Julio Hernández López
Astillero
Capítulos de éxito
Como de telenovela
Felipe elogia a Felipe
AMLO y la resistencia
El sistema juega a restaurar la normalidad mientras
la irritación y el conformismo sociales juegan a las vencidas. Técnicamente ha
terminado el proceso electoral con la declaratoria de presidente electo en
favor de Enrique Peña Nieto y, a partir del cumplimiento de esa formalidad, las
piezas del entramado institucional peñanietista, calderonista e izquierdista
moderno exhortan a cerrar el expediente, ver hacia delante y ponerse
a trabajar, pero el tamaño del agravio que registra una parte de la sociedad
genera protestas en lo inmediato (el 132 dando algunos pasos fuertes hacia
delante, enfrentando a granaderos y policías en el tribunal electoral, dando
paso libre a automovilistas en casetas federales de peaje y organizando marchas
en todo el país), lleva al candidato desplazado a declarar ilegitimidad en el
presunto triunfador, a hablar claramente de resistencia civil y a convocar a
una tardía reunión en el Zócalo nueve días después (concediendo un tiempo
precioso al asentamiento del priísta impugnado) y coloca en estado de alerta,
con la mano dura en posición de arranque, al aglomerado de intereses que en
torno de Peña Nieto cree llegado el momento de defender lo ganado, haiga sido
como haiga sido, y de meter orden ejemplar para que el negocio sexenal no entre
en riesgo.
La legalidad ha sido puesta de manera aplastante al
servicio del candidato predestinado a recibir testimonio oficial de triunfador.
Ni uno solo de los alegatos del Movimiento Progresista fue considerado
positivamente: siete a cero. Goleada por unanimidad. Catástrofe procesal de los
abogados del lopezobradorismo frente a la presunta sapiencia jurídica del
comandante en jefe de la defensa del caso Peña Nieto, el hidalguense Jesús
Murillo Karam, que hizo triunfar la miopía, la sordera, la cerrazón, la
complicidad y el enjuague político entre las vestimentas ceremoniales de los
magistrados que privilegiaron la formalidad y tejieron discursos de aprobación
para que, al final, el acomodaticio presidente del tribunal electoral
extendiera el certificado de compra de la Presidencia de la República sin
siquiera alguna sombra de duda, amonestación o reconvención plena: rechinando
de limpia habría sido esa victoriapeñanietista.
El ganador oficial ha ido cumpliendo los protocolos del
priísmo clásico: de inmediato pronunció un discurso de aceptación del regalo
hecho por los magistrados, con los lugares comunes que luego fueron retomados
como deslumbrante consigna por los voceros periodísticos que de inmediato han
girado el rumbo del canto de los elogios: del Felipe que se va al Enrique que
va llegando. Luchar por México, aceptar las derrotas, cumplir con la
democracia, cerrar filas, ponerse a trabajar, son algunas de las proclamas del
coro realineado. Nada de dudas, disidencia, protestas, movilizaciones,
resistencia ni oposición más que en los niveles y canales previamente
autorizados por esas autoridades políticas y mediáticas. En cambio, EPN convoca
a los legisladores recién instalados a escribir un nuevo
capítulo de éxito y a trabajar en equipo. Extrañas exhortaciones si
provienen de alguien que en diciembre pasado sufrió en Guadalajara a la hora de
precisar asuntos de lecturas. Más aun si el fraseo de ahora pareciera referirse
a la elaboración de libretos para capítulos de telenovelas de éxito, pero
ajenas a la vida real.
Peña Nieto tiene enfrente el calendario minado que obliga
a una larga espera antes de instalarse en Los Pinos y a pesar de su impaciencia
ha de ver a otros actores políticos ocupar el foro que él quisiera ya en
exclusiva para él: Felipe Calderón aprovecha las circunstancias, envía un
informe de labores correspondiente a su sexto año de estar encaramado en el
poder, se llena de elogios por sí mismo (aparte de los que diariamente enjareta
a los mexicanos a través de apabullante propaganda difundida por radio y
televisión), filtra su propuesta de reforma laboral al amparo de la figura de
las iniciativas preferentes de ley, y se ha organizado para hoy una fiesta
privada en Palacio Nacional; Vicente Fox reaparece con ganas de cobrar por los
servicios ya prestados al peñanietismo y por los que habrán de venir y llama a
López Obrador a no perturbar la marcha del país, y Josefina Vázquez
Mota anuncia el retorno a México, y a actividades privadas, luego de las
largas vacaciones fuera del país con las que demostró que el proceso electoral
le valió gorro, que su candidatura no solamente fue decorativa sino manipulada,
sin ánimo verdadero de lucha y compromiso, mera argucia felipista para simular
competencia, encarecer negociaciones con EPN y dividir cualquier expectativa de
unificación opositora contra el retorno del PRI.
López Obrador, en tanto, prepara las propuestas de
resistencia civil que planteará a sus seguidores en el Zócalo capitalino el
próximo 9. Sigue siendo el máximo imán para concentrar gente en plazas
públicas, pero las circunstancias han cambiado mucho para él. Necesita dar un
nuevo giro, para pasar de candidato (amoroso, luego frío, finalmente indignado
de nuevo) a dirigente social. Pero requerirá hacer a un lado la zanahoria
electoral y, aun cuando es legítimo y natural que tenga en mente la conversión
de Morena en asociación política nacional y, después, en partido político,
debería evitar que esos proyectos nuevamente comiciales lleguen a contaminar el
proceso de resistencia civil y lucha contra la imposición de Peña Nieto.
La movilización popular contra los resultados electorales
formalmente establecidos dependerá de las expectativas sensatas que proponga el
lopezobradorismo, de la capacidad de conducción organizada que mantenga el
movimiento 132, del impacto que en la conciencia social tenga la campaña de
adormilamiento y normalización que proponen las televisoras y otros
medios alineados con el peñanietismo, y del talante que predomine en las
cúpulas priístas, el de la mano dura o el de la negociación y mediatización.
¡Hasta mañana!
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