallos pretende tener ahora en las
campañas de la aspirante a jefa de jefas que es más que Josefa, es decir,
Josefina, de la puritita fina, cuyo segundo apellido es Mota (DEA, abstenerse,
por favor).
Anecdotario de
nomenclatura que, sin embargo, muestra con crudeza el desmayo político en que
se mueve la fallida comensal de Tres Marías pues, según diversas notas (entre
ellas la de Claudia Herrera en La Jornada), al final de la
conferencia de prensa en que dieron a conocer los nuevos nombramientos en su
equipo de campaña “se anunció como sorpresa para la panista el cambio que
también sufrió el Pinabús”, al ser denominado ahora La Jefa.
Es decir, alguien le da a Josefina la sorpresa de tomar decisiones por ella,
justamente en algo tan emblemático como el vehículo en que se transportará por
tierra. La mujer que anunciaba correcciones y cambios ni siquiera sabía que a
su tierna denominación camionera original le modificarían el nombre por
sorpresiva decisión de algún poderoso que además le quitó el control del
autobús cuando menos para que rotularan el mote digno de Los Tigres del Norte.
¿Jefa que ni siquiera sabe que le cambiarán de nombre a su nave?
Y sin embargo, más allá
del presunto golpe de timón (que en realidad le fue dado a ella: le
quitaron el de por sí desvaído control), de las distracciones confesas
por pleitos internos (los intentos de justificación por los errores constantes
son dignos de lectura cuidadosa, por lo que revelan y sugieren), y de la
imposición del mote jefatural camionero, hay dos datos centrales que no deben
ser desatendidos a causa de la alharaca de blanco y azul: el creciente uso
descarado e impune de cuantiosos recursos, encuestas amañadas y servidumbre
mediática para apuntalar la percepción de que el triunfo electoral de Enrique
Peña Nieto es virtualmente inevitable y, en contraposición, la supervivencia de
la candidatura de Andrés Manuel López Obrador y su constante alimentación con
proyectos de gobierno que entran al detalle de lo que haría el amoroso
aspirante en caso de remontar el cuadro adverso que las firmas encuestadoras le
dibujan diariamente.
El caso Peña Nieto
debería merecer una atención más directa y rigurosa del Instituto Federal
Electoral, pues los excesos cometidos ya por rutina significan una suerte de
descalificación prematura del proceso comicial, decidido todo por el peso del
dinero (público y privado, en giras a los estados con erario de tres colores y
en mantenimiento de un pesado equipo operativo y de un gasto publicitario
excesivo), la manipulación de los medios televisivos más influyentes y el uso
distorsionador de casas dedicadas a la demoscopia como GEA-ISA, que a pesar de
su demostrada práctica de cobro de regalías políticas a cambio de mendacidades
encuestadoras (como sucedió con el calderonismo) es tomada como diario
indicador de presuntas preferencias nacionales.
Sin una confiable supervisión
del gasto de campaña de Peña Nieto se está entregando la plaza electoral al
poder del dinero proveniente de los estados con gobernador priísta y de los
grupos de interés que aspiran a un replanteamiento práctico, al estilo del
viejo PRI, de las relaciones de mercado de algunos de los productos
marcadamente de exportación que mantienen activa la economía nacional.
Rodeado de personajes
altamente discutibles y empeñado en tácticas de reconciliación amorosa que de
no llevarlo a Palacio Nacional podrían significar un grave retroceso para las
posiciones de lo que genéricamente se entiende como izquierda, López Obrador
aporta cotidianamente temas y puntos de vista que con independencia de la
adhesión o rechazo que se tengan hacia su figura están por encima de los
tropiezos cercanos al ridículo de la candidata panista y de la ignorancia
inocultable del priísta.
Por esos extraños
manejos de las antedichas encuestas de opinión (de una de las cuales surgió la
postulación del propio tabasqueño), AMLO es colocado en un inamovible tercer
lugar en cuanto a preferencias de los votantes, a pesar de los tropiezos
reiterados de Josefina y del déficit intelectual de Enrique. Aun así, en los
números de esos estudios de opinión se han consignado ciertos avances en favor
de López Obrador en razón del grupo de los indecisos, que constituye la
bolsa de reserva manejable a discreción convenenciera por los preceptores
electorales, en juegos de suspenso dosificado, pero con final previamente
decidido por los dueños de esos artificios que no tienen más validación en sus
resultados que la chequera del cliente en turno.
Y, mientras el tecleador
equívoco escribe cuando menos cien planas para recordar que Juan Molinar
Horcasitas no fue director del Issste, sino del IMSS, ¡hasta mañana, con el
vicealmirante veracruzano Javier Duarte lanzando su tercer operativo
especial, ahora en Córdoba!
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